Capítulo 27.

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27. El Secuestro



Cuando abrí de nuevo mis ojos, vi un techo. Uno viejo y sucio. Uno que, sin duda, no conocía.

¡¡¡Había sido secuestrada!!!

Estaba con las muñecas de mis manos, las piernas y los hombros, amarrada a una silla de madera. Por colmo, los secuestradores me habían puesto cinta en la boca. Estaba en una habitación vacía, de cuatro paredes, sucias; el lugar olía a viejo y había mucha humedad.

Lo único que pude identificar con la mirada, fue otra silla frente a la que yo me encontraba amarrada. También era de madera. Quién sabe para qué uso sería empleada.

¿Dónde estaba?
¿Cuánto tiempo llevaba así?
¿Quién me había echo esto?

Preguntas curiosas, y, al mismo tiempo perturbantes, circulaban por mi mente. Sentía una sensación extraña...

Cerré los ojos, presenciando un flashback;

-Sólo quiero saber la verdad, mamá -la observé fijamente-. Solo te pido eso. Nada más.

-No lo entiendes y nunca lo entenderás. Las cosas pasan porque tienen que ser así -su respuesta no me convencía nada.

-¡Que no! ¡Sé que esa no es la razón!

-Y tu que sabrás Sheila -ella volteó los ojos, cansada-. Aún solo eres una niña. Una que, sin duda, no a madurado nada.

-Sería más madura si tú no me tratases así: como a una maldita niña.

-Sheila -una mirada severa, por parte suya, recae sobre mí- No te lo voy a repetir: no hay nada que saber.

Y ahí fue cuando dejé de preguntarle a mi madre el echo de por qué mi padre y ella lo dejaron.

Me di por vencida.

Ahora mismo, lo que más me apetecia era huir de esta asquerosa realidad. ¿Quién coño secuestraba a una chica en un edificio de psicología? Maldije a todo pulmón al cabron que me había echo esto. Que te atropelle un bus, malnacido.

El el fondo, las cosas no me preocupaban mucho, realmente. Porque a fin de cuentas, yo ya no tenía ninguna razón ni objetivo para seguir viva. O eso quería creer.

Al rato, identifiqué una puerta pintada del mismo color de la pared. Hacían poco contraste, es decir, la puerta parecía invisible si mirabas la pared. Yo ya llevaba mucho rato ahí, y ya pude distinguirla.

...

No sabía cuánto tiempo había transcurrido. Pero sí sabía que, sin duda, llevaba ya más de una hora aquí.

Al cabo de unos minutos, el chirrido y el bramido de la puerta captó mi atención. ¡Se había abierto! ¡La puerta estaba abierta! ¿Se suponía que debería estar asustada? Porque no lo estaba. ¿Alguien iba a entrar ahora? Correcto.

Casi me da un infarto; Sus oscuros ojos, con un saco morado debajo de ellos, su pelo negro agitado, su formidable cuerpo, su afeitada cara, su aspecto varonil...

La persona que acababa de entar era... Mi padre.

Max Johnson.

Mis ojos se humedecieron, seguido de ello, una gran oleada de rabia y resentimiento me invadió. ¡Mi padre se encontraba ante mi! El llamado infame asesino, ezquizofrenico, loco, masoquista, narco...

Esto parecía ser un maldito sueño. No quería encarar a mi padre, a Max. Su mirada penetraba la mía con intensidad. Papá había cambiado mucho. Lucía muy diferente.

Manos Ensangrentadas © (COMPLETA✔️)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora