19 de marzo de 2019
AREN
Mi cuerpo estaba lleno de cicatrices. Las tenía en el cuello, en los brazos, en la parte baja del abdomen, y en las piernas. Algunas eran de heridas antiguas, cómo la que había dejado la navaja que mi padre había querido clavarme en la yugular a los doce. Todos los que sabían su procedencia no entendían cómo seguía manteniendo aquella marca tan grotesca con veinte años.
Las repasaba. Todas. Cómo si necesitase verlas, y soportar el dolor que producía rajarlas, para sobrevivir. Lo único que me llenaba eran los pútridos recuerdos que me traía hacerlo. A veces echaba de menos a mi padre, ese pérfido hombre. Añoraba los golpes, las palabrotas y las regañinas, las miradas frías y las frases dañinas. Eso sucedía cuando me notaba, se acordaba de mi existencia, o yo me las ingeniaba para que lo hiciese.
Se preocupaba. Incluso intentó disculparse, una vez, y fue después de ese corte casi mortal. Sabía que era un mal padre, y que yo lo tendría presente de esa forma toda la vida. Ya había probado a arrepentirse en otras ocasiones. A sonreír con un logro mío, aunque no tardase mucho en consumirle la envidia y la rabia. Me aferraba a eso, a un falso rastro de bondad, y lloraba. Lloraba mucho por su ausencia, porque no podía odiarlo más de lo que lo que quería. Me hizo creer que se lo debía todo, y me estanqué ahí.
Cada persona que se atrevía a ayudarme, me producía la misma sensación. Que lo que merecían a cambio valía más que mi vida. Que nunca podría devolverles el gesto. Empecé a cortarme con el sentimiento de que no valía la pena. Después, las drogas y el alcohol me aislaron, y eso era perfecto. Podía sufrir en paz, sin aumentar el número de héroes que habían probado a vencer a mi monstruo, esos que mi mente usaba cómo excusa para hendir mi piel.
Luego, llegó Russell. Ella sabía que algo en mí fallaba, y le advertí, más por mi bien que por suyo, pero sus ojos se habían alegrado al verme en la cabaña. Me ganaba en masoquismo. Estaba jodidamente loca. Y me gustaba.
Eso era un martirio.
Me anestesiaba. Parecía que estaba en una maldita nube cada vez que la veía. Su risa era hermosa, su olor era reconfortante, su tacto era el cielo en la tierra. Me empeñaba en seguir odiándola, porque la veía esforzándose por comprenderme, por arreglarme, y había vuelto a autolesionarme por eso.
Nos hacíamos daño. Y si no era así, yo acabaría haciéndoselo. Esa era mi maldición, destruir lo que me rodeaba. Y ella era demasiado inteligente, demasiado testaruda, demasiado perfecta, para que un idiota cómo yo la marchitase.
Por desgracia, no había manera de evitarlo. Volvía a ella en cuanto un mínimo de esperanza brotaba en mí. Ese moribundo "yo" interno clamaba un camino de felicidad y amor a base de esfuerzo. Era lo que me había arrastrado a despedirme de ella, la posibilidad de vivir si conseguía curarme. Cómo una puesta a prueba.
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Destiny Grove: pueblo de misterios
Mystery / ThrillerRussell se muda a Destiny Grove, un lugar despoblado por razones que desconoce, para rehacer su vida junto a su otra familia. Convencida en poder convertirse en una mejor versión de sí misma y conseguir tranquilidad, termina chocándose de bruces co...