Capítulo 4.

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4. Estar Con Él

Jaison conducía rápido y a la perfección, esquivando cada curva con agilidad. Yo estaba tensa mientras me sujetaba con fuerza por sus caderas. Una fría brisa no paraba de golpearme el rostro, aún con el casco puesto. Había extrañado tanto esta sensación, aunque jamás lo admitiría.

La moto rugia, haciendo fuertes y estruendosos ruidos por toda la autopista. Él no llevaba casco, dejando escapar su rebelde cabello oscuro. La noche era fría y oscura y, después de haber vivido todo eso, me sentía un poco abrumada.

Pronto, Jaison estacionó la moto en un lugar insólito. Parecía ser una pequeña cabaña, rodeada por árboles, y en un mal estado. Primero se bajó él y después me bajó a mi delicadamente de la moto, y yo me quité el casco. Nuestras miradas se encontraron, pero no dijimos nada. Él me hizo un gesto para que lo siguiera y, sin más remedio, fui tras él a paso lento.

Mientras lo seguía, mi mente parecía estar en otro lugar y él pareció notar.

—Deja de pensar tanto —su voz me sacó de mis pensamientos. Levanté la mirada, encontrando una sonrisa jocosa dibujada en su perfecto y masculino rostro.

No le respondí, y tampoco dejé de pensar, ¿Quién se había creido que era?, ¿mi dueño? Quería tanto protestar por no seguirlo, por no entrar a esa cabaña embrujada. Aunque yo mejor que nadie sabía las consecuencias y además fue él quien me salvó de aquella horrible situación que viví hace un rato. Jaison Williams era un hombre fuerte, intimidante, atractivo, masculino y, sobre todo, inteligente. Su capacidad para procesar las cosas o leer a las personas era impresionante.

Nos detuvimos frente a una puerta de madera. Jaison la abrió y entramos silenciosamente. Caminamos por un largo pasillo hasta que él se detuvo abruptamente frente a una puerta blanca. La luz de la luna entraba por uno de los ventanales de aquel largo pasillo y ahí fue donde se giró hacia mi, dejándome ver su expresión; una expresión pícara, sus ojos brillantes y sus labios jugosos. Al rato, se pasó la lengua de manera provocativa por estos, antes de mirarme con arrogancia y sonreír.

Él era mucho más alto que yo, dejándome como una enana a su lado. Su cuerpo también fue creado por los Dioses del Olimpo, de eso no me cabía duda.

Jaison se detuvo frente a mi, observándome detenidamente y se fue acercando aún más, hasta el punto en el que estábamos con los cuerpos pegados el uno del otro de forma lujuriosa y exitante. Acercó su lindo rostro al mío, nuestros labios casi al borde de tocarse, casi. Su respiración comenzó a volverse pesada y, por desgracia, la mía también. El ambiente estaba en llamas y la tensión entre nosotros no paraba de crecer. Sabía que él no me besaria, que tendría que ser yo la que tomara la iniciativa.

Mi cuerpo palpitaba en deseo... Hasta que no pude contener más las ganas y lo besé desesperadamente.

Él me devolvió el beso aún más desesperado, intestificandolo con lujuria. Sus labios se movían con posesión encima de los míos, dejando paso a su lengua dentro de mi boca. Seguimos así hasta que el aire se fue acabando. Recuperé el alimento y él ya me estaba tocando todo, haciendome sentir cada parte de él, su cuerpo duro contra el mío.

—No sabes cuánto me he estado aguantado por hacerte todo esto —su voz estaba más ronca que antes, además de exitada.

—¿Qué es lo que provoco en ti? —no pude evitar preguntar. Él sonrió y, sin previo aviso, me estampó contra la pared, quedando detrás de mí.

Entonces, chocó con firmeza su muy duro miembro contra mi culo, haciéndome soltar un jadeo.

—Esto —lo volvió a chocar, subiendo sus manos a mis pechos y tocandolos con posesión—, esto es lo que provocas en mi, preciosa.

Me dejó inmóvil contra la pared, tocando mis muslos, mientras yo seguía jadeando, nuestras respiraciones acelerándose como nunca. Comenzó a subir sus manos por mi pecho y, al mismo tiempo, comenzó a quitarme la camiseta que llevaba puesta, pero en un momento dado, comencé a llorar, no quería sexo, no con él; no de nuevo.

—¡No! No quiero —mi voz quebrándose, y mi respiración acelerandose como nunca.

—Preciosa...

Él solo asintió en tanta oscuridad y volvió a colocarme la camisa donde al principio se encontraba.

Y así fue como me salvé de tener sexo con Jaison, aunque sabía que él nunca me follaría en contra de mi voluntad.

[. . .]

Margareth Johnson

Ya eran las cuatro y media de la madrugada y ella aún no regresaba. Mi preocupación crecía con el pasar de los minutos.

Hace una hora me levanté para beber un poco de agua, pues había tenido una pesadilla con mi ex esposo, Max. Al pasar por el pasillo, vi que la puerta de la habitación de mi hija estaba abierta y su celular se encontraba sobre su mesilla de noche, dándome a entender que se había escapado. Desde ese entonces, estuve  esperando su llegada, impaciente.

Al rato, el alivio recorrió todo mi cuerpo al escuchar el sonido de la puerta trasera del jardín abrirse. Chica lista. Observé, en tanta oscuridad, su delgada silueta subiendo las escaleras con sigilo.

¿Donde había estado? ¿Por qué se fue de casa? ¿Y con quién?

Muchas preguntas indagaban mi mente, aunque estas no era horas para regañarla. Tendría que esperar hasta mañana.

A la mañana siguiente, nos encontrábamos en la mesa del comedor, desayunando, cuando noté unos cuantos moretones en sus brazos y su cara bastante hinchada, en especial sus ojos.

Ella desayunaba despacio, haciendo bastantes muecas de dolor. Mi curiosidad no paraba de crecer conforme la observaba. Hasta que interrupí el silencio, agarrando delicadamente uno de sus brazos yaciente con un moreton morado.

—Sheila, ¿Qué te ha pasado aquí? —La preocupación en mi tono era notoria. Ella alejó su brazo de mí, haciendo un movimiento brusco en el acto.

—¿Desde cuándo te importo, mamá? —vaciló, observándome con resentimiento y frialdad.

Sabía que ella estaba así debido al divorcio y también por el hecho de que había conocido a una figura paternal para ella en un tiempo escaso. Pasó todo lo que tenía que pasar, ya no había nada por arreglar.

—Cariño, no digas estupideces, tú siempre me has importado, eres mi niña, mi bebé —ella no dijo nada y yo continué—. Ahora dime, ¿qué te ha  pasado?

Por alguna razón, la respuesta de Sheila me preocupaba demasiado, además de que me asustaba un montón. Temía escuchar algo que me produjera un infarto. Estaba siendo dramática, lo sabía, aunque eso no hacía que no me inquietara.

—No me ha pasado nada, solo son unos moretones debido a unas caídas —esta chica sí que sabía cómo mentir, pero a fin de cuentas, yo era su madre, y sabía lo que estaba haciendo.

Ayer por la noche, ella desapareció de la casa a una hora desconocida y regresó por la puerta trasera a las 5 de la madrugada. Ahora estaba claro por qué su cara estaba hinchada y sus ojos; ella no había dormido nada.
Quizás hubiera salido de fiesta, o algo así, aunque conocía a Sheila y sabía que ella no era una chica a la que le gustaran las fiestas. Ella no fue a una fiesta, fue a otro sitio.

—Ayer por la noche escuché la puerta trasera abrirse, ¿eras tú?

Su cara se contrajo en sorpresa, tragó con dificultad y respondió incómoda;

—No. Yo, yo estuve en mi habitación -—mintió descaradamente.

—Claro, fue un fantasma —murmuré.

¿Por qué me mientes, Sheila?

Él hecho de no saber dónde estuvo mi hija toda la noche me estaba inquietando. Quizás parecía una madre espía o una muy cotilla, pero el hecho era que nunca había visto a mi hija tan triste, fría y distante.

Sin duda, algo muy grave había ocurrido en su vida.

¡Tenía que averiguar por qué me mentía y qué le había ocurrido a mi tesoro!


Manos Ensangrentadas © (COMPLETA✔️)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora