La Sorpresa

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—¿Cómo te sientes? — Mabel me pregunta al encontrarme un tanto sonriente desde que iniciamos la sesión hace unos minutos, —Pareces estar mejor.

Su rubio cabello deslumbra al posar suelto sobre sus hombros, mientras que cabellos perfectamente peinados a los costados adornan su dulce y delicado rostro.

El brillo en sus ojos azules me transmite tranquilidad, la cual comparte conmigo a través de la confianza y paciencia que poco a poco ha ido formando en nuestra relación doctora-paciente.

—Me siento mejor—. Le digo con seguridad.

—¿A qué se debe este estado anímico? — Media sonrisa se dibuja en sus labios rosas.

Tomo las mangas de mi suéter entre mis puños para jalar la tela hacia abajo, cruzando los brazos sobre mi pecho para abrazarme debido a la fría habitación, a pesar de contar con el aire acondicionado apagado.

Conecto la mirada con Mabel, intentando ocultar aquellos recuerdos que viví con Rojo la semana pasada.

—Simplemente estoy agradecida de mi vida actual—. Me encojo de hombros.

La Doctora asienta, invitándome a explayarme en mi respuesta.

—Mi familia, mis amigos, y—. Tartamudeo por un breve instante, —Y el cariño que me han brindado últimamente, me ha ayudado a sentirme en casa.

—¿La pasaste bien en tus vacaciones de Acción de Gracias? — Me pregunta.

Mi sonrisa se ensancha de inmediato a la par que, involuntariamente, presiono mis pierna junto a la otra tras recordar la boca y las manos de Rojo jugar con mi intimidad por largas y placenteras horas.

Mis papilas gustativas desprenden saliva al imaginarme el sabor a menta del aliento de Rojo, quien me besó como nunca nadie más lo había hecho antes.

La Doctora mantiene su vista sobre mi persona mientras espera mi contestación a su interrogante.

—La pasé fenomenal—. Presiono mis labios para reprimir mi sonrisa, pero es inevitable poder ocultarla cada vez que pienso en el rubio.

—¿Qué actividades realizaste en tus días de descanso? — Continúa indagando.

Desenlazo mis brazos para dejarlos caer a mis costados, solo para entrelazar mis manos nuevamente al cabo de unos segundos.

—Estuve con Karissa la mayor parte del tiempo, así como con Abel y Clyde—. Le comento, —También vi películas con Finn y mi padre estuvo en casa todos los días para cenar con nosotros.

—¿Te sientes cómoda en compañía de ellos?

—Demasiado, pues la calidez que me brindan es incomparable.

—Qué hay de los momentos en que estás contigo misma, ¿te agrada la soledad?

Mi sonrisa desaparece lentamente al momento en que mis episodios de tristeza invaden mi pantalla mental de un solo golpe: mi cuerpo tirado sobre mi cama, intentando dormir para olvidar mi sufrimiento; mis ojos irritados por tanto llorar cuando nadie me observa; el pesar de mi corazón por sentir un profundo vacío en mi pecho...

—Me cuesta mantener mis emociones en regla cuando estoy sola—. Le confieso.

—Cuando no hay nadie a mi alrededor, es cuando comienzo a pensar en aquellos días que todo lucía oscuro, donde mi cuerpo era restringido y el abuso llegaba a mí para potenciar mi agonía.

Mabel escribe unas anotaciones en su tableta digital tras escuchar mis palabras.

—¿Tienes alguna idea del por qué comienzas a pensar en esos momentos cuando estás a solas? — Me cuestiona.

Amarlo Fue RojoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora