El factor decisivo

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Era domingo y solo faltaba un día para volver a ver a Alex luego de todo lo que había pasado. Sí, me había prometido que no leería mi novela pero, ¿en serio cumpliría su promesa? Es decir, si yo fuera él, obviamente la hubiera leído, no podría con la curiosidad. Y más aún cuando él sabe que yo no quiero que la lea. Estoy segura de que se preguntó por qué insistía tanto en que no la lea y eso le dio aún más curiosidad. Ay Dios, qué estúpida. ¿Por qué le había dicho mi nombre? Ni idea.

O tal vez sí sabía por qué lo había hecho. Tal vez, inconscientemente, quería que Alex se enterase de una vez por todas y sabía que nunca sería capaz de decírselo en la cara. Que leyera la novela era la única forma posible en la que Alex podría haber sabido lo que sentía. Era una manera demasiado... yo. Quizás ya estaba harta de seguir guardándome todo, quizás quería por fin ser valiente y enfrentar lo que tenía enfrente mío. Quizás quería enamorarme por primera vez, sin miedo, sin excusas, sin límites. 

Pero eso era muy poco yo y me arrepentí al instante, aunque el error ya había sido cometido.  

Ahora que faltaba solo un día para ver su reacción no podía tener más miedo de lo que pasaría. ¿Y si cambiaba todo entre nosotros? En ese momento me puse a pensar en que tal vez estábamos bien como estábamos, siendo mejores amigos, estando juntos en una banda y hablando siempre de cualquier cosa. Estábamos estancados, pero no estábamos tan mal, ¿cierto? 

Mis pensamientos me estaban matando, pero todo a mi alrededor seguía su curso inalterablemente. Los minutos seguían pasando sin compasión, acercándome cada vez más a un lunes que prefería no conocer. No dejaba de pensar en los peores escenarios posibles que mi retorcida mente podía crear. No sé si lo había mencionado antes, pero desde el año pasado sufro de ansiedad, aunque mi primer ataque de pánico fue en el año 2012. De hecho, Alex estuvo conmigo cuando sucedió e incluso me ayudo a calmarme, pero esa es otra historia. En resumen, tener ansiedad no es lo mismo que estar estresada, así como tener depresión no es lo mismo que estar triste. La ansiedad te hace sentir como si nunca te pudieras relajar, nunca te sientes a salvo. Cada vez que algo bueno pasa, tu mente busca infinitas opciones de lo que podría salir mal a partir de eso y te abruma tanto que incluso te puede llevar a sufrir ataques de pánico. Aquello mismo era lo que hacía yo ese domingo: sobre-pensar todo, como siempre. No quería que llegara el lunes, pero obviamente lo hizo.

***

Desperté quejándome de no poder dormir media hora más, pero pronto recordé que ese no era un lunes normal, así que me levanté de mi cama y me alisté rápidamente, como nunca en mi vida. Consideré rogarle a mi mamá que me dejara faltar a clases, pero luego reparé en lo inmaduro que eso sería de mi parte. Mis dudas tenían que acabar de una vez por todas. Si veía el lado bueno de la situación, tenía un 50% de probabilidades de que yo también le gustara a él –pero también un 50% de que no fuera así–. Ok, tal vez no había un lado tan positivo, pero lo intenté. 

Creo que Sebastian, mi mellizo, no notó lo nerviosa que estaba esa mañana. No lo culpo, digamos que soy buena ocultando ese tipo de cosas. Además todos están ocupados en sus propias historias de vida y creo que eso es bueno, en parte. Es mejor que no se den cuenta a tener que dar dolorosas y complicadas explicaciones. Subimos al auto con prisa para no llegar tarde (como siempre) a la primera clase del día: física. Sí, justo la clase en la que me siento junto a Alex, al igual que todos los días. Solo que este día era diferente.

Caminé nerviosamente hacia la parte trasera de la clase para guardar mi mochila en uno de los estantes vacíos de madera. Lo hice de la manera más lenta posible para perder tiempo, postergando por unos segundos la conversación que no quería que sucediera jamás. Evidentemente, eso no fue suficiente. Llegué a mi sitio y evité la mirada de Alex. Bueno, eso no fue difícil, porque él tampoco me estaba viendo a mí: Alex se encontraba muy concentrado, estudiando de uno de sus típicos resúmenes coloridos. En una situación normal hubiera sonreído con ternura para luego saludarlo... pero creo que quedó claro que ese día no era como el resto. Me senté silenciosamente en nuestra mesa, esperando que Alex no se diera cuenta de mi presencia. Y sí, fallé.

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