¿Qué demonios?

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Eran muy pocas las personas que entendían a James. Y a James no le molestaba eso.

No sentía la necesidad de ser comprendido, tampoco quería estar rodeado por muchas personas o ser popular. Su madre era la única persona importante en su mundo y la consideraba su más grande tesoro, durante mucho tiempo fueron ella y él, juntos.

Sin embargo, de repente y sin avisar, llegó Teddy. Se volvió sin saberlo parte de su vida, su rutina se formó en torno a su madre y a el metamorfomago.

La conducta de James fue forjada por todo lo que vivió, su madre trataba de sustituir el papel de su padre ausente, no tenían mucho dinero y trataba de conseguir las mejores notas posibles para hacer sentir orgullosa a su mamá.

Colette Johnson, su mamá. Era la persona más fuerte y tierna que había conocido, pero aún así se sentía muy alejado de su padre. No sabía quién era, no conocía su nombre ni su imagen. Nada.

Y últimamente empezaba a sentirse algo enfermo cuando Teddy actuaba cariñoso con él, lo único que faltaba era perder a Teddy. No lo podía imaginar. Era, aunque suene extraño, el único hombre que había entrado a su vida.

—Jamie, ¿todo bien?

Alzó la mirada de su libro cuando escuchó la voz de Teddy a su lado, el chico con cabello de color violeta en ese momento y quien le tendió una rana de chocolate.

—Gracias— le respondió tomando la golosina.—Sí, ¿por qué?

—No has cambiado de página durante diez minutos.

Volvió la vista a la hoja, donde aún continuaba y no recordaba haber leído, su mente estaba distraída.

—Ah. Supongo que sí— dijo, cambiando de página para no lucir ridículo.

Teddy se acostó sobre el sofá de la sala común, subiendo sus pies y dejándolos sobre el regazo de James.

—¿No ibas a verte con Victorie?

—Uhm, si. A las cuatro.

—Vale.

El pelivioleta hizo un puchero cruzando los brazos sobre su pecho. Miró a James. Sentía una presión en su pecho y esos estúpidos, muy estúpidos celos asomándose como un gusano.

—Yo voy a encontrarme con Rose también— comentó, como si fuese a conseguir algo con eso.

—¿No estaba ocupada con el quiddicth?

—Sí, pero cuando termine el entrenamiento vamos a pedirles a los elfos algo de comer a escondidas.

¿También le vas a dar de comer?

James cerró el libro abruptamente ante su pensamiento. Estaba sorprendido. ¿Acaso eso era importante para él? No tenía nada que ver con Rose para interferir en los planes de su amigo.

—¿Qué pasó?— preguntó Teddy asustado por el sonido.

—Ah... me asusté.

—Es un libro de poemas, James.

—No te importa— le dijo algo borde y volviendo a abrir el libro en manos.—Ya deberías irte con Rose.

—Aún no es la hora.

—Ya.

Teddy no sabía que hacer, estaba seguro de que James estaba a nada de empujar sus pies que estaban sobre su regazo e irse a la habitación.

—¿Estás enojado?

—¿Debería estar enojado?

—No lo sé...— el peliazul se levantó del sofá y pensó que lo mejor era dejarlo solo.—Adiós. Espero disfrutes con Victorie y eso, te traeré dulces.

—Adiós.

James alzó el libro cubriendo su rostro y cuando ya el peliazul se había ido, se dió golpecitos en la cabeza con el libro.

—¿Qué demonios, James? ¿Qué. Demonios. Te. Sucede?

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