Día 119: El Regreso

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El frío aire que corre por la habitación golpea mi cuerpo expuesto con gran intensidad, estremeciendo cada célula de mi ser.

Mis labios secos se agrietan con cada respiración que mi boca libera, suplicando por una gota de agua que deliberadamente han prohibido proporcionarme.

No sé cuánto tiempo llevo aquí adentro ni cuáles son las verdaderas identidades de las personas que me han secuestrado, pero lo único que me mantiene con fuerza para seguir adelante es la imagen de mis padres en casa, buscándome por cada rincón de este mundo hasta encontrarme.

Estoy consciente que las semanas han transcurrido y yo continúo aquí, con ellos, pero eso no significa que en casa no estén moviendo mar y tierra para localizarme.

Solo es cuestión de tiempo para que me encuentren, yo lo sé.

Una lágrima corre por mi mejilla helada, mi corazón sufriendo por el aislamiento que he vivido por lo que parecen años.

Nunca pensé que mi vida terminaría en esta posición.

Los recuerdos alegres que alguna vez presencié se sienten lejanos, tan distantes que parece que conforme pasan los días éstos se tornan más borrosos, desapareciendo de mi memoria.

Mis muñecas ahora atadas detrás de mi espalda y mis tobillos amarrados con una áspera cuerda impiden que pueda realizar cualquier tipo de movimiento, manteniéndome inmóvil en la frígida superficie sobre la cual he crecido a acostumbrarme.

Ya no recuerdo los colores que alguna vez iluminaron mis ojos. 

El verde de los árboles, el amarillo de la luz del sol en verano, el naranja del cielo al atardecer y el color rojizo de mi cabello que deslumbraba mi persona, han abandonado lo que alguna vez fue normal para mi mirada.

Ahora lo único que se apodera de mi vista es el color negro del temor, ansiedad y nerviosismo.

Desde que llegué a este lugar desconocido, mis ojos han sido cubiertos con una tela que han amarrado detrás de mi cabeza, impidiendo que mi visión aprecie cualquier detalle que pudiese ocasionar una acción de mi parte y un problema para ellos.

Y aunque logré echarle un rápido vistazo al establecimiento aquella noche en que intenté escapar, y corrí por el bosque en búsqueda de ayuda, nada de eso me sirve ahora porque la puerta siempre está cerrada con llave, la ventana del cuarto es tan pequeña que apenas mi brazo cabe por ella y las miradas de esos hombres se mantienen sobre mi persona para vigilarme cada minuto del día.

El nudo en mi garganta ha estado presente por tanto tiempo que ya ni siquiera recuerdo lo que se siente estar en un estado de tranquilidad y paz.

La felicidad y recuerdos alegres han sido succionados de mi persona como si de un dementor de Harry Potter se tratase, dejando solo tristeza y desolación en mi alma...

Mi sentido de alerta le comienza a emitir una alarma a mi sistema nervioso cuando escucho pasos distantes acercándose a la habitación, mi cuerpo tensándose al instante tras pensar en lo que posiblemente me toque sufrir el día de hoy.

Suspiro al recordar que la última vez que observé mi reflejo en un espejo fue el último día que vi a mis padres y a Finn.

Fue una mañana de verano, durante mi primera semana de regreso a clases para entrar a la Universidad, cuando me encontraba emocionada y contenta de asistir al colegio debido a que mis mejores amigos y yo prácticamente reinamos la escuela durante los años de preparatoria, y estábamos seguros que no sería distinto en esta nueva etapa.

Recuerdo que todos querían formar parte de nuestro círculo íntimo y sentarse con nosotros a la hora del almuerzo, pero solo eran pocos los que recibían una invitación de nuestra parte para juntarse con nosotros.

Amarlo Fue RojoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora