Corriendo por las escaleras y comiendo oreos (Parte 3)

694 47 4
                                    

Habíamos sido botados a la calle. Unas doscientas personas nos encontrábamos sentadas en grupos, intentando conservar el calor. Eran casi las once de la noche, y nos íbamos de ahí a las doce y media. Solo quería irme de allí, y lo peor de todo era que no encontraba a Alex. Cuando fuimos botados del edificio, me encontré por fin con el resto de mis amigas, pero no había rastro de Alex.

"De hecho está con alguna perra", pensé.

De pronto, un chico alto, furioso, sin camisa y lleno de sangre se abrió paso entre la multitud.

–¡¿Quién me golpeó, mierda?!

Algunas chicas empezaron a llorar de terror, y varios hombres se dirigieron hacia él para golpearlo. Volteé a la derecha, viendo como Amanda me devolvía la mirada. Se acercó a mí y me dijo:

–Nicole, hay gente en el sótano del edificio. Vamos con ellos.

Asentí, y corrimos hacía allí lo más rápido posible, escuchando como detrás de nosotras llegaba un auto, y la señora que conducía gritaba:

–¡Súbanse todos los que entren! ¡Los voy a sacar de aquí!

Nos reímos, y entramos al edificio.

***

¿Había dicho antes que el edificio era extremadamente lujoso? Contaba con cinco ascensores, y el sótano tenía tres pisos. Además, en pleno sótano, había una mesa de billar. ¿Era todo eso necesario?

Amanda y yo seguimos avanzando, hasta que nos encontramos con unas veinte personas. Ella conocía a unos chicos llamados Noah y Leo. El primero era rubio, muy blanco y de ojos marrones claros. Lo reconocí rápidamente: él era el chico que me había propuesto besarnos apenas lo conocí. A pesar de eso, me cayó bien. Y Leo... a él no lo conocía, pero podía asegurar que era muy lindo. Sus ojos verdes contrastaban con su cabello oscuro, creando una combinación poco usual y muy atractiva. Estaba segura de que si no me gustase Alex en ese momento, me hubiera enamorado instantáneamente de Leo.

Hablamos por unos cuantos minutos cuando Leo nos propuso ir a su casa.

–Si quieren podemos subir. Vivo en el octavo piso.

–¿En serio podríamos ir? –preguntó Amanda, emocionada.

"Nos va a violar", pensé yo.

No, en serio. Yo estaba segurísima de que Noah y Leo nos iban a violar. Ya me imaginaba a mí y a Amanda en un capítulo de la Rosa de Guadalupe o en una de esas campañas en las que salen adolescentes embarazadas diciendo: "Creímos que sería divertido. Creímos que no pasaría nada... pero no fue así."

–¡Claro! –respondió Leo, sacándome de mis pensamientos.

Noah solo sonrió y yo traté de hacer lo mismo.

Cuando subimos al ascensor, pensé:

"Este es mi fin. Van a atracar el ascensor y nos van a violar. Dios, no sé si estés ahí, pero no dejes que nos violen, te lo ruego".

Pero, para mi sorpresa, nada de eso pasó.

Llegamos al departamento de Leo y entramos por la cocina. A lo lejos vi a una niña pequeña saltando en su cama. Compartía los mismos rasgos físicos que Leo, así que supuse que era su hermanita. ¿Qué hacía despierta a esa hora? Bueno, al menos ahora tenía la seguridad de que no nos violarían: su familia estaba ahí.

–Pasen a la terraza, voy a tratar de traer a más personas de las que botaron a la calle –dijo Leo heroicamente.

¡Oh, Dios! Este chico era increíblemente atractivo y muy divertido, su hermanita menor era una ternura y además era todo un héroe. ¿Podía pedir algo más? Creo que me empezaba a fijar en él.

YoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora