11. Abrazo.

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Capítulo 11



Alaska.

La habitación está vacía.

Los recuerdos pululando por el aire.

Se siente un gran paso dejar el lugar que viviste por demasiado tiempo.

Muerdo mi uña.

Cierro la puerta con cuidado cerrando una etapa necesaria, esa donde voy a tener que enfrentarme al mundo real, sin la protección de mis padres.

Probablemente vaya a olvidar pagar los recibos, pueda dejar la puerta sin seguro u olvidar las llaves dentro.

Bajo las escaleras con cuidado, como si me fuera ir del país cuando la realidad es distinta, son solo treinta minutos en auto. Mi familia está ahí esperándome con una sonrisa, las cosas ya fueron transportadas al menos las que faltaban.

—Bueno, ahora ya vivirán solos por fin—suelto para dejar el aura incómoda.

—Esta es tu casa mi niña—besa mi frente y cierro mis parpados como cada vez que lo hace. Se siente bien sentir el cariño de tus padres, saber que cuentas con ellos, sin importar el problema.

Cuando nadie esta, cuando el mundo se me venga encima mi familia estará ahí.

Siempre.

Me separo y detallo los ojos verdosos de mamá, igual a los míos. Camino hasta papá para abrazarlo y el simple hecho de saber que ya no compartiré desayuno con él y su fiel taza de café hace a mi estómago retorcerse— y no por el hambre—.

—Cuida a mamá, cuida de ti— susurra en su oído.

Me separo y me besa la frente como respuesta, dejo a mis padres y sujeto una mochila con las últimas cosas.

—Ahora sí podemos irnos—comento hacia mi hermano que me sonríe.

¿Por qué se siente extraño irse?

Tal vez la rara sea yo.

Parpadeo varias veces dejando el sentimentalismo para subirme al auto de mi hermano e irnos.

Lo que me reconforta es saber que después de todo cumplí un logro más.

Leseth.

El aire era cálido, reconfortante, mis mejillas ardían por el sol. Papá está a mi lado tocando el piano, enseñándome, porque siempre había algo nuevo que aprender.

El atardecer se colaba por los ventanales.

Era un bonito atardecer.

—Debes volver—comento papá sin apartar las yemas de sus dedos en las teclas.

—No quiero—musito—, se siente bien aquí.

—¿Seguro? —pregunto—, no es tu tiempo.

—Quiero estar contigo—musito con el dolor trepando en mi garganta.

Sonríe.

—Algún día.

Niego, la imagen comienza a ser borrosa, de pronto el atardecer pierde color, nubes negras cubriéndolo, el piano se encuentra vacío, estoy solo.

Ya no soporto esta soledad.

Ruido.

Parpadeo, el olor a alcohol se impregna en mi nariz y hago una mueca.

Bajo La LluviaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora