La Tina

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—Acelera un poco, Nessa—. Clark me indica desde al asiento del copiloto al tenerme detrás del volante, —Es peligroso ir tan lento en esta zona.

La punta de mi pie presiona ligeramente el acelerador para acatar las órdenes de mi guardaespaldas, quien podría pasar por un piloto de Fórmula 1 por lo fantástico que es al manejar.

—¿Qué no es peligroso ir muy rápido? — Le cuestiono.

—En algunas zonas sí, en otras no—. Responde con ese tono sereno que siempre denota.

Mantengo la vista al frente mientras que mis manos toman con gran ímpetu las curvas del volante, un tanto temerosa por la inseguridad que cargo en mi persona.

—¿Cómo sé cuándo debo ir más rápido o más lento?

—Eso se aprende con la práctica—. Clark responde, —Además de tomar en cuenta los letreros de la calle que te indican la velocidad máxima permitida—. Una breve risa se escapa de sus labios.

El vehículo avanza con mi nerviosismo aún presente, pero sintiéndome cómoda al tener a Clark a mi lado, brindando las recomendaciones que claramente necesito para conducir mejor.

—Nessa...

—¿Sí?

—Acabas de pasarte un alto.

Freno como si mi vida dependiese de ello tras escuchar las palabras del rubio junto a mí, sintiéndome como una delincuente por no haber obedecido el color del semáforo.

Nuestros cuerpos se impulsan hacia adelante para después rebotar contra el respaldo, como consecuencia de mi freno repentino.

—Aquí no hay ningún alto, continúa avanzando—. Clark me corrige nuevamente, y con mi mente hecha un caos de pensamientos, presiono el acelerador para seguir con el camino a casa.

—Soy un fracaso—. Digo decepcionada, percibiéndome como una inútil porque así nunca podré conseguir mi licencia para conducir.

—No eres ningún fracaso, solo te hace falta experiencia, y eso lo consigues con el tiempo—. Clark me reconforta.

Qué amable es este sujeto. Ahora entiendo por qué Karissa está enamorada de él a pesar de tener decenas de pretendientes detrás de ella.

Al cabo de unos minutos de mala conducción, estaciono el auto frente a mi hogar, pero interrumpo a Clark antes de bajar del coche para comentarle algo que me ha estado carcomiendo todo el camino a casa.

—Clark... ¿puedo preguntarte algo?

El hombre de treinta y tres años gira su rostro para conectar sus ojos color marrón claro con los míos, regalándome toda su atención.

Su mirada inocente contrasta con lo fuerte que luce el resto de su cuerpo, pues sus brazos cuentan con tal volumen que parecen a punto de explotar el saco del traje negro que los cubren.

—Sé que me observas todo el tiempo, para eso te paga mi padre—. Comienzo a decirle, con unas gotas de vergüenza en mi voz.

Mi protector asienta para dejarme continuar, ignorando hacia dónde van mis palabras.

—Y sé que intentas salvaguardar mi bienestar inclusive durante las horas escolares, asegurando que nadie vaya a lastimarme en la universidad—. Le explico.

Media sonrisa se dibuja en los labios de Clark, quien inicia a intuir hacia dónde se dirigen mis comentarios.

Paso saliva antes de continuar, intercalando mi mirada entre mis manos y sus ojos por lo apenada que me siento de haber sido acariciada por Rojo en plena biblioteca universitaria.

Amarlo Fue RojoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora