29 || Resiliencia

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6 de abril de 2019

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6 de abril de 2019

AREN

El trinar de los pájaros era insoportable.

Me costaba mucho recordar. Tenía la manía masoquista de tratar de acordarme de cuando empezó mi trastorno. No lo sabía. Sí sabía que fue de niño, aproximadamente, con unos 9 años. Mis padres no querían admitirlo por ese entonces, pero incluso mis hermanos habían notado que no comía, no hablaba, y me costaba más interesarme por lo que me apasionaba. Sin embargo, trataba de pensar en el momento en el que empecé a cambiar, y no podía. Un día, no me reconocí en el espejo. Luego, nunca volví a ver mi sonrisa reflejada en él de la misma manera. Creí que lo que tenía dentro había matado para siempre a ese niño.

Y cada vez tenía más claro que esa cosa me iba a consumir a mí por completo.

Era la quinta pesadilla que tenía esa semana. No podía quitarme de la cabeza la retórica de lo que sucedió aquel día. Aquella cruel ironía. Cuando el acosador me había estrellado contra el cristal, y yo ya había perdido el conocimiento, hubo un instante en el que había estado seguro de que me había muerto. Acababa de sentir lo mismo que años atrás. Había profundizado de más y aposta con las cuchillas, me había desangrado en el baño, y había percibido mi vida, conmigo, saliéndose de mi propio cuerpo. Melisa me había salvado, por los pelos, y en ese instante presente, supuse que fue pura suerte, pues no terminó siendo nada grave.

Me levanté sin muchos problemas, empuñando el rifle. Veía triple, eso sí. Tropecé con la pared de la cristalera, pero mantuve firme el cañón, apuntando al entrecejo de ese capullo enmascarado. Las sirenas se apagaron. Las histerias cesaron. Solo se oía un conjunto de respiraciones nerviosas.

—¿Necesitas un inhalador o algo? — bromeó el acosador — Te veo un pelín ahogado.

El susodicho se quitó el pasamontañas. Era nada más y nada menos que Nathan Elliot. Un chico con todo por perder. Su familia era estable en todos los sentidos. Ellos poseían el motel del pueblo, uno de los edificios antiguos mejor valorados de todo el condado. Él era atractivo, atlético, inteligente y popular, colmado de amistades cómo Nate Gillies, chavales que pasarían al libro dorado del instituto. Tenía sueños, metas, medios, esperanzas, entusiasmo.

Aun habiéndole quitado el fusil, reconociéndolo cómo uno de los que habían entrado en casa de Rush, y parte del grupo que apoyaba ciegamente a La Parca...

Me pareció la peor de sus víctimas.

Nathan tenía el pelo sucio, los ojos rojos, la sonrisa torcida, y el alma rota. No iba a dispararle, solo trataba de averiguar la razón para tirar su felicidad a la basura.

—Hazlo — silencio. Su sonrisa menguó — ¿No tienes huevos a hacerlo, Gray?

Tampoco contesté. Eso le irritó más. Dio una zancada, con el brazo extendido para atrapar la escopeta, y quité el seguro para que retrocediera. Mi intención era asustarle, y me ayudó que notara que estaba enfadado. Lo estaba, tenía cristales incrustados en la piel, rajas que escocían, y terror de que se percatase lo cerca que tenía a Rush, sin defensa alguna. También presión, porque ni la policía se decidía a actuar, y yo parecía ser el jaque definitivo en aquella jugada.

Destiny Grove: pueblo de misteriosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora