Parte 3 Ocultamientos- Bella Cullen

46 1 0
                                    

La noche, de repente, se convirtió en un manto pesado, que intentaba aplastarnos y no dejaba que nos defendiéramos. Demasiado molesta. Insoportable.

Un manto que lograba sofocarme, y no me dejaba respirar.

A pesar de que no había necesitado la mínima fracción de aire hace más de siete años, sentí en ese momento que me asfixiaba, y mi cuerpo reclamaba una buena bocanada de aire puro. Pero a pesar de que intenté relajarme, y aspirar profundamente, el peso de mi pecho no se fue. Solo se tornaba más intenso a cada segundo, que tenía una duración intolerable. Mil veces más largos que la eternidad.

Edward y Alice estaban frente a nosotros, erguidos cuanto eran sus estaturas, tensos, mirando un futuro que no deberían estar viendo, porque según todas las leyes que conocíamos, era imposible.

No tenía sentido. Porque a pesar de que yo no era una lectora de mentes, y mucho menos podía ver el futuro, pude entender a la perfección su corto cruce de palabras.

La visión era de nuestra hija.

Vaya broma me había jugado el destino. Por primera vez en meses, agradecí que Renesmee se haya ido a la universidad. Porque la posible amenaza que se nos venía encima nos encontraría con ella a salvo en otro lugar.

Pero resultó que no.

Lenta, pero inexorablemente, un miedo mudo se introdujo en lo más profundo de mi alma, fusionándose a ella, y dejando un marco nulo para la esperanza. Porque a pesar de que no tenía idea de cómo venía la cosa, sabía que no era nada bueno. La respuesta estaba grabada en los semblantes de mi esposo y mi cuñada.

Mi princesa estaba en peligro.

Y de repente, la naturaleza también enmudeció, o por lo menos eso fue lo que me pareció. El viento cesó, las criaturas nocturnas desaparecieron, las olas dejaron de golpear contra la costa donde nos encontrábamos, e incluso, hasta las estrellas se apagaron en el cielo.

Aunque esa oscuridad oprimía, y sobre todo comenzó a doler en lo más profundo de mi corazón helado, no encontré en mi interior la fuerza necesaria para echar a correr, para intentar hacer algo. Revelarme con vehemencia ante lo que ocurría, porque simplemente era demasiado. Las cosas no deberían ser así, me dije a mi misma.

Sin embargo, lo eran.

El shock era demasiado fuerte. Todavía no tenía ninguna respuesta automática a lo que estaba pasando. Mis pies estaban soldados a la arena de la costa. Incluso Carlisle, que hasta donde recordaba estaba parado a mi lado, había desaparecido de mi visión periférica.

Sólo tenía ojos para imaginar lo que sea que estuviera viendo Alice. Algo malo... que probablemente hubiera preferido ignorar, pero que tenía que saber si quería evitar que pasara.

Pero cuando todavía no había pasado tres segundos desde que Edward había dicho "Juneau", mi mente ya había logrado reaccionar en mil formas distintas.

Sopesé la posibilidad de emprender ya mismo el viaje que me llevaría hacia mi hija. Correr a lo que me permitieran mis piernas rumbo al norte inhóspito, donde mi bebé estaba intentado demostrar que se podía cuidar sola. Y donde seguramente fracasaría. Si algo se cernía sobre ella, no podría defenderse. No contaba con tanto poder, ni siquiera con la experiencia.

Y nosotros, sus padres, nos encontrábamos a cientos de kilómetros, incapaces de protegerla. Confiados en que todo marcharía bien. Que tontos que habíamos sido al creer que podría estar lejos de nosotros sin que nada malo le sucediera. Que irresponsables.

Me maldije mil veces a mi misma por semejante estupidez.

– Edward... – Susurré. Mi voz era pastosa. Como la de un fumador empedernido, y me vi incapaz de controlarla. – Dime que es lo que está pasando...

Ocaso Boreal - Continuación de CrepusculoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora