Capítulo 26.

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26. Balazos


Observé a mi alrededor; no había nadie. Era la única persona que venía un lunes por la mañana a la consulta de un psicólogo. Parecía una lunática. Sacudi mi cabeza y me concentré en el discurso que le debía a Jorge.

Estaba sentada en la sala de espera de aquel enorme edificio. Tenía una cita con Jorge a las dos y media y... ¡ya eran casi las tres! No había casi nadie y me sorprendía el echo de hacerme esperar más de media hora. Me tambalee sobre mi asiento, intentando matar el tiempo. De nuevo, me revolvi sobre mi asiento, bostezando con la boca abierta de una  forma muy maleducada. Sonreí. Me gustaba sentirme así: una chica mala.

Entonces, escuché unas voces provenientes de una sala acercase a la salida, que era donde me encontraba yo sentada, esperando mi turno.

—» No me hagas reír Carmen, ¡eso no se lo cree ni—

—» Venga hombre, no seas tan arrogante —intervino una voz femenina de manera abrupta.

Las puertas chirriaron de manera desgarradora y de ellas salieron dos figuras, que eran las voces que escuché seguramente; una mujer de mediana edad y un hombre anciano.

Me observaron por unos segundos antes de decir;

—Buenos días —saludó la mujer de ojos canela y mediana edad—. ¿A quién esperas? —preguntó después de mirar a sus lados.

El hombre anciano caminó hacia las máquinas expendedoras.

—Emm —pensé en lo que diría— Tengo una consulta con el psicólogo Jorge —espeté.

—Uhm —asintió, revisando la puerta que comunicaba a su consulta—. ¿A qué hora es tu cita?

—Bueno, era —dije, corrigiendo su pregunta—. A las dos y media —ella consultó con su reloj de muñeca antes de volver a fijar sus ojos en los míos.

—¡Ay! —interjecciona ella, poniendo cara de pena—. Lo siento por el retraso, ahora me paso por su consulta para ver qué pasa.

—Si, haga eso. Gracias —me limito a decir. Carmen se aleja, a pasos exageradamente grandes. Sonrio de lado. Que mujer tan agradable.

Mientras tanto, el hombre anciano que antes acompañaba a Carmen, el que se fue a las máquinas expendedoras, se acerca a mí con unos cuantos dulces en las manos.

Su expresión es agradable.

—Buenos días señorita —saluda con un gesto amable. Tiene una voz áspera que no le queda nada bien.

Le devuelvo el gesto.

—Y... ¿Qué haces tú—me observa de pies a cabeza, confundido—, en una consulta de psicólogo? —sonrio, aunque, en el fondo, no me siento del todo bien—. Lo digo porque te ves muy bien, digo, mentalmente.

Rio nerviosa, —Bueno, es algo... personal.

Él asiente; pasa por mi lado, tocando mi hombro en señal de despedida y se aleja por uno de los pasillos. Escucho una puerta cerrarse.

Suspiro, exhausta y resignada.

Al cabo de unos momentos, Carmen, la mujer de ojos canela, aparece de nuevo en mi campo de visión.

Se acerca a mi, con movimientos torpes.

—Sheila Johnson —pronuncia mi nombre con regocijo—. Tu cita no era a las dos y media, sino, a las tres y media —confirma, mirando unos papeles— Creo que ha habido un malentendido.

—Mi madre fue la que recibió la llamada —intervengo, serena— Sí, tiene razón. Habrá sido un malentendido.

Ella me sonríe, entre dulce y comprensiva hasta un tanto vacilante.

Manos Ensangrentadas © (COMPLETA✔️)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora