Afortunadamente para el joven príncipe, Erik no estaba de humor para hablar mucho, así que sólo le dio un breve resumen a la reina sobre lo que ocurrió: –Aren intentó escalar la muralla en la desembocadura del río y casi se mata. Pero lo rescataron y sobrevivió.

Abel abrió mucho los ojos, mientras Engla miró a Aren fijamente: –¿Es cierto?

–…Sí…

–¿Por qué lo hiciste?

–Estaba aburrido… creí que lo lograría.

La reina se dio un ligero golpe en la frente con la mano. Aren se apegó más a ella: –No lo haré de nuevo, lo prometo. Solamente… Bueno, tengo una cosa importante qué contarte, pero juro que no es nada peligroso.

Engla respiró profundo y respondió: –De acuerdo, confío en que ya aprendiste la lección. Aún así, después de saber más detalles decidiré si te aplicaré algún castigo más.

El príncipe asintió con la cabeza.

Abel rió nervioso: —No debí nombrarte Aren, ahora no le tienes respeto a las alturas.

El muchacho contuvo una carcajada antes de afirmar: —Dudo que sea tu culpa, además amo mi nombre. Pero trataré de no ser tan imprudente y evitar caer de nuevo.

El príncipe mayor se acercó y le dió palmaditas en el hombro, antes de situarse junto a Erik, quien dirigió nuevamente a su tía: –Debes estar cansada por el viaje. Será mejor que Aren y yo nos encarguemos de los asuntos del reino por hoy.

La reina contestó: –Lamento darte tantas molestias, pero agradezco mucho tu ayuda.

Se dispuso a salir del despacho, pero Aren la detuvo: –¿Podemos hablar ahora? No puedo esperar más tiempo.

–Hmm, está bien. ¿Qué tienes que contarme? – accedió Engla.

El joven miró a su primo: –¿Pueden dejarnos solos?

El rey frunció el cejo, pero salió de la habitación, seguido por Abel.

La reina suspiró y se sentó junto a la ventana, mientras que su hijo se acomodó en el suelo frente a ella. Engla acarició el cabello de Aren y preguntó: –¿Por qué no me esperaste? Te dije que te acompañaría cuando regresara.

–No me gusta ser el príncipe, quería escapar un rato de todos los deberes – explicó Aren.

–Me gustaría haber logrado huir junto a tu papá. Entonces ustedes se conocerían, y no tendrías que estar aquí encerrado. Pero si nuestro destino era el que estamos viviendo, no queda más que aceptarlo – afirmó Engla, conteniendo su llanto al recordar a su amado Daven. Aun así, se sobrepuso a la tristeza y preguntó: –¿El asunto importante, de qué trata?

Aren se acercó más a su mamá, y dijo: –Bueno, lo que quiero contarte es que conocí…

Pero, fue interrumpido por un guardia, que llegó corriendo y dijo a la reina: –Su majestad, a las puertas está el rey Einar, solicita hablar con usted de inmediato.

Engla se puso un poco pálida, pero respondió: –Está bien, que pase al salón principal. Iremos enseguida.

La monarca y su hijo se dirigieron al salón para recibirlo, aunque el joven estaba un poco confundido, ya que no esperaba que su abuelo llegara sin avisar antes. Hacía al menos diez años que no lo veía, pero frecuentemente enviaba cartas.

En cuanto el monarca entró, seguido por cuatro guardias, el ambiente pareció enfriarse. Su mirada de cazador recorrió el lugar antes de posarse en el joven.

Aun con su natural impiedad, cuando vió a Aren, quien por instinto se escondió detrás de su mamá, sonrió enternecido, y habló: –Buenos días, reina Engla. Veo que en verdad crió bien a Aren; creció con muy buena salud por lo que veo.

No hay reinos en el marDonde viven las historias. Descúbrelo ahora