Parte 7: Incidentes

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La primera semana de clases pasó rápidamente.
Enseguida me encontré cómoda entre toda la gente. Todavía seguían con el mismo comportamiento del primer día, pero había aprendido a ignorarlos. La atención fue un poco menor al día siguiente, y disminuyó conforme pasaba el tiempo. Así llegó un momento en el que solo despertaba curiosidad en pocas personas, y eso hizo que pudiera desempeñarme mejor en mis ocupaciones.
Pronto me encontré a mi misma disfrutando levemente de la experiencia. Aunque no podía evitar sentirme sola.
Acostumbrada como estaba a mantener relaciones constantes con mi familia, estar allí resultó un poco más difícil de lo que en realidad esperaba. Despertar en soledad, realizar tareas solo por mi misma y no por nadie más, era algo que me resultaba ajeno.
Aunque luego pensé en que eso era en realidad lo que había buscado, y el sentimiento se aplacaba un poco.
A veces pensaba como había logrado mi abuelo Charlie vivir diecisiete años solo en su pequeña casa de Forks. Eso era algo que difícilmente podría haber logrado. Incluso para nosotros, criaturas eternas, resultaba mucho tiempo. Un caso diferente era el de mi abuelo Carlisle. Había pasado cerca de trescientos cincuenta años sin nadie. La diferencia es que él no estaba alejado de nadie, simplemente no tenía a quien extrañar.
Es duro estar lejos de aquellos a quienes amas.

Pero a medida que pasaba el tiempo, me pude mimetizar entre la gente, y una vez que me vi sumergida en ese mundo que tanto deseaba, me sentí relajada.

Steven Collins me abordó a la salida de Historia de La pintura unas semanas después que llegué a Juneau. Había estado rechazando categóricamente todas sus invitaciones para almorzar, para unirme a su grupo de estudio, para salir de noche a algún pub o ir a bailar a alguna disco. No se rendía, y continuaba dirigiéndose a mí con total cortesía y con esa sonrisa suya tan bonita.
No me molestaba que me invitara a tantos lugares, sí que no entendiera que no tenía interés por él.
Era un chico muy hermoso y gracioso en muchos sentidos, pero mi corazón ya tenía dueño, lo cual era algo que no quería explicarle. Primero porque apenas lo conocía, y segundo porque no quería hacer el ridículo al decirle que no me gustaba si resultaba estar equivocada.
Al fin y al cabo, no tenía experiencia en esas cosas, porque en realidad nunca nadie había intentado cortejarme. Jacob había estado presente de todas las formas posibles desde que tenía memoria, siendo exactamente del modo en el que esperaba que fuera. Me era ajena otra forma de ser que no fuera esa, pues todos a mi alrededor, todo el tiempo, se habían comportado cariñosamente y con gentileza. Aunque tal vez ese era el error. Esperar que todos se comporten conmigo de esa forma.
A veces era difícil darme cuenta de que no estaba en Forks, y que la gente que no rodeaba no era mi familia.
Por lo tanto, me era del todo difícil afirmar que la atención que ponía este nuevo chico en mí, fuera algún tipo de segunda intención, quizás su amabilidad se debía a que simplemente era una persona así.

­– ¡Ness! – Saludó mientras tomaba mis cosas para ir hacía Arte. – ¿Cómo estuvo tu fin de semana? – Preguntó.

La verdad nada interesante. Había hablado mucho con mamá y Jacob. Había limpiado superficialmente. También estudié un poco. Nada digno de contar, supuse.
– Estuvo normal. – Contesté por fin. – ¿El tuyo? – Inquirí.
– Bien, fuimos con los chicos a una discoteca que esta muy buena. El viaje es largo, pero mereció la pena. – Se encogió de hombros.
– ¡Bien! – Dije. – Me parece genial que hayas disfrutado tu fin de semana.
El sonrió otra vez, tal vez consciente de que en verdad se lo decía más por una cuestión de educación que porque en realidad me importara.
Steve me caía muy bien. Era un chico amable, que de vez en cuando me hacía sonreír, pero era demasiado insistente y a veces le costaba ver las cosas que deberían resultarle obvias.
– ¿Te puedo acompañar hacía Arte? – Pidió. – Tengo mi siguiente clase en el cuarto piso.
Casi pongo los ojos en blanco. Casi.
– De acuerdo. – Acepté, y me encaminé hacía el lugar. Él me siguió, notoriamente animado. No paró de hablar hasta que llegamos al tercer piso, y tampoco lo hizo cuando me dejó en la puerta del salón, para que entre a la clase.
– Te veo en el almuerzo. – Dijo, antes de darse vuelta y correr hacía las escaleras, porque estaba llegando tarde a su siguiente clase.
Arte contemporáneo era una clase muy interesante, por lo menos desde el punto de vista de la profesora Klee.
El dadaísmo y el surrealismo resultaban sugestivos en sus explicaciones. Como siempre, lo único que pude hacer es tomar muchos apuntes, intentando no ser demasiado veloz, ya que mi bolígrafo se deslizaba más rápido por el cuaderno, que la voz de la profesora por el aula. Ella siempre que se acercaba a mi sitio me sonreía, y observaba mis apuntes impecables con admiración. Tenía una letra muy parecida a la de mi padre, así que mi caligrafía era larga y pulcra.

Ocaso Boreal - Continuación de CrepusculoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora