Epílogo

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Epílogo:

Alaska.

A veces cuando pienso en él, cierro los ojos un momento, su fantasma ya no me asusta desde hace tiempo, creo que me volví más mayor, puede que, después de mucho tiempo, el rencor ha cesado, lo he dejado pasar y es uno de los mejores regalos que logré darme.

«Quería que fueras tú».

Recuerdo escribir eso en una sesión con mi psicólogo, con el tiempo me di cuenta de que si lo hubieras sido, probablemente no me sentiría tan feliz como lo soy ahora y eso es triste, porque realmente lo amé, ahora no queda nada. El hilo está roto.

Estamos hechos de hilos rotos a lo largo de la vida, pasamos por tantos enredos, algunos complicados y otros más sencillos, no creo que uno sea mejor que el otro, incluso en lo simple existe su dificultad. Antes me dolía saber que tenía que romper ciertos hilos de personas que formaban mi entorno, después dejé de complacer más los caprichos de los demás y me di prioridad.

Olvidar y dejar ir son dos cosas diferentes, ¿Qué pasa cuando ya hiciste ambas? ¿Qué sigue después de eso?

No voy a mentir, a veces lo recuerdo, no tantas veces, no a todas horas, pero está; porque formo parte de mí, porque fue una pieza importante que me hizo llegar hasta aquí, verlo de esta manera un poco positiva, alivia un poco lo agridulce del recuerdo.

«Ya no quiero que seas tú».

Lo escribí años después, tarde en darme cuenta de que una parte de mí se aferraba a su recuerdo, no a su amor, a veces pienso que realmente no lo fue, pero eso sería como colocarme en un campo de batalla sin escudo y me hace temblar. Me aferré mucho tiempo, nunca creí que huiría de él.

Todo lo que sé es que estaba en cada recuerdo de nosotros, como un fantasma deambulando. Me encontraba justo donde me dejó y veía la vida pasar de todos, me sentía estancada, congelada... Hasta que un día el hielo se derritió y logré avanzar, logré dejarlo atrás. Se sintió como volver a respirar en una tarde de verano, el invierno había desaparecido tras su ausencia.

¿Cuántas veces permanecí estancada en un lugar hasta romperme los huesos?

La respuesta me tiene avergonzada y con las mejillas sonrojadas; porque muchas veces deseé aferrarme a cada persona que lastimaba con cuchillos mi corazón, no lo merecía. Nada de eso lo merecía y una parte de mí creyó por tanto tiempo que estaba justo donde debía estar y que el amor es aguantar hasta que te opriman los pulmones y no puedas respirar.

Ahora aún le tengo miedo a los fantasmas del pasado, vuelvo a despertarme gritando por los monstruos debajo de la cama, a veces no se sana por completo y eso no tiene por qué ser realmente malo, pero a pesar de todo, puedo luchar, puedo combatir e irme cuando sea necesario.

Unos ladridos me interrumpen los pensamientos, veo de reojo mi habitación y una pequeña sonrisa se dibuja en mi rostro. Ahora que soy un poco mayor, la idea de cuidar a alguien más no es aterradora.

Camino hasta mi habitación abriendo la puerta donde me encuentro a un pequeño cachorro acostado en el vestido que use por el día, tiene la lengua de fuera y deja de ladrar al verme, me agacho.

—Vas a despertar a Deán como sigas así—murmuro en voz baja alzando la mirada donde duerme el pelinegro.

Tiene el torso desnudo y las sabanas no cubren por completo su cuerpo, está solo en pantalones de algodón con la almohada por encima de la cabeza. Al llegar a Italia y cenar conmigo fue directo a la cama.

La banda acaba de terminar su gira en Latinoamérica, pronto sería por Europa, así que solo tenía unas semanas de descanso antes de volver a su ajetreado mundo. Me sorprendí cuando lo vi con unas ojeras enormes y una sonrisa perezosa frente a mi casa, pero no pude evitar sonreír, había dormido poco y aun así cruzo todo un océano hasta donde me encontraba.

Bajo La LluviaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora