31 - La elección.

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Capítulo 31

Heather

Un vago recuerdo llegó a mi mente.

...

—Es lindo—expresó Alan con una sonrisa sosteniendo el dibujo que hice.

Estábamos en el escondite de Albizia, me había puesto a dibujar una paloma posada en una rama mientras él me observaba y jugaba con mi cabello.

—¿Sabes que es más lindo?—pregunté con una sonrisa coqueta.

Iba a decir que él lo era, pero me tomó de imprevisto su respuesta.

—Si sé.—se acercó más—Tú.—y dejó un corto beso en mis labios para volver a su posición inicial.

Me aclaré la garganta—De hecho iba a decir que...

Sin pensarlo, volvió a darme otro beso antes de que terminara de hablar.

—No hay nada más lindo que tú ¿Entiendes?

...

Maldición, Maldición...

Me faltaba el aire, pero solo quedaba una cuadra, debía seguir corriendo, debía llegar.

Después de haberlo visto salir del colegio me percaté de la muchedumbre reunida frente al salón número cuatro, me adentré apartando gente y encontré ahí a la maestra Lili. Ella estaba en el mismo estado en el que había visto salir a Alan.

Pero ni siquiera imaginé en ese momento cual podría ser el motivo.

—Tienes que ir por él  Heather... él está muy mal, por favor... ve por él.—dijo por último después de contarme toda la historia.

A pesar de estar pasmada y sin saber qué pensar con todo lo que había escuchado de la boca de la maestra Lili, debía buscarlo y tenía que encontrarlo.

Y ahí me encontraba, corriendo tanto como me daban las piernas. Me detuve de repente en frente de su casa, me encorve poniendo las manos en las rodillas tratando de reponerme un poco.

Probablemente el señor Gaitán no se encontraba, o al menos eso imaginé al notar la ausencia de su auto y escuchar la música demasiado alta, la cual provenía al parecer...

¿De la parte superior de la casa?

Miré para arriba todavía tratando de recuperar el aire, pero la canción se detuvo y por alguna razón algo dentro de mí se removió, llenando mi cuerpo de una sensación extraña. Para nada agradable.

Sin pensarlo dos veces, entré en la casa sin previo aviso.

¿Podía haber ido a la cárcel por eso?

Si.

¿Me importaba en ese momento?

No.

—¡Alan!—llamé estando dentro y dando un par de vueltas. Pero no hubo respuesta.

Subí corriendo las escaleras y logré ver una más pequeña en el segundo piso que dirigía a una apertura en el techo. 

¿El ático quizá?

Claro, de ahí provenía la música de hace un rato.

Con rapidez puse un píe en la escalera, después otro y otro.

Me quedé perpleja ante la imagen delante de mí y un sudor frio descendió por todo mi cuerpo en cuanto mis pies tocaron la madera empolvada de ese ático.

Diario de un SuicidaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora