1. Quitar el dolor, con otro dolor.

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Leseth.

Puedo hacerlo.

He perdido la cuenta de las veces que la oración se ha repetido en mi mente, siento mi corazón pesado, todo se siente irrelevante. Observo mi reflejo y solo está una sombra de lo que alguna vez fui, aunque no sé si realmente me perdí o siempre he estado perdido.

Cualquier persona nota que no estoy feliz, que no soy feliz. Todo lo contrario.

Ojeras cada vez más notorias, puedo palpar mis huesos a causa de la delgadez y esas pecas que tanto odio se esparcen por mi nariz.

Vulnerable.

Siempre me siento así, ¿algún día todo cambiará?

Supongo que no.

Cierro mis ojos soltando un suspiro lastimero, el mundo parece caer en mis hombros provocando tortura y desosiego. El hilo de mi vida tiene demasiados nudos como para tratar de solucionarlo.

Tal vez lo mejor es rendirme. No quiero sentirme bien, no quiero ánimos, solo una maldita solución a esta opresión del pecho, ¿Cuál es?

Rendirse suena tan fácil.

—Podrías abrir el maldito baño Leseth—se escucha el grito que me despierta del letargo de agonía.

Enjuago mis mejillas, borro mis heridas.

Una sonrisa falsa, todo lo que necesito.

Abandono el baño y me apresuro a la cocina para limpiar mis manos y colocarme el delantal café. Mi siguiente destino es la caja con una considerable fila de personas desesperadas por un café.

Ahogo mi tristeza, la cubro con cinta adhesiva ante su grito.

Silencio.

— Buenas tardes, quiero un café y...— las palabras son las mismas. Todo es demasiado cotidiano.

Una chica de cabello rojizo asiente y me doy media vuelta para comenzar con su pedido. Cuando está listo se lo entrego con una sonrisa postiza. Ella me sonríe y toca mis nudillos lentamente cuando le brindo su café, me aparto tan rápido que el vaso se balancea.

Aparto la mirada ante su sonrisa, no la devuelvo. Me escondo en el miedo.

Pasan alrededor de veinte minutos y todos están satisfechos, como no puedo permanecer de pie solo mirando sujeto un trapo para limpiar las mesas que se acaban de desocupar.

Necesito trabajar, necesito dejar de pensar, necesito aire, necesito tener un propósito, necesito tanto y no tengo nada.

Cuando termino de limpiar tres mesas y una chica está haciendo fila para su pedido camino a dirección a la caja. Unas uñas se entierran en mi brazo, pintadas de color rojo.

La misma chica.

Aparto mi brazo, la observo con el ceño fruncido.

—¿Se te ofrece algo? — pregunto, confundido.

—No quiero estar sola aquí —murmura ella con cierta diversión en su voz.

—Es... una lástima, pero si me permites debo seguir con mi trabajo— respondo sin volver a mirarla.

Escucho la risa de mi compañero cuando paso por su lado, sus comentarios por rechazar a semejante carne o al menos así lo dijo él, ¿Por qué? ¿Por qué denigrar a una mujer así? Sigo sintiendo su mirada en mi cuerpo, me golpeo con una silla tirando el trapo al suelo y puedo sentir más miradas en mi anatomía.

Bajo La LluviaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora