7 - El escondite de Albizia.

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Capítulo 7

Alan

La maestra Lili tenía razón.

Yo era bueno alejando a la gente porque temía salir del baúl en el que yo mismo me había encerrado, tenía miedo de que me causaran más daño, las circunstancias en mi vida me hicieron neutro a las emociones, mientras que detrás de la imagen y la actitud repulsiva hacia la interacción social, solo se escondía un chico asustado, que tenia miedo de exponerse a ese horrible sentimiento de dolor que a pesar de querer evitarlo, se había vuelto parte de su vida. Día tras día.

Pensaba en eso esa mañana tediosa mientras escuchaba resonante a NF antes de que empezara la clase de Biología. Ese día, Heather ni siquiera volteó a verme como solía hacerlo, era evidente después de haberla puesto en exilio de mi presencia por milésima vez.

Me resultaba tonto de mi parte sentirme extraño, logré mi cometido pero al parecer el sentimiento de culpa por como la había tratado no me dejaría en paz, aunque ya no pensaba hacer nada al respecto, tenerla lejos era lo mejor.

En eso recordé el maldito trabajo de literatura.

Mierda.

No había tenido en cuenta el pequeño regalito de la matera Lili antes de haberle exigido a Heather que se alejara de mí. Mis planes de mantener distancia se fueron por el retrete en cuestión de segundos. Suponía que al haberle puesto una orden de restricción tendría que ser yo quien se acercara a hablarle del tema.

Apreté los ojos y pase los dedos por mi cabello. Volver a acercarme a ella sería un dolor de cabeza, otra ocasión en la que tendría que perder por completo mi orgullo.

Heather

Después de mucho tiempo habia vuelto a experimentar ese tipo de sentimiento, el que pensaba que ya había olvidado, ese vacío de estar presente y a la vez no.

Mi cuerpo estaba sentado en esa silla estudiantil la primera hora de biología, pero mi alma parecía flotar junto con mis pensamientos en recuerdos no gratos del pasado.

Él no debería afectarme tanto ¿Por qué está afectándome tanto?

Hasta que por fin llegó el momento del recreo. Al escuchar la campana mis sentidos volvieron a su debido orden y sacudí un poco la cabeza, tomando un pequeño suspiro empecé a recoger mis cosas.

Unos pasos se detuvieron delante de mí y levanté la vista para averiguar quien era.

Tenía el tirante de la mochila en un solo hombro y los audífonos enganchados a su cuello. Traía unos tenis blancos que combinaban con su camiseta y su chaqueta azul oscura combinaba con sus pantalones.

Para parecer totalmente desinteresado en si mismo, escoge muy bien su ropa.

Me quedé helada cuando me di cuenta de que tenía sus ojos verdes profundos puestos fijamente en mí, su expresión facial era la de siempre. Ósea sin expresión concreta.

—¿Podemos hablar?

Di una mirada a mi alrededor­—¿Conmigo?

Eso es ilógico.

Él no respondió, solo salió del salón indicándome con la cabeza que lo siguiera. Lo hice inconscientemente, sabiendo cual podría ser el resultado, otra serie de reproches de su parte. Ni mis padres me habían regañado tanto en toda mi vida como esa persona en apenas solo más de unas semanas. Bueno exagerando un poco.

Lo seguí hasta el pasillo que daba hasta la planta baja, no había nadie allí.

—¿Por qué aquí?­—indague un poco nerviosa para romper el hielo.

Diario de un SuicidaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora