32. No hubiera bailado con el diablo.

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Capítulo 32

Leseth.

Último día.

Dejo el aparato en la pequeña mesita de noche que tengo, me coloco las zapatillas desgastadas y una sudadera.

Vuelvo mi mirada al aparato, pero Alaska no ha llamado.

Fue a testificar y me inquieta que fuera sola, desde lo que paso me siento paranoico.

Mi teléfono vibra y casi lo tiro por la brusquedad con la que lo sostengo y contesto sin verificar quien es.

—Me alegra que contestaras enseguida—habla una voz masculina y mi cuerpo se tensa.

No conozco su nombre, pero la reconozco.

—¿Quién... quién eres?

—¿Recuerdas esa noche? —pregunta, en cambio—, maldición, yo digo que no, estabas hasta arriba de drogas, ¿Qué tal fue ese mundo?

Muerdo mi labio inferior.

—Uh, al parecer te comió la lengua un gato—se burla—, ¿me recuerdas Leseth?

Silencio.

—No me gusta repetir las cosas—advierte.

Puedo sentirlo, puedo percibir como la soja en mi cuello se aprieta con fuerza.

—Lo recuerdo—murmuro.

Escucho un grito, uno que me hace zumbar los oídos, que me deja helado.

—Tu mami olvido que con nosotros no se debe jugar—percibo la diversión en su voz, mis manos comienzan a sudar—, la última vez lograste pagar la deuda, espero que seas tan caritativo como la primera vez.

Cierro mis ojos.

Yo no pague nada, pero sé quién lo hizo.

Qué estúpido soy, ¿Cómo personas como ellas me dejarían tranquilo de la nada? ¿Por qué quieren joder todo ahorita?

—No le hagas daño—suplico.

Me levanto de la cama, salgo del pequeño cuarto.

—Eso está en tus manos.

Otro grito.

Risas, ruido, el desastre de una violencia encubierta.

—¿Qué quieres? —pregunto exaltado.

Cierro la puerta.

—Te mandaré la dirección donde dejaras el dinero, solo tienes esta noche, niño, será mejor que consigas el dinero porque si no lo haces solo recibirás a tu madre en pedazos.

Quiero vomitar.

Cuelga.

Camino desperado hasta la salida, choco con Oliver que parece analizarme y no dejarme ir.

—¿Qué sucede? —pregunta sujetándome de los hombros.

Niego.

Soy tan estúpido.

—Nada, yo... nada. Tengo que irme.

—Leseth, estás pálido.

Me suelto de su agarre.

—Vuelvo después—es todo lo que digo y camino a la salida.

Mi teléfono vibra con el mensaje tan ansiado.

La cantidad me hace detenerme de golpe.

¿Todo eso debe Sara?

Salgo del chat del sujeto y estoy por marcar a Alaska, pero me detengo.

¿Qué le diría?

No, ella tiene suficientes problemas, no puedo ser así de egoísta.

Y lo recuerdo.

Observo el cielo, volviendo a esa noche donde me brindo su oferta, esa que me haría salir de este agujero sin salida.

Me paso la mano por el rostro mientras caen las primeras lágrimas.

No puedo hacerle esto a Alaska, ¿Cómo voy a poder verla a los ojos?

¿Cómo logre mentirle a la cara? ¿Por qué no le dije la verdad?

Va a odiarte, si se entera. Vas a perderla.

No puedo perderla. No puedo perder lo único bueno que existe en mi vida.

Vas a perder a tu madre.

Una elección.

Las gotas de lluvia empiezan a caer dándole la bienvenida al último mes del año.

No estaba pronosticado la lluvia.

Observo a mi alrededor, las personas corren tratando de cubrirse de la tormenta que se avecina, un trueno me hace saltar en mi lugar y se siente como una sensación repetida.

Lo siento tanto, Alaska.

Marco su número.

Contesta enseguida, sé que me espera, sé que sabía que esto sucedería. Caí en su juego como un ingenuo.

Conocía su táctica y no me importó, no le gusta ser ignorada y es lo que he estado haciendo desde que Alaska entro a mi vida.

—Acepto.

Mi voz está quebrada y trato de no verme más patético.

Soy patético.

—Es la mejor decisión, no va a arrepentirte—susurra con esa voz dulce, esa que odio—. Tu vida cambiará.

Sí, porque entre más me pierda, más lejos estaré de ella.

El precio será alto, ¿tengo opción? No lo sé, nunca logré tener una opción.

Cuelgo sin responder y camino por un taxi para ir por mi madre.

Escribo en mi teléfono con manos temblorosas.

¿Cómo estás? Espero que todo haya salido bien, estoy en mi hora de comida, pero terminando iré a tu departamento.

Te quiero.

Y sé que es el principio de mis mentiras, pero ella no puede preocuparse más, todo mejorará, solo será un tiempo para poder acomodar mi vida y dejaré todo esto atrás. Y voy a poder ser feliz con ella.

Qué dulce sabe la mentira y que cruda es la realidad cuando sabes que acabas de colocarte una bomba de tiempo en la mochila y vas a destruir a todos cuando explote. En especial a ella.

Bajo La LluviaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora