Parte 5 Juneau

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Todos entendieron la nueva resolución a la que habíamos llegado Jake y yo. Mi madre no pareció sorprendida al ver el anillo en mi mano, pero mi padre puso una increíble mala cara, y por un momento me pereció que a él también le estaba dando un infarto.
Cosa imposible, desde luego.
No emitió comentarios, tal vez mi madre ya le había explicado como venías pasando las cosas. La verdad no lo sé. Pero era lo suficientemente gallina como para esperar que él fuera el que me encarara.
Pero a pesar de la mirada algo hostil de mi padre, me encontraba en la cúspide de la dicha. El corazón no me cabía en el pecho, porque estaba inflado de muchas emociones intensas y fuertes, que intentaban dominarlo al mismo tiempo. Amor, pasión, ternura, ansiedad, coraje y, debía admitir, una leve cobardía por lo que luego de mi viaje se me venía encima. Siempre lo desconocido origina miedo, pero no por eso es malo.
El día de la partida llegó rápidamente. Y nos encontró tranquilos.
Billy había recuperado el conocimiento el mismo día en el que Jacob y yo habíamos reafirmado nuestro compromiso, porque en cierta forma, él y yo ya lo estábamos. El anillo era solo una prueba más de nuestro amor, aparte de la pulsera queliute que tenía en mi muñeca.
El cualquier caso, mi suegro se encontraba bastante bien.
Mi abuelo no preveía ninguna secuela grave del infarto, pero si le recomendó que estuviera en cama y relajado. Nada de emociones fuertes por un buen tiempo.
Al enterarse que Jacob se quedaría con él para intentar cuidarlo lo mejor que pueda, Billy se sintió culpable.
- No dejes de hacer tu vida por mí, Jake. Vete, yo me cuidaré solo. Y si no puedo, ya le pediré ayuda a Sue o a Charlie. - Había dicho una vez que le contamos las novedades.
Pero los dos sabíamos que desde que mi abuelo materno y la mujer estaban juntos, Billy no se llevaba tan bien con ellos. Pensé un segundo en ello. Tal vez Billy sentía que estaba faltando el respeto a la memoria de Harry Clearwater, a quien no conocí. Como sea, si bien el padre de Jake y mi abuelo tenían una buena relación, al parecer no era tan buena como antaño.
- Nada de nada, papá. Yo me quedaré aquí. Cuidándote. Aunque te aviso que no soy la mejor de las niñeras. - Jake rió.
- Tienes todo el derecho de irte, sin que yo interfiera en tus planes. - Repitió mi suegro.
- Lo siento, papá. La decisión ya esta tomada, así que no tiene sentido que digas nada. - Replicó el hombre lobo.
Al final, Billy se cansó de intentar convencer a su Jake, y se hizo a la idea de que este se quedaría, por lo menos al principio.
Mi ultima noche en Forks fue un suceso inolvidable, que superaba con creces todos lo recuerdos que tenía en compañía de Jake.
Por una excepción extraordinaria, mi padre había permitido que Jacob pasara la noche en la casa.
Algo que en realidad, tampoco hacía muy feliz a mi prometido, porque según decía con frecuencia, el olor a vampiro no era algo a lo que te puedes acostumbrar fácilmente, no importa que las sanguijuelas en cuestión sean amigos.
Me molestaba cuando lo decía, en especial porque en cierta forma yo también era una sanguijuela. Él se retractaba inmediatamente al ver la expresión que adoptaba, pero eso no bastaba para quitarme el mal humor que ocasionaba.

Mi olor no le molestaba en lo más mínimo. Mi efluvio era una mezcla completamente equilibrada entre el dulce hedor de un vampiro, y la apetitosa esencia de un humano. Había lo suficientemente de humana en mi como para compensar esa quemazón que decían los lobos sentir cuando captaban un efluvio de inmortal.
Cuando nos retiramos a mi dormitorio, dejando a mis padres y a todos los demás miembros de mi familia en medio de una conversación que de verdad no me estaba entreteniendo, nos acostamos abrazados en la enorme cama de mi cuarto. El único lecho en toda la casa que en realidad se utilizaba para dormir.
La noche ya se había extendido por todo lo largo y ancho del cielo, y la oscuridad predominaba en el ambiente. La luna estaba nueva, por lo que afuera, todo resultaba oscuro, sin la luminosidad del astro salpicando destellos plateados en la naturaleza.
- ¿De verdad estás seguro que no quieres ir conmigo? - Intenté por última vez.
Jacob me miró a los ojos, y sonrió a medias.
- ¿De verdad quieres desperdiciar tu ultima noche aquí hablando de eso? - Dijo, cerrando el tema en forma definitiva.
- No, claro que no. - Contesté.
Nos apretamos fuertemente el uno al otro. Dedicándonos a amarnos de un modo silencioso, y completamente tácito.
Cada segundo avanzó sin prisa, dándonos el tiempo suficiente para acariciarnos el uno al otro, con tranquilidad, y sobre todo, con la intensidad que deseábamos.
En algún punto en la noche, comenzamos a hablar de nuevo. Afuera no se escuchaba ningún ruido más. Todos estaban es sus cuartos ya.
- ¿Cómo puede ser posible que te ame con tanta desesperación...? - Preguntó.
- No lo sé, pero de verdad me pone muy feliz. - Contesté sonriendo.
- Hablo en serio. ¿De verdad crees que todo esto es obra de la magia? - Dijo.
- ¿Quién sabe? Hace tiempo que dejé de preguntármelo. - Admití, escogiéndome de hombros. - Solo me limito a vivirlo intensamente.
Me acerqué y lo besé. Hice que el momento se hiciera largo, acomodando mis labios de piedra entre los suyos suaves. Recorrí con la lengua la línea de su mandíbula, me hundí en su garganta, besando el hueco que tenía allí.
Luego, pasó algo extraño.
Hacía poco que había ido de caza, pero la sed arremetió en mi garganta. De repente la sentí seca, irritada. El pulso, corriendo calido debajo la gruesa piel de Jake, de repente se volvió irresistible.
Un flujo de saliva se concentró en mi boca, rogando a voces que deslizara mis dientes por la vena palpitante que se encontraba a escasos centímetros, por la cual recorría la sangre cálida de mi novio.
Quise morderlo, beber su sangre y luego besarlo toda la noche. La imagen se presentó en mi cabeza, tan concisa que por un segundo dudé si tan solo fuera obra de mi mente y no algo que hubiera pasado. El hormigueo de mi cuello se hizo más intenso, si es que eso era posible.
Aún seguía teniendo mis labios en ese calido rincón de su cuerpo, recorriéndolo, demasiado shockeada como para saber que hacer. El instinto luchaba contra el sentido común, pero la pelea era tan pareja que no podía saber quien estaba ganando. En un segundo decisivo, el instinto retrocedió un centímetro, y entonces pude pensar con la suficiente claridad.
Me alejé rápidamente, causando un sobresalto en él, que se extrañó ante lo repentino de mi retirada.
- ¿Qué pasa? - Preguntó, agazapándose y mirando para todos lados.
- Nada... - Conseguí susurrar, la voz apenas salió entre mis labios. Sentí un repentino escalofrío por la sensación que me había embargado.
Jake seguía de frente a mí. Mirándome sin comprender.
- ¿Qué fue eso? - Quiso saber, una vez que entendió que no corríamos ningún peligro.
Lo miré a los ojos, sin saber si era algo que quería compartir con él.
- Renesmee... - Insistió.
- Nada. - Repetí, esta vez con mayor seguridad.
Pero todavía tenía esa sed insaciable en la garganta. Tragué compulsivamente, para aligerar el peso que sentía, aunque fue inútil.
Respiré por la nariz, pero su efluvio, tan cercano y embriagador en tantos sentidos, no me pareció apetecible, no como un alimento, por lo menos. Sin embargo, había sentido esas ansias de beber su sangre, no lo había imaginado.
Retomé el hilo de la situación en tan solo unos segundos, ante su mirada inquisidora, que no se había relajado ni un ápice en ese momento que me resultó una eternidad.
- Me he sobresaltado por una tontería. -Mentí. - Lo siento.
- Cuéntame. - Exigió. - Nunca te había visto tan alterada.
Pero no era algo que pudiera confesar. Jacob entendía que la necesidad que tenía de la sangre era simplemente parte de lo que era.
Un vampiro.
De lo que no estaba segura, era si podría comprender lo que acababa de pasar. Ni siquiera yo misma podía asimilarlo.
- No ha sido nada. Debe ser que estoy nerviosa porque mis padres están en la otra habitación. Lo siento. A veces olvido que ya no soy una niña. - Vaya, esa era la primera vez en la que mentía a Jake, me sentí fatal.
El sonrió. Que fácil era engañarle.
Se acercó con más sigilo, pendiente de mis reacciones. No tenía idea de que yo también me encontraba en ese mismo momento aguardando una respuesta equivocada por parte de mi cuerpo.
Pude saber que esta vez no había peligro.
Respiré profundamente una vez más.
Y me rendí de nuevo a los besos de Jacob. Aunque todavía tenía miedo de lo que pudiera pasar, luego de tan solo unos segundos logré olvidar lo extraño que acababa de vivir.
Seguí exactamente desde el lugar donde me había quedado. Saboreé cada centímetro de su piel cobriza, caliente debajo de mis labios, que la recorrían incansablemente. Mi novio no tenía más ropa que sus acostumbrados pantalones cortos, así que pude deleitarme tocando con mis manos su pecho desnudo, fuerte y seguro como ningún otro. Su estomago liso y definido, sus brazos enormes, sus hombros anchos, su cuello esbelto, su mentón afilado, sus pómulos prominentes, su nariz recta, el hueco de sus ojos y la extensión de su frente. Grabé en mi tacto todos esos detalles de su rostro. Y me sentía capaz de reconocerlo entre miles de personas.
Pude sentir también sus labios recorriendo el contorno de mi cuello, descender por el hueco de mi garganta, y entretenerse un momento allí. Su lengua deslizándose por mi piel de granito causaba un temblor que nada tenía que ver con el frío o el miedo. O tal sí era un temor. Pánico a que se vaya y no me ame más de esa forma prodigiosa en la que lo hacía.
Pero no pensaba en eso. Solo tenía espacio en mi mente para procesar el hecho de que estaba al lado de ese ser tan maravilloso. Juntos, amándonos de una forma tan especial y única.
El sentimiento era tan embriagador, que sentí como si el mundo a mí alrededor estuviera girando a una velocidad supersónica, y fuera incapaz de frenar, ni siquiera un segundo.
Él tampoco se detenía, besaba con pasión cada una de las partes de mi cuerpo. Tomándose su tiempo para memorizar el sabor y la textura.
Seguramente era injusto disfrutar de aquello. Tal vez fuera un pecado sentirse tan inmensamente amada.
Sentí un gemido bajo queriéndose deslizar desde el fondo de mi garganta, pero lo contuve, sabiendo que si emitíamos un solo sonido, mi padre se materializaría en mi cuarto y sacaría a Jacob a patadas, o peor, a pedazos.
Me retiré un segundo, aunque hacerlo me ocasionó un dolor físico. Un malestar generalizado que invadió mi corazón, y se extendía por el torrente sanguíneo como la peor de las enfermedades.
- Espera, no quiero que todos se enteren lo que estamos haciendo. - Dije, cuando mi novio puso una increíble mala cara ante mi nueva retirada.
- Si supieras lo que están haciendo los demás, ni siquiera te preocuparías. - Respondió. - Dudo que estén prestando atención.
Reí por lo bajo.
- Eso no tiene nada que ver... - Le dije. - Además ellos son adultos. - Enfatizando un fuerte sarcasmo en la última palabra.
Jacob puso los ojos en blanco.
- Vamos. - Le dije. - Mi padre no bromea cuando dice que si te pasas de la raya te va a arrancar la cabeza.
Suspiró largamente. Al igual que yo, intentaba bajar sus revoluciones.
Me recosté a su lado, mucho más relajada, y tomé su mano fuertemente. Apoyé la cabeza en su pecho, acurrucándome a su cuerpo, como si tuviera calor, aunque en realidad no era así. Él me envolvió tiernamente con sus brazos, y eso me hizo sentir bien.
- Te voy a extrañar. - Dijo.
- Jake, de verdad, puedo cancelar todo ahora mismo. - Le dije, otra vez apenada por mi novio. - Mis padres no se opondrán, es más creo que se aliviarían si decido no irme.
- Niña tonta. No lo decía por eso. Ya lo hablamos. No quiero repetirte las cosas. - Contentó, besándome el pelo. - Toda la manada te ha mandado saludos, en especial Emily y Sam. Esperan que disfrutes del viaje.
Sonreí.
- Gracias, que considerados han sido al mandarme saludos. - Contesté. Me ponía de muy bien humor que los miembros de las manadas pensaran en mí como una de ellos.
En cierta forma, a pesar de ser en parte humana, encarnaba alguien que en realidad era un enemigo natural.
Entonces una olvidada pregunta del pasado tomó posesión de mi mente. Aunque hace unos instantes había dicho que de verdad no me tenía preocupada, ahora se instaló de lleno en mi cabeza.
- Jacob. - Pregunté. - ¿Qué crees que es lo que origina la imprimación?
Mi prometido me miró a los ojos, se hundió en sus propias conjeturas y volvió a la realidad unos segundos después.
- En realidad, no lo sé. Los motivos que siempre creímos como ciertos, al pensar en nosotros dos pierden convicción. - Explicó.
Claro, las dos teorías que tenían los lobos eran que la imprimación se origina para crear lobos más fuertes, como Jacob o Sam, o para perpetrar el linaje y que la mutación genética que permite la transformación pase a la siguiente generación.
Pero eso no tenía sentido para Jake y para mí. Yo no podía tener hijos. Mi cuerpo, a pesar de tener funciones propias de la naturaleza humana, estaba incapacitado para la gestación de un bebé.
Además jamás había tenido periodo. Eso solo podía ser una certeza de mi infertilidad.
La idea no me atormentaba, primero porque al entender mi origen, una criatura que nació de la unión de un vampiro y una humana, me di cuenta de que mi sola existencia era algo inusual y extraño. Era de suponer que no pudiera gestar en mi vientre una nueva vida, siendo un hibrido.
Los niños me gustaban, en especial los pequeños, como el bebé de Sam, Joseau. Pero el papel de madre me resultaba algo más parecido a un juego que a una realidad. Y también una responsabilidad muy grande.
Antes de seguir revolviendo en mi propia mente, contesté a Jake.
- Sí, ya lo sé. ¿Crees entonces que no hay un motivo en especial? - Inquirí.
- Las leyendas no son muy claras con eso. Solo afirman que son excepciones a la regla. Por ejemplo, en la historia de la tercer esposa, Taha Aki esta imprimado de ella. Esa se conoce como la primera imprimación. - Razonó. - Pero él también tuvo hijos con las otras dos, y todos resultaron ser lobos, no solo los últimos. Y mi padre no pudo haber imprimado a mi madre y tampoco el de Sam a la suya, porque no fueron lobos, por lo que no somos tan enormes por ese motivo.
Y eso nos llevó a un callejón si salida.
- Tal vez solo tenga que ver con algo que no comprendemos. - Aventuré.
- Eso debe ser. - Concluyó. - Ahora mismo no se me ocurren muchos motivos. No teniéndote aquí a mi lado.
- De verdad, ¿No cambiaras nunca? - Susurré, y me incorporé un poco para comenzar a besarlo de nuevo.
Así transcurrió la noche, mientras nos dedicábamos a explorarnos el uno al otro. Besarnos hasta que nos quedábamos sin aire, y luego descansar un poco, para volver a empezar de nuevo.
Al cabo de un tiempo que no supe precisar, el cielo comenzó a aclararse, y el cielo se tiñó de color gris claro. El día era como cualquier otro, aunque todavía no llovía.
Pronto se hicieron las siete de la mañana de ese sábado.
Jake se había quedado dormido cerca del alba, pero yo era incapaz de hacerlo. Solo pude observar a través de la pared de cristal de mi cuarto como la naturaleza revivía con el nuevo día que comenzaba.
Me levanté de la cama, procurando no despertar a mi novio, que roncaba ruidosamente y parecía un niño pequeño, pese a su descomunal tamaño.
Caminé hasta el baño y tomé una ducha, mientras pensaba en que podría ponerme esta vez.
Entré en el armario, sin mucha idea de que vestir. El resultado fue una simple camisa de franela negra y unos jeans azul oscuro. No era lo que hubiera elegido generalmente, pero el tema de la partida me tenía más absorta que cualquier otra cosa.
Miré mi cuarto, ese lugar en el que había descansado los últimos años. Una especie de templo en el cual podía sumergirme y meditar. Pensar en mi vida, en mi familia, en mi Jacob. Memoricé cada detalle, hasta el último, para tenerlo siempre presente.
Me senté en el tocador, y observé mi reflejo. Tenía un poco de ojeras, lo cual no era común en mí. Seguramente se debía a que no dormía bien desde hacía varios días.
En un flash back rememoré la noche que acababa de terminar. Más precisamente, el momento de la sed incontrolable.
¿Cómo es que había pasado eso? En ese instante, en el cual sabía que no había pasado nada, y podía recordarlo como un momento de locura limitada, me sentí mucho menos preocupada. Pero, sin embargo, no encontraba lógica a ello. Estuve dándole vueltas al asunto por varios minutos, pero mi mente no parecía predispuesta a cooperar.
Cerca de las ocho y media desperté a mi prometido, aunque le costó un poco recuperarse de la modorra. Su mirada todavía estaba un poco desviada cuando volvió a hablar.
- ¿Ya es hora de que te vayas? - Preguntó.
- Sí, mi amor. En un rato debemos salir hacia Seattle. - Contesté, dulcificando el tono de mi voz.
Una vez lista, bajé hacia la estancia. Jacob todavía estaba acostado, medio dormido y medio despierto.
Al bajar, mis padres ya estaban cambiados y listos para partir.
- Buen día, cielo. - Saludó mi padre, y se acercó a abrazarme.
- Papá. - Contesté, respondí al abrazo.
Luego mi madre se unió a nosotros. Estuvimos los tres juntos unos momentos. Sin separarnos unos de los otros. Sentí como el amor me inundaba el cuerpo, y se calaba en lo más profundo de mi corazón desbocado.
Pensé en ese sentimiento tan intenso que me invadió, tan profundo y hermoso, que me hubiera resultado difícil no compartir con ellos. Lo plasmé en sus mentes, y sus brazos se ciñeron más a mi cuerpo.
Los minutos transcurrieron lentos en esa despedida silenciosa, cuando los tres nos arrojábamos a lo desconocido.
Yo no tenía idea de lo que me esperaba en Juneau, pero igualmente quería arriesgarme a hacerlo. Era necesario para mí. Valerme por mi misma. Sola, pendiente de mis necesidades.
Cuando nos separamos, lagrimas comenzaron a deslizarse por mi rostro, y mi madre colocó uno de sus delicados dedos sobre mi mejilla, para tomarla.
- No llores, hija. Disfruta de esto, y luego vuelve a nosotros.
Mi voz sonó rasposa cuando hable.
- Te amo, mamá. Te voy a extrañar. A ti también papá. - Dije, mirándole.
Él tomó mi mano y la acunó en su rostro.
- Si no encuentras tu lugar en Alaska, puedes volver cuando quieras. No importa el momento. Incluso si llegas y no te gusta, no dudes en dar la vuelta inmediatamente. - Y se acercó una vez más y depositó un tierno beso en mi frente.
Tan solo unos segundos después, a mi alrededor se encontraba toda mi familia. Rosalie, tan rubia y perfecta como siempre. Alice, tan minúscula como encantadora, con su andar lleno de gracia. Jasper, con ese paso seguro y sigiloso. Emmett, con su jovialidad inmutable y su sonrisa traviesa. Mis abuelos, con sus miradas piadosas y sus gestos bondadosos.
Las despedidas con ellos fueron efusivas, cargadas de sentimientos y promesas de echarnos de menos.
Por un momento, pensé en que demonios estaba pensando para alejarme de todos ellos, pero luego deseché la idea. Habías varios motivos que lo justificaban.
Jacob descendió a la estancia en el momento justo para irnos.
Su rostro había perdido gran parte de la simpatía que había tenido la noche anterior, pero sabía que no era porque estuviera arrepentido de su decisión.
- Ya nos vamos. - Le dije.
Tomamos en Volvo y subimos los cuatro.
Mis padres adelante, tomados de la mano mientras Jacob y yo viajábamos atrás solo mirando el paisaje y hablando muy poco.
Me hubiera gustado asir fuerte la mano de Jacob, para mantener a raya los nervios de los que era presa en ese momento, pero eso era poner a prueba el humor de mi padre, y no quería discutir justo ese día.
El aeropuerto de Seattle no estaba demasiado concurrido. La gente caminaba hacia la terminal que le correspondía según el vuelo que abordaría. Lo complicado fue sacar todas mis maletas del auto. Mi padre y mi novio pusieron cara de pocos amigos cuando vieron las seis valijas una arriba de la otra. Bueno, había exagerado un poco.
Mi madre no dijo nada, a pesar de que era poco partidaria de la moda. En el control antes de abordar, los miembros de seguridad nos miraban a todos como idiotas. Jacob se había vestido completamente para la ocasión. Primero porque Seattle no era Forks, y no podía caminar por ahí con su acostumbrado pantalón corto como única indumentaria.
Debía admitir que estaba adorable con sus pantalones de jean azul y esa camisa blanca. Todo debajo de un impermeable gris claro que le quedaba genial sobre su piel morena. No estaba para nada cómodo, pero por lo menos accedió a darme ese último gusto.
- Bueno, creo que esto es un Adiós. - Dijo Jake antes de que cruzara la puerta que me permitiría abordar mi vuelo.
Un nudo se hizo en mi garganta, demasiado fuerte y duro, casi imposible de deshacer.
Levante mi mano y acaricié su rostro, al mismo tiempo que el cerraba los ojos, como si estuviera disfrutando de ese ultimo momento juntos.
- Te amo. - Le dije, y me acerqué a abrazarlo.
Me estreché a él, con tanta necesidad que por un momento deseé fusionarme a su cuerpo, y formar un solo ser. En cierta forma, eso es lo que éramos. Una sola entidad, representada en dos cuerpos. Usé mi don y refresqué en su mente todos los recuerdos de esa última noche, mientras mi Jacob sonreía ante la corriente de imagines que llenaba su mente.
- Yo también te amo. Recuerda que siempre será así. Vuelve pronto, y no te vayas nunca más. - Susurró a mi oído.
Mis padres estaban observando toda la escena, pero eso no evitó que me despidiera de mi novio como era necesario. Busqué sus labios con los míos, y no sentí el miedo ni cuando escuché cerrarse tensamente la mandíbula de mi padre, ni cuando oí como mi madre tomaba su mano y evitaba su avance. Supongo que había sido un error mostrarle a Jacob los momentos de la noche anterior. Había olvidado que también mi padre podría verlos.
Era una idiota.
El beso fue breve, delicado como una flor, y tierno.
Nos miramos a los ojos por un tiempo indeterminado, en el que pude ver a través de él todos esos sentimientos puros y desinteresados que solo guardaba para mí. Por un fugaz instante visualicé la posibilidad de dejar todo como estaba y volver a Forks, para amarnos como era debido, pero algo en mi mente me dijo que era tarde. No podía estar cambiando de opinión a cada momento, eso no era lo que hacía una persona madura, y eso es lo que justamente quería demostrar que era.
Luego me volteé para despedirme también de a mis progenitores. En sus pupilas vi el dolor.
Una vez que no quedaba nada más que hacer aparte de marcharme, los miré a los tres. Las personas más importantes de mi vida.
Hice un último gesto de despedida y subí al avión, solo con mi chaqueta más gruesa y un bolso de mano.
Me senté en mi asiento de primera clase, y miré como el aeroplano maniobraba en la enorme pista para despegar.
El viaje no sería largo, pero igualmente me sentí repentinamente cansada. Cerré los ojos y pensé en todos una vez más. No pude evitar que las lágrimas comenzaran a caer, y me dediqué a llorar hasta que la fatiga me venció. Tal vez una aeromoza me preguntó si necesitaba algo, pero para ese momento estaba demasiado desenfocada como para poder afirmarlo.
Solo sé que en el momento en el que el avión despegaba sus pesadas ruedas del suelo, me quedé dormida.
En un tiempo que me parecieron muchos años, el vuelo terminó. Mi metabolismo no permitía que se originaran bolsas a causa del llanto, pero mis ojos estaban igualmente irritados.
Descendí en medio de una masa indefinida de gente, que se apresuraba a colocarse sus abrigos, ante el cambio repentino entre la temperatura agradable del avión y la baja que seguramente estaría sintiendo en el aeropuerto. Yo también lo hice, más como hábito que porque sintiera frío. Mi cuerpo no lo sentía, pero hubiera sido raro que saliera a la templada Alaska sin algo que me cubriera.
Caminé por el lugar, buscando mis maletas, para terminar lo más rápido posible con todo aquello. Hubiera podido cargar perfectamente las seis maletas por mi misma, y con una sola mano, pero tuve que pedir ayuda a alguien. Una chica de veinte años y delgada como yo, no podría cargar con semejantes trastos.
Un empleado que estaba por allí se encargó de conseguirme un oportuno carrito con el que podría salir al estacionamiento del lugar, donde debería encontrarse mi auto.
El hombre no paró de mirarme en todo momento, y me dio mucha vergüenza.
Al retirarme hacia mi destino, lanzó un suspiro resignado.
- Espero haber sido de ayuda, hermosa señorita. - Tartamudeó, muy apenado.
Le sonreí, pero inmediatamente me arrepentí, porque pude notar como su pulso se detuvo por un instante.
- Ha sido de mucha ayuda, caballero, de verdad le agradezco. - Le contesté con la mayor cortesía posible, y me giré nuevamente hacia el estacionamiento.
Mi coche estaba en el exacto lugar donde me prometió mi padre que estaría.
Coloqué las maletas en los asientos traseros, y me senté en mi sitio.
Me autoanalicé, para saber que era lo que sentía en ese momento. Todavía no me era posible saberlo a ciencia cierta.
Estaba a mi suerte y mi única responsabilidad era cuidar de mi misma. No tenía a nadie que me protegiera y tampoco a quien recurrir en caso de una emergencia. Por primera vez en toda mi corta existencia estaba sola.
Eso era lo que había estado buscando y lo que pretendía. Ahora lo tenía.
Tal vez no lo sentía como algo positivo porque todavía no experimentaba todo los demás. La universidad, la relación con los humanos.
Este sería un semestre divertido.
Porque seguramente conseguiría amigos, o eso esperaba.
Puse en marcha el coche y conduje hacia Juneau. El aeropuerto estaba unos pocos kilómetros alejado del centro de la cuidad.
Tomé una autovía, convencida de que era la mejor forma de llegar. Había estudiado muchas guías y buscando mucho en Internet acerca de la nueva cuidad que sería mi hogar por los próximos meses. No me costó mucho encontrar la dirección a la que me estaba dirigiendo. Por el camino, me encontré con pequeñas ciudades, Lemon Creek, Vanderbilt Hills, hasta que llegué a mi destino.
La capital era muy hermosa. El asfalto estaba cubierto por una delgada capa de escarcha y los pinos coronados por nieve. Recorrí un poco, a la idea de conocer un poco más el lugar. La brisa en las aceras era constante, y la gente caminaba en las calles, abrigada para resguardarse del frío. En ese momento, el cielo era profundamente azul, pero se divisaban unas grandes nubes, que pronto lo cubrirían por completo. En el horizonte se asomaban los cordones montañosos que bordeaban la cuidad de ese inhóspito estado de Norteamérica.
El edificio era muy bonito y estaba muy cerca del centro. Entre las llaves que me había dado mi abuelo, había un pequeño control que accionaba la puerta del garaje. Oprimí el botón señalando a la puerta de hierro, y esta se abrió inmediatamente. Descendí con mi deportivo azul hacia la cochera subterránea, mientras buscaba un sitio para estacionar. Inmediatamente, vi en una de las paredes el número de mi departamento pintado. Ese era el lugar que me correspondía.
Caminé un segundo en ese lugar oscuro, solo iluminado por unos esporádicos tubos fluorescentes colgando del techo renegrido, hasta que divisé un ascensor. Me subí en él y marqué en el tablero el tercer piso.
La puerta mecánica se abrió en un amplio hall pintado de blanco, decorado con algunos muebles de estilo moderno, como una mesa ratona y un florero, y también un perchero de madera maciza labrada.
El departamento era un piso completo. Desde esa antesala, había una única puerta, que daba a la entrada principal del inmueble. Introduje la llave plateada en la cerradura, y me topé con mi nueva morada.
Tenía una estancia amplia, delicadamente amueblada. Había un sofá blanco y enorme, acomodado de costado a una gran ventana que daba a la calle principal. Había un enorme televisor contra la pared, y una estantería llena de libros. Estaba pintada en un delicado color pastel, el piso era de madera muy clara, y las cortinas blancas.
Sonreí. El lugar me pareció perfecto. Estaba adecuado exactamente al mismo estilo que mi hogar.
Seguí recorriendo el departamento, y en la primera puerta que se cruzó en mi camino, encontré el baño. Era más bien pequeño, pero era suficiente. Tenía una bañera de porcelana, y un espejo muy grande. Los cerámicos eran blancos y el piso negro azabache en baldosones enormes.
La cocina estaba al lado, y se comunicaba directamente con la estancia, que funcionaba también de comedor. Dando la vuelta había una puerta doble, y al ingresar, había un estudio. Un pesado escritorio era lo que más destacaba, sobre el cual descansaba un ordenador muy moderno. Todas las paredes estaban cubiertas de estanterías, llenas a su vez con muchos libros, entre los que estaban en su mayoría mis favoritos. Brontë, Shakespeare, Frost, Wilde y muchos otros más. El lugar era calido, en especial porque contaba con una chimenea, que sería muy útil para lo más crudo del invierno en esa región nórdica. Al final del pasillo, estaba la última puerta de mi nuevo hogar.
Al abrirla, me encontré con una enorme habitación, pintada con los mismos tonos del resto de la casa. Las paredes eran de un hermoso azul hielo, las cortinas eran de un azul profundo, y la colcha de la colosal cama hacía un perfecto juego con ellas. Las mesas de noche a sus flancos eran blancas, y el tocador también. Un espejo de dimensiones imposibles estaba apoyado arriba de el, haciendo que reflejara la mayoría de la habitación.
Había una única ventana, también muy grande, que dejaba entrar toda la luminosidad que otorgaba el clima nublado del exterior.
Me senté en la cama, y no se porqué motivo, comencé a llorar.
El lugar era perfecto. Hecho a la medida para mí.
Quise llamar a mi abuelo y a mis padres y agradecerles por todo lo que habían echo por mi, pero ahora no quería escuchar sus voces. Eso solo me causaría mayor remordimiento, y aumentaría mis ganas de haberme quedado en Forks.
Bajé de nuevo a lúgubre estacionamiento, y tomé mis maletas, que por las ansias de conocer el departamento había olvidado en el coche.
Desempaqué lentamente, ordenando a consciencia dentro del armario que había dentro de mi habitación. Si pensabas en las proporciones normales que debería tener un ropero, no estaba del todo mal. Lamentablemente para mí, me resultaba un poco más grande que una caja de zapatos.
Apenas pude acomodar todo lo que había traído, y las puertas se quejaron cuando intenté cerrarlas al momento de terminar. Me pregunté porque mi tía Alice no había interferido con ello. Seguramente, si ella hubiera metido baza, me hubiera encontrado con un dormitorio pequeño, y un armario colosal.
De cualquier modo, las cosas ya estaban hechas, y no tenía sentido quejarse por una cuestión tan menor como aquella.
En fin, el asunto del equipaje estaba resuelto.
Saqué las fotos, y comencé a ponerlas dentro de marcos, que coloqué estratégicamente a lo largo de toda la casa. Algunas en las repisas, otras arriba de la chimenea y la de mis padres en su boda sobre mi mesa de noche
Al caer la tarde, me instalé en la biblioteca y comencé a hojear mi nueva colección de libros. Leí hasta cerca de las ocho, cuando mi móvil, descansando dentro de mi bolso en mi nueva habitación, comenzó a sonar.
Corrí a toda velocidad hacia el, y no le di tiempo para que emitiera un segundo pitido.
- Hola. - Saludé.
- Renesmee. - Dijo mi madre del otro lado. - ¿Has llegado bien? ¿Por qué no nos llamaste antes? - Inquirió.
- Llegué hace unas horas, y no he llamado porque estuve desempacando y ordenando todo, mamá. - Le contesté.
- Está bien. - Dijo, relajándose. - ¿Te gusta el lugar?
- Es hermoso. Simplemente es demasiado perfecto. Gracias, a todos. - Le dije.
- Sabes que no es nada. Tú debes tener lo mejor. - Respondió, dulcificando el tono de voz.
- Te amo, mamá. A los dos. Ya los extraño y solo llevamos unas horas sin vernos. - Sentí el peso de mis sentimientos abatiéndome de a poco.
- Solo disfruta. Mañana descansa, y el lunes empieza las clases relajadamente. Vas a ver que conocerás a muchas personas que te adoraran. Eres demasiado hermosa tanto por dentro como por fuera para no caerle bien a alguien. - Me tranquilizó.
- De verdad eso espero. Los llamaré en cuanto tenga algo que contar. Los amo. Mándales saludos a todos. En especial a Jacob.
- No te preocupes, se lo diré. Billy ha vuelto ya a su casa, y Carlisle cree que no habrá problemas en su recuperación. Jacob fue a preparar todo para que su padre este cómodo. Le dijimos que se puede quedar aquí, pero Billy prefiere estar en La Push, cerca de Rachel y de todos los demás.
- Me perece bien. Adiós, mamá. Te llamo mañana. Te quiero. - Me despedí.
- Cuídate, hija. Adiós. - Cortó.
Afuera hacía frío. Las noches en la cuidad de Juneau eran feroces. El viento se colaba por las calles, deslizando por el suelo todo aquello que no tuviera el suficiente peso para mantenerse quieto.
Me hubiera gustado salir a caminar, pero no era el horario adecuado.
Antes de que dieran las nueve, alguien tocó a mi puerta.
Me sentí repentinamente asustada. ¿Quién podría ser? Acababa de llegar al departamento, y desde luego no conocía a nadie.
Me deslicé hacia la puerta, y la abrí.
Una mujer de unos cuarenta años, rubia de bote y bastante alta, me sonreía detrás del umbral.
- Hola. - Saludó. - siento molestarte a esta hora de la noche. Mi nombre es Elizabeth Roberts. Soy tu vecina, vivo aquí abajo. He visto que te has mudado. Los muebles llegaron hace una semana, y el hombre que los trajo me dijo que pronto llegaría alguien. - Explicó muy pausadamente. - Solo he venido para darte la bienvenida. El piso de arriba esta desocupado y el primer piso es una oficina, por lo que somos las únicas personas que viven aquí.
- Ah... - Dije. - Mi nombre es Renesmee Cullen. Gracias por todo. Espero que nos llevemos muy bien. - Contesté sonriendo.
- Eso espero. - Respondió también sonriendo. - Te traje esto. - Y estiró los brazos en los que llevaba un plato cubierto con un repasador. - Son solo unas galletas, acéptalas como gesto de bienvenida, por favor.
- Muchas gracias. - Dije tomando el plato. - le agradezco de veras.
- No es nada, cariño. Es bueno ver a alguien por aquí. Eres una niña muy hermosa. - Sonrió.
El gesto me hizo abochornarme. Mis mejillas enrojecieron rápidamente.
- No te avergüences, no es nada malo. - Afirmó. - Creo que ya te he molestado suficiente. Adiós.
Y la mujer me dedicó una última mueca de saludo y dio la vuelta hacia el ascensor.
Volví sobre mis pasos camino a la cocina. El lugar era pequeño. Contaba con un refrigerador, un calentador con horno, una mesa cuadrada y varias alacenas. Coloqué el plato en la mesada y tomé una galleta distraídamente. Sabían muy bien.
Me entretuve un poco más, yendo y viniendo por las habitaciones. Acomodando con total precisión todas las demás cosas del departamento. Alineando la mesa del comedor, enderezando las cortinas.
Luego de un rato dejé de hacerlo, todo estaba demasiado limpio y ordenado como para poder hacer algo más.
Estaba cansada. La siesta en el avión me había cansado más que lo que hubiera podido reponerme, y aparte de ese momento, no recordaba con certeza cuando había sido la última vez que había dormido. Tomé un camisón y me cambié la ropa. Me recosté en mi nueva cama, que me resultó increíblemente cómoda.
No era muy tarde, pero todas las cosas que habían pasado lograron dejarme exhausta. Los parpados me pesaban, y solo deseaba descansar.
Pensé en las cosas que me esperarían ese lunes. Las clases ya habían empezado, pero había decidido incorporarme a ellas luego de que cumpliéramos años mi madre y yo.
No podía imaginar la cantidad de personas que estudiaría allí, aunque sabía que no sería muchas, como el cualquier otra universidad. Alaska era uno de los estados con menos población de la nación. Pero algo tenía que servir que Juneau sea su capital. Seguramente me encontraría con una cantidad considerable de personas con la cual pudiera interactuar libremente.
¿Cómo sería relacionarse con una masa desconocida de humanos? ¿Serían ellos más amigables que los vampiros a los que conocía y tanto quería?
Pensé en Zafrina, mi buena amiga amazonas, con la que me podía pasar horas y horas jugando con nuestros talentos, mostrándonos esto, aquello. Me sentía muy afortunada con tener el gusto de conocerla. O con Maggie, la pequeña vampira irlandesa a la que no se le podía mentir. Era un ser encantador, minúsculo, comparada con sus otros compañeros, pero tan dulce como transparente. En Carmen, esa mujer morena tan hermosa y amigable, que jamás había dudado de mí, de mi condición, de mi fortaleza. Mis primeras palabras en español las había aprendido con ella.
Reí en la oscuridad de mi cuarto.
Esperaba que Juneau me proporcionara eso que tanto estaba buscando.
Solo necesitaba saber que era, porque ni siquiera yo misma era capaz de descubrirlo.
Porque aparte de independencia, había algo más que mi mente me reclamaba. Debía tomarme un tiempo conmigo misma para averiguarlo.
Sin embargo, antes de poder adivinarlo en esa noche fría que azotaba en las calles, pero de la cual estaba resguardada dentro de ese pequeño pero acogedor departamento, que era una nueva fortaleza donde guarecerme, el sueño arremetió limpiamente contra mi consciencia, y de un modo casi imperceptible, me quedé dormida

Ocaso Boreal - Continuación de CrepusculoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora