Prólogo

972 41 2
                                    

"Isabela, la más agraciada y preciosa de todos."

Por mucho que le costára admitirlo, Isabela odiaba ese apodo, las expectativas de la gente con ella eran muy altas, desde el día que obtuvo su don fue la "niña de oro" ella fue forzada a ser perfecta, pero nunca se quejó, ya que no quería decepcionar a los pueblerinos, a su familia, y en especial, a su abuela.

En la noche en la que la pequeña Isabela recibió el don de brotar flores y plantas, abuela entró a su habitación, le dijo que ella la guiaría al camino correcto y que la ayudaría a alcanzar la perfección, Isabela no entendió muy bien a lo que se refería, pero sin dudar aceptó.

Desde ese día, Alma le enseñó a reír, a sentarse, a sonreír, y a caminar como una "Señorita" sonará anticuado, pero Isabela siempre entendió que su abuela lo había perdido todo, su esposo había muerto en frente de ella, había perdido su hogar y tuvo que cuidar por si sóla a sus tres hijos. El Encanto era lo único que tenía, y por ende no quería perderlo. Así que Isa estaba dispuesta a tomar cualquier sacrificio por la familia.

••

Isa recordaba a la perfección el día que obtuvo su don. El día en el que abuela se comprometió a cuidarla como si fuera su hija, era su primera nieta, y tenía miedo de que su don pudiera causar algo, ya que había sido testigo de huracanes y pueblerinos enojados por profecías. Quería evitar que algo parecido pase con la niña de las flores.

Isa recordaba como como caminaba a paso lento con timidez hacia aquella puerta, miraba a los pueblerinos que esperaban espectantes a qué recibiera su don, miraba a su prima que la alentaba desde el público con una amplia sonrisa, y miró a su abuela, la cual se mantenía en su posición, asintiendo levemente con la cabeza. Isabela tomó el pomo de la puerta, este comenzó a brillar y unas flores brotaron en su cabeza, en el pomo y en el marco de la puerta. Con una sonrisa dió un giro y pétalos de flores recorrieron toda la sala, abuela sonreía satisfecha y los pueblerinos aplaudían con una sonrisa.

Ese día, Isabela se sintió muy felíz, no por haber recibido su don, más que nada estaba felíz por haber complacido a todos.

Imperfect - Isabela Madrigal ✓Donde viven las historias. Descúbrelo ahora