El Dolor

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ROJO

—Estoy nerviosa—. La dulce voz de Nessa suena a través de la línea telefónica, temerosa por su primera sesión con la psicóloga que sus padres le consiguieron.

—Imagina que soy yo a quien le estás hablando y el tiempo pasará en un parpadeo—. Intento tranquilizarla.

A pesar de no poder observarla, sé que acaba de sonreír por el pequeño sonido que ha emitido.

Continúo manejando por la calle hasta estacionar mi auto en las afueras del establecimiento que visito diariamente.

—Sé que tu no me juzgarás por lo que diga—. Nessa comenta, —Pero no puedo decir lo mismo de esta mujer.

—Su trabajo es escuchar a la gente y apoyarlos en superar obstáculos, no tienes por qué preocuparte.

La pelirroja suspira, dándose por vencida.

—¿Cuándo volveré a verte? — Cambia radicalmente de tema.

—Pronto—. Respondo ambiguo.

Ella resopla, inconforme con mi contestación.

—Mañana es el Día de Acción de Gracias, y, aunque debo asistir a la cena en casa de la familia de Abel, quisiera verte antes.

Media sonrisa se pinta en mi rostro por su necesidad de desear estar junto a mí, pues normalmente ocasiono el efecto contrario en las personas, alejándolas hasta que desaparecen de mi vida por completo.

Salgo de mi vehículo para dirigirme hacia la puerta del sitio que utilizamos como oficina, esperando unos segundos en las afueras de ésta para terminar con mi conversación con Nessa.

—Tengo un asunto que atender, te llamo más tarde, ¿sí?

—Está bien—. Me responde con un tono de decepción.

—Éxito con la Doctora.

—Éxito en lo que sea que vayas a hacer.

Una breve risa se escapa de mi boca por la precisión en información que tengo sobre Nessa y de su vida, contrastando con la ausencia de datos que ella tiene sobre la mía.

Termino la llamada para después ingresar el código numérico de seguridad en la tableta digital que se encuentra adherida en la entrada de la vivienda. Un sonido agudo suena al instante para darme la bienvenida tras remover el candado de la puerta.

Un aire pesado y tenso llega a mis pulmones al momento en que pongo un pie adentro, regresándome a la oscuridad que temporalmente se desvanece de mi alma cuando hablo con la única chica que me considera buena persona.

Con pasos lentos y pesados, atravieso los largos pasillos del sitio, hasta que entro a la habitación más amplia al fondo del espacio.

—Ya estoy aquí—. Menciono con un tono seco, cambiando mi actitud a una más rígida.

—¿Dónde diablos estabas? — Sus ojos azules fruncen a manera de desagrado, —Un minuto más y el idiota hubiese tenido qué hacerlo por ti, y ya sabemos cómo termina eso.

—Pero ya estoy aquí, Azul. Terminemos con esto de una vez—. Le informo.

Un nudo se forma en mi estómago por la repugnancia que siento de continuar trabajando con los mismos imbéciles con los que he estado relacionándome desde hace años.

El de cabello negro me entrega un celular desechable para indicarme que haga la llamada correspondiente.

Subo la pantalla hacia mi rostro al momento de teclear el número solicitado, hasta que el destinatario responde al cabo de dos timbres.

Amarlo Fue RojoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora