Reencuentro en Semana Santa

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No soy católica. Ni siquiera soy creyente exactamente, pero respeto la religión de cada quien. Tampoco soy atea, ya que lo encuentro un poco deprimente y creo que no tengo la capacidad de soportar todas las crisis existenciales que conllevarían el pensar que después de la muerte no existe nada más y todo lo que hemos hecho ha sido en vano. Es por eso que soy agnóstica, es decir, el punto medio entre ser creyente y atea. Obviamente concuerdo con varios de los valores que dictan las religiones, pero no me gusta la idea de estar encasillada en una sola categoría. Solo soy honesta: no sé cuál es el propósito de la vida ni qué pasará luego de morir, pero prefiero descubrirlo por mí misma a que una religión me diga cómo funciona todo y qué debo hacer para ser feliz en la vida.

A pesar de todo ello, celebro Semana Santa.

Mis cinco mejores amigas (sin contar a Ariana, ya que ella es un año mayor y no es tan amiga de mis otras amigas) y yo estábamos muy emocionadas por pasar Semana Santa juntas, ya que era una tradición entre nosotras. Todas nos quedábamos en la casa de playa de Zoe por cinco días. Durante la mañana, nos bañábamos en la piscina o el mar, caminábamos por la playa o nos echábamos cerca al mar a escuchar música y conversar. Por las tardes, hacíamos carreras en la cuatrimoto roja de Zoe (creo que no me equivoco al asegurar que una de las cosas que más nos gustaba a todas y que más esperábamos durante todo el año era volver a manejar la cuatrimoto de Zoe, era increíble). Las noches se resumían en una palabra: alcohol. Claro que yo no tomaba, porque tenía que encargarme de que mis amigas no hagan estupideces cuando estuvieran ebrias. Aunque tampoco puedo decir que yo sea la mejor cuidando ebrios, pero esa es otra historia completamente. 

Sí, la Semana Santa del año pasado fue épica y la recuerdo como uno de los mejores momentos de mi vida. Este año... bueno, pudo haber sido mejor. Como el año anterior no éramos tan amigas de Leah (una chica rubia muy bonita con la que habíamos empezado a parar desde hacía más o menos medio año), ella no se había unido a nuestro plan de Semana Santa, pero este año, debido a que éramos seis en vez de cinco, una no entraba en la casa. Como yo era muy amiga de una chica que también tenía una casa de playa cerca a la de Zoe, les ofrecí preguntarle a Maya (sí, la ebria que me había dado un consejo en el cumpleaños de Zoe) si podía quedarme en su casa. Ella accedió y así terminé quedándome en su casa junto a unas ocho chicas más. Mis amigas bromeaban con el tema diciendo que me estaba quedando en "la casa de las conejitas playboy", porque según ellas varias eran un poco... movidas. Sin embargo, las conocí mejor durante aquellos cinco días y llegué a la conclusión de que mis amigas estaban equivocadas sobre ellas: ¡en serio me cayeron muy bien! Pero ese es otro tema. ¿Por qué siempre me voy por las ramas? No lo sé.

El jueves y viernes pasaron más rápido de lo que creí. Todos los días eran más o menos iguales, pero eso, a diferencia de otras ocaciones, no me molestaba en lo más mínimo. Días de playa, tardes de cuatrimotos y noches de fiestas. Lo único malo era que solo pude ver a mis amigas en las noches, ya que estuve casi todo el tiempo con las chicas de mi casa adoptiva. Nunca creí que las podría extrañar tanto.  

Llegó el sábado y surgió un rumor en "la casa de las conejitas playboy".

–Creo que los chicos van a venir a la playa –dijo Maya.

–¿Qué grupo de chicos? –pregunté intentando disimular mi emoción. 

¿Alex? Por favor, dime que Alex.

–Creo que algunos de tu colegio.

¡Oh sí! Ya extrañaba a mi pequeño amigo rubiecillo.

–Ah, bueno.

Ese día estuve particularmente animada y especialmente impaciente. ¡Ya quería que sea de noche para poder verlo! Y también a mis otros amigos, pf, obvio.

Pero la noche estaba comenzando y no había señal de Alex. En vez de él y mis demás amigos, otro grupo de chicos llegó: Noah, Leo y un chico más. Sí, Noah y Leo eran los chicos que juraba que nos iban a violar a Amanda y a mí en la fiesta de finales de vacaciones de verano pero terminamos subiendo al departamento del segundo de ellos y comiendo oreos. Sí, ellos mismos.

Debo admitir que me emocioné más de lo que me gustaría admitir cuando vi a Leo. ¡En serio era muy lindo! Creo que me había olvidado de eso durante todo el tiempo que no lo había visto. 

"Tal vez me podría gustar Leo", pensé en un momento. "Está más que claro que las cosas con Alex no van a funcionar y tal vez al estar tan concentrada en él me esté perdiendo de los demás chicos". 

Y eso fue lo que concluí durante esa noche. Leo y yo hablamos por horas y cada vez me caía mejor. ¿Cómo no podía haberlo conocido antes? Todo parecía funcionar tan bien con él, los temas de conversación no se terminaban y era muy gracioso e inteligente. Sí, Leo podría empezar a gustarme.

Pero todo se cagó cuando fuimos a comprar a la tienda de la playa junto con Noah y Amanda.

–Voy a comprarme unos dulces –anunció Amanda–. ¿Ustedes quieren algo? Yo lo pago.

–No, gracias –respondimos los tres.

–Bueno –dijo y sin más, entró a la tienda.

–Amanda es como el Alex de tus amigas, ¿no? –me preguntó Leo.

–¿A qué te refieres?

–Alex siempre hace eso. Él es el que se preocupa por los demás y siempre nos ofrece cosas.

–Sí, tienes razón –admitió Noah.

–Qué tierno –comenté.

Y los flashbacks de Alex me atacaron como una jodida polilla enfurecida contra mi cara (porque sí, las polillas son muy agresivas cuando quieren). Recordé por qué era mi amigo, por qué me había empezado a gustar de la nada, por qué me seguía gustando por tanto tiempo. Y me di cuenta de que no me importaba el hecho de que era muy probable que yo no le gustara a él, y no me importaba que posiblemente nunca estaríamos juntos, y no me importaba que lo que sentía fuera algo que no duraría para siempre. Solo recordé a Alex y la realidad cayó encima mío, aplastándome, asfixiándome, burlándose de mí en mi cara.

El dicho es mentira: un clavo no saca a otro clavo. Y menos cuando ese clavo está muy, muy clavado.

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