Nilsa, Helge y Aren decidieron los pasos a seguir en su plan. Primero, debían esperar a la hora de comida para que hubiera menos vigilancia cerca de las habitaciones, y así poder entrar a la que utilizaba Abel durante sus visitas a Kallioinenmeri. Adentro de esta, buscarían cualquier cosa que pudiera estar relacionada con la hechicera Jezibába. Estaban convencidos de que encontrarían algo que sirviera como evidencia para deshacer el proyecto de los reyes. Al conseguirlo, llevarían las pruebas ante Erik y después ante Engla, con lo que esperaban convencerlos de renunciar a dejar como rey a Aren.

Anémona, asomando hasta sus hombros fuera del agua, escuchó atentamente el plan de los chicos, mientras acariciaba suavemente los cabellos de Ari, quien se había quedado dormido sobre el regazo de su esposa. Delph y sus hermanos jugaban en el agua despreocupadamente.

Al poco rato, el príncipe y los guardias terminaron de idear su plan y acordaron reunirse nuevamente en la cueva dentro de cuatro horas, que era el tiempo que estimaron suficiente para cumplir esa misión. Por lo tanto, Helge y Nilsa se despidieron de todos y salieron de la caverna hacia el castillo de Kallioinenmeri.

Aren se quedó solo, sentado a la orilla del agua, mirando a los hermanos que jugaban juntos. Se aburría un poco, pero no quería interrumpirlos, y decidió intentar hablar con Anémona, por lo que se acercó a ella y preguntó: -¿Cómo fue que se conocieron?

-¿Erik y yo?

-No, su esposo y usted.

-Ah. Me caí en una cueva y allí estaba él, así que me ayudó a salir. Fue lo que entre otras especies llaman amor a primera vista; resulta que es lo normal entre nosotros. Aunque sería más apropiado decir que es “a primera conversación”, pues tan sólo intercambiando pocas palabras nos es suficiente para saber que encontramos a nuestro compañero de vida. La lengua es nuestra herramienta más poderosa.

-¿En serio? - Aren miró hacia Delph. -Eso explica mucho.

Anémona rió suavemente, a lo que Aren se sonrojó levemente y agregó: -Me alegro de que usted no haya elegido quedarse con mi primo. De haberlo hecho, Delph no existiría, y yo... Me hubiera muerto hace veinticinco capítulos.

La sirena contuvo una carcajada, a lo que el príncipe reaccionó sonriendo con timidez. Aunque Anémona no era tan intimidante cuando estaba tranquila, de todas maneras Aren le tenía un poco de temor.

Cuando finalmente se calmó, Anémona pidió: -No te sientas forzado a querer a mi Delphi, pero tampoco seas impertinente si lo rechazas, nos es difícil sobrevivir a un corazón roto.

Aren agachó la cabeza: -No estoy seguro de lo que siento por él, pero jamás me atrevería a romper su corazón.

Guardaron silencio por un rato, mirando cómo los niños jugaban.

De pronto, el muchacho soltó: -Me gusta escuchar su canto, y cuando estoy entre sus brazos me siento a salvo. Y cada vez que hablamos, siento que soy libre. ¿Eso significa que lo amo?

Anémona sonrió de lado: -¿Por qué no mejor se lo preguntas a él?

Nervioso, el príncipe miró hacia todos lados, intentando obtener una excusa para cambiar de tema, pero la sirena fue más rápida y lo jaló para meterlo al agua, ordenando más que sugiriendo: -Anda, ve con Delph. Yo me encargaré de los pequeños.

Viendo que no tenía otra opción, Aren hizo caso y se acercó al joven tritón, quien, al verlo acercarse, lo recibió con una dulce sonrisa. Solveig resopló, un tanto disgustada, pero no protestó, sino que llamó a sus hermanitos para que dejaran tranquilos a los a los muchachos, por lo que ellos sí se quejaron por no poder seguir jugando con su hermano mayor.

No hay reinos en el marDonde viven las historias. Descúbrelo ahora