11 || Química y desastres

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El mechero no funcionaba

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El mechero no funcionaba. Al presionarle, saltaba la chispa, pero no prendía la llama. Acabé tirándolo al suelo, y guardando el cigarro en el paquete.

La calle estaba desierta. Las pocas farolas que tenía tintineaban, y perdían intensidad conforme lo hacían. El mayor punto lumínico era la lamparita en el cuarto de Ben, que estaba situado en el primer piso, segunda ventana al frente, contando desde la izquierda. Destellos de televisión se vislumbraban en el salón, primera ventana abajo.

Joseph no podría dormir. El ruido que llenaba la casa a mis espaldas lo mantendría toda la noche en vela. «Que se joda», pensé. ¿Cómo diantres se le había ocurrido la idea de ponerme una orden de alejamiento a un radio de un kilómetro, viviendo en un pueblo de ese radio? Llevaba dos semanas viéndome con el fiscal al que habían derivado el caso, para no tener que mudarme.

En mi última visita, había ido con la intención de darles algunas cosas de mi madre. No podía devolverles el dinero que me habían prestado en su día, pero sí algunos objetos con valor sentimental para ellos, sobre todo para él, que era su hermano. Ni siquiera me dejó hablar. Dijo que prefería morir a acordarse de que yo también era su sobrino.

Mi presencia era combustible altamente volátil para el repudio. No iba a intentar cambiarlo. En medio de una muchedumbre de menores achispados, la sensación solía reducirse considerablemente.

No me lo estaba pasando bien. Pocas veces lo hacía. Me gustaba más quedarme en casa, leer algún libro, seguir desarrollando aplicaciones, pero eso acabaría quitándome la poca presencia social que tenía, así que me aguantaba y me autoinvitaba. Además, así tampoco tenía forma de saciar mi sed sexual. Aunque, en ese momento, no podía quitarme de la cabeza a Russell, embutida en ese vestido tan simple y arrebatador a la vez.

Me escocía el labio. Lincoln, mi bullie durante la escuela, y mi blanco de bulling los últimos años que pasé en el instituto del pueblo, se había pasado toda la fiesta buscándome para darme una paliza, por diversión. Su rabia contra mí no tenía límites, y lo entendía. Mi padre había enviado al suyo a la cárcel, con cadena perpetua; yo le había hundido la reputación los últimos cuatro años; y su hermana tenía un relación estrecha y extraña con Alexander. Consiguió darme un par de golpes, se los devolví, y finalmente nos separaron. Cortó por completo mi momento pegado a la valla con la rubia, la cual no había vuelto a ver desde entonces.

Desde eso, habían pasado tres horas y media, una cantidad insólita de alcoholes entremezclados, y medio porro.

—¿Todavía no te has muerto?

Alexander se cruzó de brazos, y admiró junto a mí, la fachada de nuestros tíos.

—¿Te gustaba?

—¿El qué? — buscó el tabaco entre mis dedos, y al no encontrarlo, sacó un mechero — El día que lleves encima un Clipper sin gastar, te aplaudiré.

Destiny Grove: pueblo de misteriosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora