La Lluvia

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Las suaves fibras del pincel entre mis dedos trazan las imágenes que mi mente ha observado desde hace tiempo por las noches, trayendo al mundo físico aquellos monstruos que me han atormentado por tanto tiempo mientras duermo.

La oscuridad de mi habitación cae a mi alrededor para que solo una pequeña parte sea iluminada, pues la lámpara a mi costado, sobre mi escritorio, es suficiente para permitirme pintar a estas horas de la madrugada.

El lienzo que lucía blanco hace una hora, ahora cuenta con tonos grises y negros para reflejar las pesadillas que no han parado de asustarme por las noches, obligándome a despertar llorando por las intensas emociones que invaden mi pecho.

Y aunque sé que debería estar durmiendo, no quiero regresar a cerrar los ojos para volver a encontrarme con sus figuras llenas de maldad, listas para aprovecharse de mi indefensa persona.

Además, desde que tengo uso de razón, pintar es lo único que me ayuda a mantenerme cuerda.

Algunos se expresan a través de la escritura, otros mediante la música, pero mi canal de liberación emocional es aquella donde puedo crear ilustraciones que reflejan mis sentimientos, mis pensamientos y mis deseos.

Mientras estuve secuestrada, pintar era lo último que se cruzaba por mi cabeza, pero ahora que he vuelvo a retomar este pasatiempo, es como si pudiera volver a respirar, pues no hay nada que me ayude a reflexionar más, que esta forma de arte.

Me hubiese encantado estudiar una carrea en donde se involucrase este talento mío, pues aunque pueda sonar engreída, soy excelente en ello, pero sé que mi responsabilidad está en continuar con el legado de mi padre, porque comprendo que eso es lo que ha deseado para mí desde que tengo uso de razón.

Introduzco la punta del delgado pincel dentro de un vaso con agua para limpiarlo, para después tomar un poco de pintura rojiza y así continuar trazando figuras sobre el lienzo.

Mi cabello atado en una trenza al lateral de mi rostro y la suavidad de mi pijama me brinda la comodidad ideal para realizar lo que más me gusta hacer, mientras que el silencio de la noche me regala la tranquilidad que me gustaría poseer las veinticuatro otras del día, pero que lamentablemente nunca puedo alcanzar.

Pero, como si esa calma y paz fuese arrebatada de mi alma para intercambiarla por espontaneidad y susto absoluto, mi físico se sobresalta al sentir la palma de una mano sobre uno de mis hombros, rompiendo mi concentración para regresarme a la realidad.

Mi palpitación acelerada se hace notoria con el exhalar de mis respiraciones al momento en que encuentro a mi hermanastro Finn junto a mí.

—Lo lamento, no quise asustarte—. Se disculpa, un aire de preocupación en sus ojos marrones.

—Te llamé un par de veces, pero lucías tan enfocada en tu dibujo que no me escuchaste—. Añade.

Unos pants grises y una playera negra con el logo de Nike visten el cuerpo atlético de mi hermanastro para regalarle una esencia de serenidad, la cual percibo al instante.

—Perdón, no te escuché.

No es mi intención alterarme con cualquier estímulo de mi entorno, pero no puedo evitar que al sentir un roce de alguien más sobre mi cuerpo, cuando me toman el brazo para hablar conmigo, o cuando interrumpen mis pensamientos con sus voces, me aterre, pues eso solo me recuerda a las atrocidades que sufrí en el pasado.

Me he esforzado por actuar normal, pero esto es simplemente algo que no se irá de mí en cuestión de días.

Estoy consciente que guardo numerosos traumas, pero no es tan sencillo superarlos como la gente cree que lo es.

Amarlo Fue RojoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora