27. Verdugo.

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Capítulo 27

Alaska.

Doblo a la mitad la servilleta tratando de no pensar de más por los nervios que me consumen ante su impuntualidad, la parte negativa piensa que se arrepintió, que es demasiado tarde, que tal vez yo debí haberla seguido, que...

—Deja de torturar esa cabecita tuya—escucho su voz y cierro los ojos un momento con una sonrisa en el rostro y las lágrimas a flor de piel.

Soy muy sentimental, soy muy humana.

Abro mis parpados notando su rostro mirarme sin rencor, veo su cabello recogido ligeramente y trae un gran abrigo morado junto a una bufanda blanca, su piel morena se ve radiante y se inclina dejando un beso en mi mejilla.

—¿Tanto me extrañaste que te deje muda? —suelta la pregunta entre broma y algo más.

Mi sonrisa nunca estuvo tan grande como ahora.

—Te extrañé mucho, lo siento—murmuro, avergonzada.

—Ambas lo hicimos mal, ricitos. Acepto tu disculpa, espero puedas perdonarme, vi esa mirada.

—No tienes que...

—Te conozco, estuve ahí—susurra y aprieto la servilleta con algo de fuerza al entender—, era la misma mirada que tenías

—Estoy bien, solo era un mal rato—la tranquilizo—. Todo está bien, acepto tus disculpas. Cuéntame de ti.

Una sonrisa tímida se forma en su rostro, sus ojos se iluminan como cada que habla de una receta nueva para su restaurante.

—Lo diré, pero no hoy—dice sonrojada y eso me deja con más curiosidad—, únicamente creo que lo encontré.

Alzo una ceja sin entender.

—Voy a esperarte—acepto su tiempo y ambas sonreímos con las manos entrelazadas encima de la mesa perdonando, sintiendo.

...

Espero pacientemente con un café caliente a mi hermano mayor, el frío de Londres cada vez es peor; traigo una enorme bufanda que parece más una mantita, además del gorro en mi cabeza y los guantes.

Entro a la discográfica porque estoy temblando de frío y Adán se tarda demasiado, bebo un poco más de mi café. Siento un fuerte golpe en mi hombro que tira mi café al suelo y suelta una maldición por lo bajo.

—Lo siento, lo siento—escucho decir a la persona y trato de no hacer una mueca de disgusto.

—No pasa nada...

Las palabras quedan atoradas en mi garganta cuando lo veo.

Nunca hablo de él.

Hablar de él significa que recordar momentos desagradables de mi adolescencia es brindarle importancia y ya no la tiene.

No. La. Tiene.

Pero... ¿Estoy segura?

Los últimos meses he recordado sus palabras, esas que me hicieron pequeñita, que me hicieron llorar en el baño del colegio y que me hicieron sentir miserable.

Ignorarlo es mejor que vivir con el recuerdo.

—¿Alaska?

La pregunta es tonta y quiero abofetearlo porque por supuesto sabe de mí. Tal vez ya no uso ese maquillaje que odiaba y yo deje de usar en su momento.

Tal vez no me recuerde porque la última vez estaba hasta arriba de alcohol mientras vomitaba y él lo grababa dispuesto a subirlo a una red social.

O no me recuerda porque esa vez utilizaba una pequeña falda donde él se encargó de quitarme, pero no paso nada porque Carolina llego.

Bajo La LluviaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora