Parte 9 El encuentro

51 0 0
                                    

De todo lo que me podría haber pasado en aquel sitio tan lejano a mi hogar, eso era realmente lo menos probable.¿Como era posible que justo en ese lugar, inhóspito y pequeño, fuera a haber vampiros? ¿Acaso tenía algo de lógica? Parecía cosa del destino, pero seguramente mi tía Alice me diría que eso no existe, que el futuro es solo una mera combinación de acciones, que somos nosotros los que en realidad decidimos que va a pasar con nuestras vidas.
Cada suceso esta intrínsecamente relacionado al anterior, generando una cadena con miles de eslabones, que devengan en lo que es nuestra vida, nuestro pasado, presente y futuro. Y hasta cierto punto estaba de acuerdo con ella. Pero esa era demasiada coincidencia. ¿Acaso el "destino" me estaba preparando para todo esto?
Era algo nuevo para mí. Jamás había estado cerca de otros vampiros que no fueran mi familia o amigos. No sabía si estaba preparada para esto, o si tener contacto con ellos era algo bueno o malo. Estábamos a una increíble proximidad, y cada segundo que pasaba me ponía más y más nerviosa. La imaginación me jugaba malas pasadas, otra vez.
Aun así, no podía explicar la sensación que me invadió de solo pensar que ellos era parte de ese lugar. Eso me daba una nueva razón para quedarme. O una oportunidad de olvidar todo esto de la universidad y volver a mi hogar. Estar a salvo de lo que desconocía.
Pero jamás había sido de las que le huyen a los contratiempos, mi padre siempre me había dicho que era mejor atacar el problema cuando este no era mas que una molestia, y eso era lo que haría.

Hablaban entre ellos, a una voz tan baja, que incluso mis oídos no pudieron captar mucho más que solo cuchicheos incoherentes, por lo que no conseguí oír nada relevante. Noté que eran conscientes de que los estaban mirando, pero eso no parecía molestarlos, incluso vi algo de satisfacción en el chico hermoso de pelo rojizo.
El modo del que se movía me hizo percibir la seguridad que emanaba. Desde mi posición pude observarlo con total detenimiento. Su piel de hielo era lisa y perfecta. Blanca como la nieve. Solo había algo que podía distraer la atención de su piel. Su rostro. Los rasgos parecían estar finamente cincelados, como si en realidad hubieran sido esculpidos. La nariz era recta y los labios carnosos. Los ojos, como grandes faroles centelleantes, invitaban a acercársele. El cabello era un poco largo. Caía completamente lacio, pero estaba levemente revuelto, con un aire de despreocupación que lo hacía más interesante. Su ropa no llamaba mucho la atención, era una camisa blanca, que envolvía su torso definido y unos pantalones de jean azul oscuro. Tenía también un grueso abrigo negro, que estaba apoyado en el respaldo de su silla. De cerca no parecía tan bajo de estatura. Seguramente mediría uno o dos centímetros menos que yo.
Ella parecía algo incomoda. Recorría el salón con frecuencia, observando las miradas que estaba cosechando de nuestros compañeros de curso. Toda su perfección impactaba cuando podías observarla con detalle. La tonalidad hueso de su piel, el dorado intenso de sus ojos, y la centellante cabellera que flotaba, salvaje, por debajo de su cintura. Me recordó mucho a mi tía Rosalie, era la representación de la belleza.
Lo que decía la profesora realmente me tenía sin cuidado, solo tenía ojos para ellos, que a pesar de que no parecía que estuvieran prestando demasiado atención, escribían aplicadamente en sus cuadernos de anotaciones. Todos los estábamos mirando, no solo yo. Era difícil sacar la vista de dos seres tan hermosos. Pocas veces había visto vampiros tan bellos. Solo mis padres y mi tía Rosalie podían igualarlos en belleza. Desde mi ubicación era muy sencillos verlos pero, al contrario, ellos tenían que voltearse si hubieran querido observarme. Pasé toda la hora sin retirar la mirada de sus rostros, tal vez demasiado pendiente, pero en ningún momento posaron sus pupilas doradas en mi persona.
Y entonces, de un momento a otro, el salón comenzó a vaciarse. La hora me había pasado muy deprisa. Giré la cabeza al ver que todos los estudiantes comenzaban a ponerse de pie y arremolinarse hacía las salidas. Fue en ese segundo de distracción, en el que desaparecieron de sus asientos. Lo más rápido que pude, junté mis cosas y salí, también.
Deambulé por el pasillo, intentando seguirlos sin parecer demasiado obvia, pero cuando corrí hacia el patio central de la universidad, prestando atención a todo el que pasaba para localizarlos, no pude encontrarlos por ningún lugar cercano a la vista.
Tenía que averiguar algo de ellos, sus nombres siquiera.
Intenté no desesperarme. Podían engañar a los humanos, pero no a mí.
¿Y que pensarían ellos? Si bien parecía una humana, habían estado lo bastante cerca como para sentir mi raro efluvio o el latido alocado de mi corazón. Y aunque no se habían volteado ni un solo segundo a verme, era más que obvio que habían sentido todo eso.
Respiré profundamente, buscando en el aire esos embriagantes aromas que les pertenecían. Ella olía profundamente a narcisos y orquídeas. La esencia era tan atrayente como deliciosa. Él dejaba un rastro inconfundible, parecido al perfume de la lluvia un día de primavera, cuando se mezcla con otras fragancias, como frutos silvestres y pastizales.
