Capítulo 15. (3)

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A veces, unas simples palabras como «nos veremos» nos cambian la vida por completo. Ese es mi caso ahora mismo. Las dichas palabras por Jaison me estuvieron atormentado durante mucho tiempo. Ese dicho «adiós» por él significaba su regreso, ya que, él jamás dejaba algo por terminar.

Yo era ese algo que él tenía que terminar.

Aún estábamos en el coche, de mudanza. Nos mudabamos muy lejos de aquí. Mi padre iba al volante, yo de copiloto y mi madre atrás, ya que le daba miedo ir mirando la carretera, era un extraño miedo que ella tenía. Nos dirigíamos al aeropuerto. Tomaríamos un vuelo. Lejos de aquí. Lejos de todos.

-¡Max, cariño, conduce despacio! -gritaba mi madre, dinámica -. ¡Le va dar un infarto a mi Sheila! -mi padre solo se reía, haciendo que mi madre se pusiera roja. Eso fue divertido.

-Venga ya mujer, si estoy al mínimo de velociadad en la carretera -repuso mi padre, sereno-. Casi creí que ese camión de ahí nos aplastaria por ir tan lentos -dijo papá, produciendo una carcajada en mí.

Ya pasó como una hora y media cuando llegamos al aeropuerto. Todo ahí estaba muy agitado: la gente estaba roja, nerviosa por no hacer nada mal. Olía a sudor, todo estaba muy movido, dinámico. Me mareo ver tanto caos, quería poner orden. Aunque al final no hice nada. Solo era una chica delgada, sin fuerza siquiera para poder abrir un bote de mermelada. Entonces, una voz masculina anunció:

Vuelo 126. Despega a las 13:00.

-¿Ese es nuestro vuelo Max? -preguntó mi madre, asustada.

-¡Claro que no! -respondió mi padre con angustia.

-Mamá cálmate, solo es un vuelo-

-Si un vuelo, que nos ha costado miles de dolores -me interrumpió, nerviosa.

Mamá siempre se refirió al dinero como "dolores", según ella, eso causaba conseguir unos pocos.

Ahí sentada, esperando a que anunciaran el vuelo a España, observé cómo una familia recién llegada al aeropuerto intentaba sacar unas chocolatinas (que les quedaron atascadas en la máquina expendedora) dando patadas a la máquina expendedora con mucha fuerza. Era una familia de dos hijos, una madre y un padre. Parecían buena gente. Entre sus hijos, resaltaba el rubio (ya que el otro hijo era castaño), quién tenía la misma altura que el padre, 1'85 creo.

Alto. Muy alto.

Me quedé mirándolo un rato, viendo cómo hacia el tonto, como se reía... Era un chico muy sexy. Lo mejor fueron sus carcajadas, eran muy divertidas y secys, haciendo que se formaran hoyuelos en sus mejillas.

Que chico tan atractivo.

-¿Qué miras, cielo? -preguntó mamá, quien estaba sentada a mi lado. Ella pareció notar que miraba mucho a las máquinas expendedoras. Jeje.

-Emmm... -mascullé tonterías. Típico de una mema como yo.

-¿Quieres un chocolate de la máquina expendedora? -preguntó ella, y, sin esperar mi respuesta, se puso a rebuscar unas monedas en su bolso. En un momento dado añadió:-. Toma estas monedas, cómprate un chocolate para tí -seguido me guiño el ojo-. Y para mí.

No tuve tiempo de pensar, solo me levanté de mi asiento y me dirigí a las máquinas expendedoras. Un poco nerviosa.

Aún seguía allí: el chico rubio con su familia. Estaban parados delante de las máquinas, no había forma de ver ni de coger nada. Ellos no parecieron notar que yo me acercara, y es que, no me sorprendía: una chica esquelética, con unas ojeras moradas, el pelo hecho un caos, con la mirada más perdida del mundo...

Manos Ensangrentadas © (COMPLETA✔️)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora