Mientras Aren dormía en el bosque, en Kallioinenmeri todos despertaban. Y la mayoría de los habitantes, entre los que se contaban Helge, Nilsa y Engla, se preparaban para trabajar. En cambio, Erik debía prepararse para regresar a Heland, pero estaba muy cansado, y todavía dormido, se abrazó con más calidez a Abel, quien había pasado toda la noche a su lado.

El príncipe de Kylmä maa despertó poco después de que amaneciera, y al ver al rey aún bajo el influjo del sueño, no se atrevió a moverse bruscamente.

Muy despacio y suavemente, Abel trató de soltarse de los brazos de Erik, procurando no hacer ruido. Tenía que salir temprano del castillo para ocuparse de la búsqueda de una solución alterna al asunto de dejar los tres reinos en manos del joven híbrido, aunque después de pensarlo mejor, tal vez no era tan mala idea, pero nunca estaba de más tener una segunda opción en caso de que la promera resultara equivocada.

Logró apartarse de su compañero sin despertarlo, y después de vestirse, salió con cuidado de la habitación. Bajó por las escaleras hasta la salida que llegaba a las cuadras. Aunque no necesitaba un caballo, al ser la puerta más accesible y discreta al mismo tiempo, se arriesgó a pasar por allí, esperando que el par de jóvenes guardias no estuvieran aún visitando al corcel del príncipe Aren.

Sin embargo, era tan temprano que incluso Apocalipsis seguía dormido. Más tranquilo por esto, Abel siguió su camino hacia el bosque. No se adentraría en ese lugar, pero el camino era un poco largo, por lo que era mejor salir temprano para regresar antes de que el rey de Heland se marchara.

Cuando Abel llegó a su destino, ya lo esperaba una persona alta, cubierta con una capa verde oscuro, y con el rostro oculto por la capucha de esta prenda, sólo mostrando su brillante y siniestra sonrisa.

-Me alegro de que haya llegado a tiempo, su alteza. Aquí tiene lo que pidió, pero le recomiendo que no lo destape hasta que lo vaya a utilizar. Es tan frágil que el exponerlo al oxígeno por sólo unos segundos más de lo normal afectará el resultado - explicó la bruja, extendiendo su pequeña mano fuera de la capa verde para entregar un frasco a Abel.

El príncipe miró el frasco y lo tomó rápidamente, guardándolo entre su ropa mientras contestaba: -El pago para esta clase de pócima es algo bajo, pero si insiste en mantenerlo, confiaré en su juicio, Jezibába - y entregó un par de bolsas con oro a la hechicera, quien tomó el efectivo y sin más ceremonias, dio media vuelta y se marchó.

Abel resopló y también se encaminó de vuelta al castillo. Los rayos solares se iban volviendo más cálidos y abundantes a pesar del cielo nublado. Tranquilo por su buen negocio, caminó un poco más despacio por las calles del reino hasta llegar a las cuadras del castillo nuevamente. Sin embargo, esta vez Helge y Nilsa sí se encontraban allí, y Apocalipsis ya había despertado. Los guardias hablaban entre ellos acerca de lo que debían hacer, pues aunque no habían conseguido enterarse de ninguna novedad importante o relacionada con los planes de los reyes, sospechaban que aún faltaba más.

Helge sugirió: -Sabiendo que la reina no está completamente de acuerdo, y con la insistencia del rey Erik, además de que el príncipe Abel no ha dicho nada al respecto, o al menos que nos hayamos enterado, creo que la persona que dio la idea de nombrar a Aren como sucesor de los tres reinos fue la reina Afhilhd. Por lo tanto, deberíamos tratar de averiguar el por qué de la decisión mediante el príncipe.

Nilsa estaba por responder, pero el caballo notó que Abel se acercaba y relinchó, advirtiendo a los muchachos. Sorprendidos por ver llegar al príncipe, los dos guardias lo saludaron con una reverencia, y la muchacha inquirió: -¿Sucede algo, alteza? No es común que salga tan temprano del castillo cuando nos visita. ¿Necesita nuestra ayuda?

-No, no es nada, pequeña Nilsa. Solamente fui a buscar algo para el rey Erik, ya que más tarde regresará a Heland y no podré dárselo entonces - explicó Abel.

No hay reinos en el marDonde viven las historias. Descúbrelo ahora