Fue algo fácil, con todo el lugar cargado de efluvios humanos, sus suaves aromas resaltaban entre todos los demás. Hacia el oeste de campus encontré lo que estaba buscando. Se habían ido por ese camino.
Comencé a caminar a un paso relativamente normal hacía allí. Pero a medida que me acercaba hacía su dirección, menos fuertes se notaban sus efluvios. Se estaban mezclando entre la multitud. Desviándose.
¿Y si habían notado que los estaba siguiendo?
Tal vez por eso estaban acelerando gradualmente. A medida que se alejaban del campus y había menos observadores que pudieran verlos deslizarse a una velocidad imposible para un ser humano.
Traspasé una de las cercas traseras del campus con un rápido salto. Todo lo que había detrás de esa valla era hielo y campo, pero el rastro, a pesar de que perdía consistencia, era inconfundible. Esa era la dirección que debía tomar. Había una carretera hacía el oeste, y cruzándola comenzaba un pequeño bosque de pinos. Crucé el camino y continué con lo que me proponía.
El viento continuaba aumentando, y se estaba preparando una tormenta realmente intensa. Si descargaba con demasiada fuerza, los rastros de estos dos desconocidos se borrarían por completo.
Solo había una alternativa. Seguir buscando.
La gente era cada vez menos frecuente en el paisaje, por lo que luego de unos cuantos kilómetros, yo también me concentré en la carrera. Aunque ser muy rápida no me ayudaba en lo más mínimo. A medida que me alejaba de la cuidad en la que vivía, todo era demasiado monótono. Solo una cosa dominaba los planos de esa región. Comenzaban a presentarse a intervalos cada vez más regulares, pequeñas elevaciones montañosas. Podía seguir intentando localizarlos, pero no iba a tener mucho éxito.
Era una pésima rastreadora.
Entonces en algún lugar lejano a la universidad, su rastro desapareció por completo, dejándome en un punto muerto.
Me desvié unos cuantos kilómetros más al sudoeste, pero solo encontré un pequeño bosque y en él no había el más mínimo rastro de ellos, por lo que volví sobre mis pasos, lo que logró desorientarme más.
No podían estar muy lejos. Incluso con lo inhóspito de la región, no podían darse el lujo de llamar demasiado la atención. Aunque estuvieran de paso, aunque en verdad ni siquiera formaran parte de este lugar, que por ahora era mi único hogar.
Todo era demasiado inusual.
No encontraba un motivo lo suficientemente firme que justificara mi gran preocupación.
¿Acaso yo no había elegido ese lugar por los motivos obvios? Había varias razones que explicaban el por que de todo.
Juneau era una localidad que tenía el cielo cubierto trescientos veinte días al año, por eso mismo podían moverse con total libertad durante el día, sin llamar la atención sobre su naturaleza. Indudablemente ese era uno de los motivos. Pero en tal caso ¿Por que mi familia nunca los había visto? Si eran vampiros que acostumbraban a viajar por esa zona de escasa luz solar ¿Por qué nunca se habían encontrado con un Cullen?
Había algo raro en esto, e iba a averiguarlo.
Cuando me di por vencida, inicié la vuelta. Era inútil seguir rondando por allí, se habían escapado de mí. Tenía que volver, me había alejado demasiado. Iba a llegar tarde a una clase.
La vuelta me costó un poco, incluso con mis sentidos agudos, el camino me resulto un poco confuso. Realmente la ruta que seguí no tenía lógica. Estaba diseñada para perderme. Cosa que había logrado, desde luego.


Crucé la puerta del salón a una velocidad poco humana, y me senté en el lugar de siempre.
Estaba totalmente ida, aunque no como siempre, cuando una clase me parecía aburrida, sino porque me preocupaba realmente lo que acaba de pasar. Había vampiros en la universidad. Otros aparte de mí, que ni siquiera era uno completo.
¿Era eso algo peligroso? Por lo menos no se alimentaban de sangre humana, y eso era un buen comienzo. Recordé cuando mi padre no dejó que mi madre se acercara a mi cuando recién despertó de su conversión. ¿Mí sangre resultaría igual de apetecible para los vampiros de dieta tradicional como lo era la sangre de los humanos? ¿Implicaría mi efluvio un cambio en su estilo de alimentación y de vida? Sopesé tan solo unos segundos esa posibilidad. Era demasiado ilógica. Si mi vida estaba en riesgo, no sería porque fuera a convertirme en presa de estos dos vampiros.
Tenían que ser "inofensivos" o por lo menos eso quería creer. No me los imaginaba como seres peligrosos. Tal vez intimidantes, pero no peligrosos. Igualmente no podía confiar en mi criterio, ya que me sentía sola en aquel lugar y cualquier persona que me acercara mas a mi mundo, podría ser una forma de mantener a raya la soledad. Para ser totalmente sincera conmigo misma, necesitaba creer que eran las personas indicadas con las cuales podía relacionarme. Que tenían que ver con ese sentimiento que había estado sintiendo a lo largo del ultimo tiempo. Ese presentimiento que me decía que todo estaría bien.
¿Y si ellos eran la clave de todo?
Cuando ya no tenía que hacer en el campus caminé hacía el estacionamiento. Tomé mi coche y me dirigí hacia mi departamento.
La tarde no parecía querer cooperar con mi ansiedad. El ultimo tiempo, en el cual había estado muy tranquila y superado todos mis problemas internos, había tomado el hábito de tomar algo con Lizzie de vez en cuando.
Subí al ascensor y bajé un piso. Al tocar a su puerta, me sentí una entrometida. No era cortés interrumpir así.
Ella atendió rápidamente, y una sonrisa se dibujó en su bello rostro.
– Lamento molestarte, Lizzie, solo que estaba aburrida en casa. ¿Me preguntaba si querías tomar algo conmigo? – Dije.
Sonrió de nuevo. Era una mujer muy amable.
– No hay problema, cariño. Pasa, ya mismo preparo el té. – Convino.
Ingresé a su hogar, delicadamente decorado. Las paredes tenían empapelados que reproducían una y otra vez la misma secuencia. Líneas verticales de color azul, blanco, negro y gris. Los muebles eran modernos, de colores claros y con un diseño sobrio y amplio. Los ventanales eran flanqueados por cortinas de seda blanca.
Pasamos el resto de la tarde juntas, disfrutando de la compañía de la otra. Eso redujo la tensión que sentía, aunque no logró que desapareciera.
– ¿Estás bien? – Preguntó en un momento mi vecina. Era demasiado observadora. – Te veo muy dispersa.
– Todo anda bien, Lizzie. – Mentí, con una sonrisa deslumbrante. – Solo que los exámenes están causando estragos con mi vida.
– Claro, es de imaginar que era eso. – Afirmó. – No dejes de dormir o nada por el estilo, cariño. Ante todo debes mantener sana.
– Voy a intentar seguir tu consejo. – Dije, asintiendo. – Aunque dudo que esta noche pueda dormir bien. Tengo demasiadas cosas en la cabeza...


Era tarde esa noche, cuando me recosté en mi cama y rememoré todo lo que había pasado. Algo anómalo y extraño que no me permitía pensar en otra cosa.
Sentía el miedo, la ansiedad. Muchas emociones que no me dejaban tranquila.
Pero la curiosidad era el mas fuerte de todos esos sentimientos albergados en mi pecho.
Estaba cansada, no había dormidos desde hacía dos noches. Además sentía cierta pereza, sin duda fruto de la adrenalina que había conseguido cansarme más de lo acostumbrado.
La noche avanzó lenta, inexorable. Hundiéndome más y más en las conjeturas. En las miles de teorías que fui elaborando al respecto. ¿Cuál de todas mis suposiciones eran la correcta? Quizás fuera muy ingenuo pensar que ellos estaban allí por mera casualidad. Pero si otro fuera el motivo, ¿A qué estaban esperando? Porque una vez que los vi, la reacción más lógica fue huir. Esa era la conducta más esperable ante el peligro. Si todo era parte de algún plan misterioso, y su verdadera intención era provocarme algún daño, este valioso tiempo en el cual yo podía pensar en el asunto, era una perdida de incalculable valor. Podría abandonar Juneau en tan solo una hora, como máximo.
Pero Renesmee Cullen no huye. Porque si no había salido corriendo cuando pasó lo de Steven, no lo haría ahora que nada malo había pasado. Y quizás no pasara, solo tenía que esperar para ver en que terminaba todo esto.
Tal vez era tonto basar toda mi confianza en ellos por el dorado de sus ojos, pero no podía aferrarme de nada más.
Cada momento que pasaba en esa noche fría y solitaria, me sumergía con mayor facilidad en la inconciencia. Entonces, de un momento a otro, sucumbí ante el sueño.
Lo siguiente que pude recordar fue que me encontraba sola. Estaba en un lugar muy parecido al bosque por el que los había seguido. El cielo estaba nublado, como era de esperar. Sabía, como solo se sabe en los sueños, que algo estaba por suceder, pues el ambiente era demasiado tenso y se podía cortar con tijeras. Una electricidad especial recorría mi cuerpo y lo cargaba de adrenalina, como una posible reacción a la próxima cosa que iba a pasar en ese lugar. Aunque no lo presentía a nivel consciente, la respuesta habría sido muy fácil si solo me hubiera tomado un momento para pensarlo. Pero todo pierde lógica y coherencia cuando estas en un sueño. Por eso, a pesar de que sabía que era lo que esperaba, no hice nada para que no sucediera. Es más, quería que pasara.
Caminé un momento por el prado, solo por hacer algo. Los árboles más cercanos se encontraban a, por lo menos, cien metros, por lo que tenía un campo de visión absolutamente perfecto, podría verlos llegar desde cualquier dirección. En el horizonte, comenzó a despejarse, y unos tímidos rayos de sol llegaron hacia donde me encontraba. Al contacto con mi piel, esta solo destelló un poco, juguetonamente, emitiendo una luminosidad casi imperceptible, pero que realmente se encontraba allí.
Nada que impactara a nadie.
Entonces, sentí a alguien a mis espaldas. Voltee de a poco, completamente consciente de mis movimientos. Estaban allí, como esperaba desde el principio. Caminaban hacia mi con esa gracia suya, que tanto me hacia recordar a mi familia. Su andar era lento, un poco felino y lleno de gracia. No podría decir si el sueño les hacía justicia por completo, pero en él estaban tan hermosos como los recordaba. De repente la luz solar, ahora a mis espaldas, se hizo más intensa, alcanzándoles a ellos también. Chiscas de arco iris y luz brotaron de sus perfectos cuerpos inmortales.
A medida que los rayos del sol bañaban sus agraciadas siluetas, se iban convirtiéndolos en las cosas más hermosas que hubiera visto jamás. Era pilares de luz, demasiado bellos y atemorizantes al mismo tiempo. La forma en la que incidía el sol sobre ellos, hacía que sus rasgos reflejaran sombras largas, que oscurecían la mitad de sus semblantes divinos. Era como ver una obra de arte incompleta.
Los miré a los ojos, esperando encontrar algo de seguridad en ellos. Algo que pudiera motivarme a que les hablara. Estaban allí, tan dorados como los había visto esa tarde. Pero no me invitaban a acercarme o a hablarles. Estaban vacíos, como si estuviera intentado recordar algo, desenfocados, como buscando algo que no se encontraba allí.
Él pareció percatarse de mi presencia, posicionando sus profundos ojos dorados en los míos. Su fuerza era hipnótica, la mirada de ambos era incluso más hermosa de lo que podía recordar en cualquier vampiro de dieta vegetariana.
Y entonces todo ocurrió muy rápido.
Sus miradas estuvieron en un segundo cargaban hostilidad. Una ira rayana en la locura se reflejó por sus pupilas de ángeles. No entendía porque mi persona podía hacer que esa faceta se reflejara en sus rostros. Pude notar como el color dorado se apagaba y daba paso al más brillante de los negros. Luego, la claridad volvió lentamente, pero a medida que parecía que sus ojos dejaban de imitar las tinieblas, más fue la confusión y el pánico que comencé a sentir. El brillante color caramelo no volvía a sus pupilas. De pronto, me encontraba de frente a dos vampiros sedientos de sangre.
Humana.
Las miradas, ahora rojas escarlatas, rayaban el odio y el aborrecimiento. Mi instinto más lógico fue correr, alejarme rápidamente de aquello que me amenazaba. Y de repente todo se volvió borroso, nada a mí alrededor tenía lógica o sentido, lo único que esperaba era ser lo suficientemente rápida para escapar. Movía mis piernas con toda la velocidad que era posible, pero era inútil, pues sentía que me seguían, y no importaba que tan rápido corriera, ellos me alcanzarían...
Lo último que pude recordar fue que sentí como alguien me apretaba por la espalda, haciéndome su prisionera.
Grité, y entonces, ahora encontrándome en la comodidad de mi departamento, me permití relajarme y dejar que mis ideas se acomodaran lo mejor posible. Miré el reloj.
Tres de la mañana.
Despejé mi cabeza en un segundo. Estaba lista para poder enfrentar esa clase de problemas. Necesitaba un momento para centrarme, lo sabía. Pero igualmente, una vez más, no pude evitar preguntarme:
¿Quienes eran esa hermosa chica y ese angelical muchacho?
Ya me había hecho esa pregunta muchas veces a lo largo del día, pero no podía conseguir la respuesta acertada.
Estaba completamente desorientada en mi búsqueda de la verdad
Luego de que mi cabeza ya no funcionara de un modo correcto y el tiempo se hubiera convertido en algo realmente inexistente, amaneció. Entonces, contra todo pronostico, el reloj inició su marcha nuevamente.
Tenía ganas de hablan con mamá, pero llamarla ahora solo complicaría las cosas. Querría que volviera y me resguardara de desconocidos. A su entender seguramente serían peligrosos. El tiempo todavía no le había enseñado a ser algo más optimista. Seguía temiendo del destino, como cuando era humana. Pero yo sabía que no eran peligrosos. Sus ojos ambarinos me decían que no.
No tenía la menor intención de regresar a Forks, no ahora que había descubierto a esos seres extraordinarios. Cuando no tuviera dudas con respecto a ellos, solo así me iría, en caso de que tuviera que hacerlo.


Siete de la mañana. Ya era tiempo de que me preparara para ir a la universidad.
Me dirigí hacía el baño y tomé una ducha helada. Me hizo muy bien, a pesar de que cualquiera que lo supiera en el campus pensaría que estaba loca. El frío estaba estampado en las ventanas. La ventisca persistente y el aguanieve se pegaban a la cara.
Me vestí apresuradamente, ese día no había tiempo para repasar meticulosamente mi vestuario, como hacía siempre.
Bajé al garaje del edificio y subí a mi coche. Me quedé un momento allí. Cuando cruzaba la rampa para subir a la calle desde el garaje subterráneo, me pareció ver una sombra en la parte de atrás de una columna. Quedé petrificada por la sorpresa y apreté el freno apresuradamente, por lo que me impulsé hacia adelante y el cinturón de seguridad se desgarró. Agudicé el oído, pero no pude captar nada.
El silencio era absoluto.
Quedé allí, en medio del camino, pareciendo una idiota. Las puertas que daban a la calle ya estaban completamente abiertas, por lo que toda la gente que pasaba vieron lo que había ocurrido. Todos parecían asustados, no por que me haya pasado algo, sino porque habían supuesto – erróneamente – que era un desastre al volante.
Respiré profundamente y apreté nuevamente el acelerador. Salí a la calle y doble hacía el norte, camino a la universidad.
El camino era corto, por lo que nunca me había preocupado por salir con demasiado tiempo extra. Estuve en el campus con excesiva rapidez. Salté del auto y me dirigí hacía la primera clase del día.

Entré en el salón y me senté al final de todo, como siempre. La clase realmente me interesaba, pero nunca me sentía lo suficientemente cómoda como para poder dar mi opinión en ella. Hasta el profesor se quedaba mirándome cada vez que intentaba expresar mis ideas.
El señor Charles, un hombre de mediana edad, delgado y con una creciente calva, entró y no esperó a que los estudiantes se acomodaran. Inició su clase al instante.
Ese día la clase trato sobre Bram Stoker. Era un tema extenso, que le hizo tomar gran parte de la hora. Era inevitable que en algún momento los vampiros entraran en su monologo, siendo Drácula en vampiro más conocido de todos los tiempo. Eso me causó gracia. Los humanos tenían preconceptos muy inverosímiles con respecto a nosotros. No pude evitar reír ante su visión descabellada. Mis carcajadas fueron débiles, pero eso no evitó que se escucharan por todo el salón. El señor Charles me miró de reojo y dijo:
– Señorita Cullen ¿Podría decirme por qué le parece tan divertido el tema de hoy?
Enrojecí al instante.
– Oh, lo que pasa es que los vampiros siempre me han parecido criaturas fascinantes. Más que eso, a decir verdad.
– ¿Y que es lo más interesante que ve en los vampiros?
– ¡Bueno, muchas cosas! Según las leyendas soy criaturas muy complejas: bellas, rápidas, fuertes e inmortales.
– Esta muy enterada de la naturaleza vampirica. – Dijo el profesor, su mirada denotaba cierta intriga.
– Más que suficiente. – Y reí de nuevo de mi chiste privado.
– Pero faltó el rasgo más característico de las criaturas que tanto le apasionan: Asesinos.
Sus palabras retumbaron en mi cabeza como si me hubiera golpeado, pero aún así mantuve la compostura lo mejor que pude. No era sensato comenzar a discutir acerca de algo que el solo creía una simple leyenda. Y sin embargo, que cerca estaban los humanos del mundo de fantasía que tanto negaban. Más en ese momento, conmigo allí sentada. De ser otra clase de vampiresa, ya estarían muertos.
– No lo creo así, ellos, como todo ser sobre la tierra, son esclavos de su naturaleza. Asesinos quizá sea un término demasiado fuerte para mencionar. Claro, en el caso que los vampiros existieran.
– Su punto es muy interesante señorita Cullen. ¿Cree usted que todos somos prisioneros de nuestra naturaleza?
– Desde luego. Si el hombre fuera menos egocéntrico y autodestructivo, el mundo no estaría como lo está. Si pudiera por un momento no ser tan narcisista e idolatrarse con tanto ahínco, podría ver cosas más profundas e importantes. O incluso, percatarse de lo que pasa a su alrededor. La ceguera del hombre es enorme. – Dije.
– Parece comprender el mundo de una forma que pocos de su edad pueden. Muy aguda y perceptiva me atrevo a decir. Muy inteligente de su parte.
– Gracias, profesor. – Respondí a su cumplido.
Siguió con la clase sin decir nada más. No tenía sentido que me enojara con él. Era solo un mortal que temía a aquello que no conocía o no podía comprender. Aunque dudaba que fuera conciente del error que acababa de cometer.
Todo lo que siguió en la clase no logró captar mi atención. En uno de esos momentos, era muy fácil distraerme.
El timbre de media mañana sonó tan puntual como siempre, por lo que me deslicé por la puerta rumbo al patio central del edificio. Me senté de frente a la fuente que se encontraba en el medio del lugar.
Ociosa, como estaba, decidí adelantar algo de la siguiente clase. Tomé un libro de mi bolso y comencé a hojearlo despreocupadamente. La brisa esa fresca y persistente. Arrastrando a su gusto todos esos aromas propios de los humanos que me envolvían. Todavía no podía sacarme de la cabeza todo lo que había pasado el día de ayer.
Fue cuando de repente capte nuevamente esos efluvios. Levanté la vista y estaban de frente a mí, justo al otro lado de la fuente. Hoy él estaba vestido con un suéter color rojo sangre, y unos pantalones negros. Ella tenía una camisa negra que resaltaba su piel pálida, con unos pantalones del mismo color, los dos ceñidos a su silueta esbelta. Arriba de ese vestuario llevaba una gabardina de color crudo, que combinaba con su bolso.

No percibí amenaza alguna en su mirada, por lo que no era necesario salir huyendo, como me pareció en primer momento que debía hacer.
Decidí que lo mejor sería concentrarme nuevamente en el texto que había comenzado. Bajé la vista y comencé de nuevo con la lectura. Desde luego, me resultó imposible concentrarme al menos un segundo en el texto. Unos instantes después, noté como dos personas se sentaban a mi lado. Giré el cuello hacía la izquierda y estaba él. El pánico me invadió súbitamente, pero luego recordé que no podían hacerme nada allí, el lugar estaba lleno de gente.
Observé por un momento cada uno de sus semblantes, reparando en cada detalle de sus segadoras bellezas. Ellos también me observaban con sus ojos dorados llenos de preguntas. Tal vez no entendían que clase de cosa era. Escuchaban mi corazón, por descontado, pero mi apariencia de vampiro no concordaba con ese palpitar incesante.
Ellos seguían mirándome, analizando cada uno de los planos de mi rostro. Sus ojos eran enormes, color caramelo y divinos. No podría decir cual de ellos dos era más hermoso, porque ambos parecían simplemente demasiado perfectos.
El dorado de sus miradas comenzaba a acerarse conforme pasaban los segundos, y las imágenes de mi pesadilla volvieron en un primer plano estremecedor. El silencio a nuestro alrededor era demasiado tenso, y no parecía que ninguno de ellos fuera a relajarse un poco.
Nadie era consciente de lo que estaba pasando. Había actuado demasiado bien a lo largo de las últimas semanas. Nadie se fijaba ya en mí. No podía decir exactamente si mis acompañantes estaban siendo apabullantes, pero lo cierto es que estaba demasiado nerviosa.
Ellos no parecían dispuestos a decir nada, y simplemente no podía quedarme a esperar a que alguien dijera algo. Mi reacción más básica fue huir de sus miradas indiferentes, de sus silencios siniestros.
Me levanté, y ellos no dijeron nada, solo se limitaron a seguir observándome. Miré una vez más sobre mi hombro, para saber si me estaban siguiendo. No parecían estar haciéndolo.
La pregunta siempre era la misma. ¿Qué demonios tenía que hacer?
Apreté el paso con decisión, caminando por la calle de piedras que circundaba en edificio principal.
Con un último vistazo a mis espaldas, descubrí que ellos ya no estaban sentados en el lugar donde segundos antes sí. Gire mi cuello en todas direcciones, pero no los encontré.
No podían haberse ido tan rápido, todo el lugar estaba lleno de personas. De humanos. Era imposible que hubiesen usado sus cualidades de vampiros para adelantarse a mí.
La gente estaba indiferente a todo. Los alumnos de la universidad de Alaska transitaban impasibles a su suerte. No sabían que dos vampiros estaban marchando entre ellos. Dos vampiros que de seguro eran muy fuertes y muy rápidos.
Sopesé la idea de volver al departamento, pero no podía permitir que supieran donde vivía. Eso hubiera sido empeorar las cosas. El solo hecho de pensarlo me hizo estremecer, porque era algo que seguramente podrían saber a esas alturas. ¿Acaso no había visto una sombra esa mañana? ¿Una sombra en el garaje? ¿Cómo no me había dado cuenta en ese momento? El teléfono comenzó a vibrar en ese momento en mi bolsillo, pero estaba demasiado concentrada en eludir a estos nuevos personajes que no le di importancia a la llamada que estaba recibiendo.
Caminé por el sendero, y este me condujo a uno de los tantos patios secundarios de los que disponía la institución. No podía parar de voltearme una y otra vez, como si fuera una ratera que espera que la policía no la esta siguiendo.
Las nubes sobre mi cabeza eran muy espesas, y como el día anterior, se notaba que la lluvia era inminente. El nuevo lugar donde me encontraba no era muy diferente al sitio donde Steven y yo habíamos tenido nuestra última conversación.
El viento era demasiado fuerte, y mis bucles volaban alrededor de mi rostro, impulsados por su fuerza. El nerviosismo dificultaba mis sentidos, y ese fue el motivo por el que no percibí todo lo que estaba por suceder.
En un segundo, él estaba de frente a mí, observándome completamente interesado. Giré, retomando mi antigua dirección, pero ella estaba también allí, erguida cuanto podía con su pequeño cuerpo de sirena.
Estaba en el medio de ambos, y ellos bloqueaban mi paso, porque la muchacha me impedía volver al estacionamiento, y el chico frenaba mi huida por el otro lado. Entonces el miedo dominó por completo mi cuerpo. No era lo suficientemente fuerte como para vencerlos a los dos, si llegado el caso tuviera que enfrentarme en una batalla. Solo un segundo sería suficiente para borrarme del mapa.
Comenzaron a caminar hacía mí, sin sacarme los ojos de encima. El instinto me decía que debía encontrar una brecha entre su camino y el mío, pero la razón me advertía que lo mejor era quedarme en donde estaba. No hubiera sido bueno tentar a la suerte con ello, porque si eran peligrosos y querían hacerme daño, al intentar huir les daría la excusa perfecta para hacerlo.
Su andar no demostraba preocupación alguna, y no parecían entusiastas. No había apuro en sus semblantes.
Se detuvieron a tan solo un metro cada uno de mí.
Pude notar, ahora sí, como la curiosidad que envolvía sus rostros.
Entonces el chico habló con una profunda voz de arcángel, suave pero igualmente fuerte y cargada de autoridad.
– ¿Quién eres joven extraña? ¿Por qué estas aquí? ¿A que se debe tu extraño efluvio? ¿Qué eres? – Exigió.
Sus preguntas resonaron en mi mente y me hicieron recordar todas las que yo me había hecho acerca de ellos. Seguramente también tenían miles de interrogantes, pues pensándolo bien, yo era algo mucho mas extraña de lo que resultaban ellos para mi.
La voz me había abandonado. No encontré el valor suficiente para responder esa simple pregunta. Él se mantuvo imperativo, con el rostro relajado, aguardando mi respuesta. Ella estaba a mi lado, tan perfectamente hermosa que parecía un espejismo en ese desierto de hielo.
Al final, me vi obligada a contestar.
– Es mucho lo que tengo que explicarles, me gustaría saber sus nombres siquiera. Si no es mucho pedir, claro. – Dije en un susurro casi inaudible.
– No estas en posición de pedir nada, extraña. Somos nosotros los que queremos respuestas. – Dijo ella con el semblante lleno de hostilidad. Pero a pesar de eso, su voz sonó como un coro de ángeles.
Me asusté. Por primera vez comencé a dudar si había escogido bien en ir hacía Juneau a la universidad. Podría haber elegido cualquier lugar del país, pues mi piel no brillaba a la luz del sol, no había nada de lo que me tuviera que ocultar.
– No es necesaria la violencia, hermana. Podemos decirle nuestros nombres. Además ella también quiere respuestas, algo perfectamente lógico. –. Dijo él con una tranquilidad intachable. – Me llamo Raphael, y ella es Malenne.
La serenidad que desprendía me permitió responder con un tono de voz lo bastante seguro.
– Mi nombre es Reneesme. – Confesé.
El chico, Raphael, sonrió, supuse que en un intento de inspirarme confianza, algo que desde luego no tenía.
– Vamos, – Casi imploró. – Cuéntanos algo más.
– No soy de aquí. – Respondí entonces. – Soy de Forks, Washington. Es una historia larga, y dudo que aquí tenga tiempo para contarla.
Malenne me miró, su actitud cambió ligeramente, se suavizó la arruga de su frente y dijo:
– Tenemos todo el tiempo del mundo, niña. Somos inmortales, ¿A caso nadie te lo ha dicho? – Desde luego que se estaba burlando de mí, pero no le hice caso, y continué mirándolos llena de curiosidad. Cada segundo que pasaba era clave para descubrir algo sobre ellos.
– Para mi el tiempo pasó muy rápido, por lo menos los primeros años de mi vida. Aunque pensándolo bien, todavía estoy en ellos.
– Me causas una gran curiosidad, Reneesme. Pereces una criatura muy especial, realmente encantadora. Me gustaría escuchar tu historia. – Dijo Raphael, mirándome a los ojos con efusividad. Y aunque todavía estaba asustada me pareció autentico su interés.
En ese momento algo en mi mente hizo clic. No sé lo que fue, pero me sentí en mejores condiciones. Si hubieran querido atacarme, ya lo hubieran echo, desde luego. Pero llevábamos unos minutos allí y todavía no daban señal de peligro.
– Tenemos todo el día para hablar, y más, si eso es lo que quieren. – Dije.
– Creo que eso es lo mejor ahora. Hablar. – Dijo Raphael. – De verdad me gustaría entender que es lo que eres...
– Es más complicado de lo que te imaginas... – Susurré.
Lo miré a los ojos nuevamente, esta vez sin miedo. El también me observaba, y ambos nos dimos un segundo como para analizarnos el uno al otro. El empequeñeció su mirada, ante el análisis que seguramente estaba haciendo de mi persona. En ese momento, no había en ese lugar otro sonido que no fuera el del viento, y el de mi loco corazón, más acelerado de lo que ya era normal en mí. Casi sonaba como un único zumbido, constante.
Continuábamos observándonos, cuando la chica, Malenne, dijo con esa voz tan encantadora.
– Entonces ¿Qué estamos esperando para irnos de este lugar lleno de humanos? Podríamos ir al lugar donde nos dirigíamos cuando nos seguiste ayer.
Me sonrojé. Sabía que se habían dado cuenta. El flujo de sangre invadió mis mejillas, pude sentir como se coloraban lentamente, y también pude imaginar el brillante color rojo que seguramente tendrían tras mi pálida piel.
– No tienes nada de que avergonzarte, niña. Nosotros hubiéramos hecho lo mismo. – Dijo Raphael sonriendo. Sus dientes blancos destellaron como diamantes, contrastando increíblemente con lo nublado del día.
– La curiosidad siempre fue mi talón de Aquiles. – Esa era toda la excusa que tenía. Patético.
– No solo la tuya, créeme. – dijo por lo bajo la encantadora chica a mi lado.
Malenne me desbloqueó el paso, e hizo un gesto para que avanzara por el camino que nos llevaría de nuevo hacía el patio central. Caminamos lentamente, siguiendo otro de los pequeños caminos que bordeaban el edificio principal. Esa era la única forma de salir disimuladamente del campus.
El receso de media mañana estaba por terminar, aunque eso no importaba realmente, pues ninguno de nosotros concurriría a ninguna de las clases siguientes. Marchamos, intentando no llamar la atención, por el estrecho camino que dirigía hacia la parte posterior del gran edificio que se cernía detrás de nosotros. Todavía quedaba un leve rastro de sus aromas. Aunque como siempre, estaba empapado de una fuerte corriente de efluvios humanos.
Las miradas de la gente comenzaron a incomodarme. Nuevamente, todos empezaban a mirarme. Pero quizás esta vez no era solo a mí. Ahora los miraban también a ellos. Tan hermosos y perfectos a mi lado. Y esa era la forma en la que todos deberían vernos. Estábamos diseñados para que nos encontraran atractivos, para que quieran acercarse y así sucumbir.
Imaginé por un momento el cuadro que deberíamos estar representando. Una chica alta, castaña, junto a otra pequeña y rubia, acompañadas por un muchacho castaño rojizo, los tres espectralmente pálidos, y sobre todo, hermosos.
La curiosidad que despertábamos no era nada bueno, y aunque en las últimas semanas había logrado pasar desapercibida, ahora todo parecía hasta irrelevante. Mis padres ya me habían advertido hasta el cansancio que me concentrara en aparentar la mayor humanidad posible. ¿Pero quien creería que los individuos que me flanqueaban, con sus perfectas facciones y cuerpos, eran simples humanos?
Era algo ilógico.
Sin embargo, no debíamos poner las cosas más difíciles. Debía concentrarme en no llamar la atención en el campus. En especial ahora, estando mi cobertura pendiendo de un único hilo. Había adquirido muchas esperanzas con respecto a eso. Steven no había hablado, o si no había hecho, quizás nadie le creyó. Eso era algo bueno en todo ese mar de lamentos.
Después de todo, guardar el secreto debería ser una tarea más fácil para mí que para el resto de mi familia, que son estatuas frías moviéndose, a diferencia de mí, que soy en parte humana.
Cruzamos otro de los edificios en la parte de atrás de los del terreno de la universidad. Recorrimos ese camino, mucho menos concurrido que el anterior, hasta llegar casi al fondo del campus. Traspasamos el frente de la cafetería, y nos deslizamos hasta la parte de atrás, donde había un lavabo lleno de platos y ollas. Ese era el límite de toda la extensión que ocupa el predio. Un único y alto muro bordeaba toda la frontera con el exterior.
La chica se trepó por la estructura, y salto llena de gracia sobre el techo de la cantina. Él la imitó, y no tuve más remedio que seguirlos. Saltaron hacía el otro lado, pues esa era la única forma de abandonar el campus. Se colaron por un pequeño espacio que había entre el muro, donde había una grieta lo suficientemente grande como para que una persona pasara.
Al atravesarla, ya nos encontrábamos fuera de la universidad.
Entonces comenzaron a correr con verdadera rapidez. Hacía tiempo que no me deslizaba a tanta velocidad. A pesar del miedo y de lo tensa de la situación, eso logró relajarme. Había pasado mucho tiempo fingiendo. Ahora que podía sacar esa parte de mi verdadera naturaleza, la rigidez de mi cuerpo se liberó levemente. Nos deslizamos a cientos de kilómetros por hora por ese prado nevado, minado por pinos y rocas pulidas. Juneau fue quedando a nuestras espaldas con demasiada facilidad. Y el nuevo paisaje resultaba cada vez más estéril, carente de toda vida. No podía escuchar ni el mínimo sonido de alguna criatura que se encontrara en las cercanías. Tal vez simplemente habían enmudecido a nuestro paso. Algo lógico, desde luego.
Durante el camino estuve la mayoría del tiempo rezagada, más por voluntad propia que porque fueran más rápidos que yo. Quise analizar cuidadosamente la conversación que acabábamos de tener. No era que hubiese sido muy extensa, pero no había percibido ninguna señal de peligro. Por eso había accedido a alejarme del campus, ya que presentía que todo iba a terminar bien. Otra cuestión atrajo mi atención durante el viaje. Raphael había llamado a Malenne "hermana". ¿Serían realmente hermanos o era solo una costumbre entre ellos? No eran muy parecidos, pero tampoco demasiado diferentes. Quizás tenían la misma nariz y el mismo mentón, pero por todo lo demás era difícil adivinar. Sus cabellos eran completos contrastes, pues ella era divinamente rubia y el tenía una tonalidad rojiza en sus cabellos oscuros. El resto de sus rasgos eran simplemente parecidos a todos los vampiros que podría conocer. Simétricos, pálidos, y fríos. Lo único realmente idéntico que tenían era su belleza deslumbrante.
Solo me atrevía a afirmar una cosa de ese par de personajes: No eran compañeros. No se miraban con el brillo del amor en sus pupilas. En eso sí tenía experiencia, porque cuando un inmortal encuentra el amor, este brilla para siempre en lo más profundo de sus ojos. Este no era el caso, ellos no respondían a ese comportamiento. Aunque a decir verdad no veía motivo para que eso me importara. Aun así, la pregunta quedó flotando en la nebulosa de mis pensamientos.
Nos desviamos mucho del camino que yo había seguido inicialmente, doblamos hacia el Este en un momento, y luego otra vez hacia el Sur. La verdad es que nunca había tenido un sentido de la orientación demasiado agudo, por lo que no me sorprendía que me hayan eludido tan fácilmente. Tardamos más de una hora en llegar.
El lugar era hermoso.
El suelo estaba totalmente cubierto, no obstante en algunos lugares sobresalían brillantes superficies de roca renegridas, que emitían un brillo oscuro que contrastaba hermosamente con la blancura inmaculada de la nieve. Los pocos árboles que había se erguían imponentes, proyectando débiles sombras sobre el suelo, debido a lo escaso de la luz. A lo lejos se podía vislumbrar una cascada que arrojaba una gran cantidad de agua cristalina. Del Oeste provenía una brisa muy relajante y persistente, que agitaba mi cabello, conviviéndolo en un abanico sutil que lamía cariñosamente mi rostro.
Caminamos unos cuantos metros más sobre aquel increíble claro. Era un lugar de ensueño, sacado de una novela romántica.
Se detuvieron en una roca muy grande, que era una especie de mesa. Se sentaron sobre ella y aguardaron a que me les una. Me acomodé en ella un segundo después. Quedamos los tres uno enfrentado al otro. Formando un círculo.
En ese momento no se me cruzó nada por la mente como para poder iniciar nuevamente la conversación. Solo sabía que si quería respuestas, ese era el momento indicado, y tal vez el único. Los segundos comenzaron a transcurrir lentamente, mientras nos observábamos con todo el interés que en realidad teníamos, y la misma muda expectación.
Entonces Raphael habló.
– Bueno, Nessie. Creo que seremos nosotros los que empecemos.
Me golpeó un latigazo de sorpresa, confusión y miedo.
¿Había escuchado bien?
¿Había dicho Nessie?

Ocaso Boreal - Continuación de CrepusculoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora