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Actualización 2/2

Capítulo 28: Let her go

Nunca fui muy avispada en el tema de los chicos. Tampoco me interesaba serlo. Ni habría podido serlo aunque hubiese querido. Mis inseguridades no me lo hubiesen permitido. Desde pequeña había sido un poco así. Insegura, con baja autoestima. Incluso cuando recibía algún que otro cumplido me acababa extrañando, porque, ¿cómo iba a ser cierto? Lo primero que se me veía a la mente era que seguro lo dirían por quedar bien o que se estarían riendo de mí. ¿Qué jodida es la cabeza a veces, no?

Y después de todo estaba el beso. El puñetero beso. La razón por la que penas había podido dormir esa noche. Mi mente viajó al momento que llegué a la residencia, cerré la puerta de mi habitación y me apoyé sobre ella. No podía creer lo que había pasado. En un gesto meramente instintivo me llevé una mano a los labios, sintiendo cada roce de los suyos en cada pequeño movimiento. Enzo me había besado. Cerré los ojos y lo vi de nuevo. Cómo me miraba entusiasmado cuando le contaba mi día. Su risa. Sus manos en mi cintura y las mías en su pelo. Lo bien que olía. El beso que Enzo me dio en la punta de la nariz antes de darme otro en los labios. Al recordarlo sentía como si se me revolviera todo.

¿Eso era lo que todos dicen que es el amor?

No podía ser amor. No cuando él me veía como una amiga y seguía teniendo sentimientos por otra persona, porque aunque él me había dicho que ya no quería a Marina yo sabía que le seguía doliendo. ¿Acaso no era lo mismo? Yo tampoco sabía bien cómo sentirme, o siquiera lo que en realidad estaba sintiendo, porque los nervios, las mariposas y el insomnio eran nuevos. No lo sentí cuando me dieron mi primer beso a los quince, ni cuando perdí la virginidad un par de años más tarde. Todo eso era nuevo. Y si ni siquiera sabía cómo me sentía yo, me aterrorizaba pensar cómo se sentiría Enzo, pero había una cosa que tenía bien clara: no quería ser un parche. No iba a serlo.

- Voy por un café, ¿quieres uno? -una voz llamó mi atención, haciendo que soltase el costurero y lo dejase a un lado.

Asentí y Sandy me dio un pequeño apretón en el hombro mientras yo seguía marcando la tela por donde después iba a cortarla. Los preparativos para la semana de la moda me tenían nerviosa, sobre todo el tener que terminar mi vestido a tiempo para presentarlo junto a los demás, sumándole el miedo a las críticas y todo lo que eso conllevaba. Sandy volvió con los cafés y me dio el mío, sentándose a mi lado.

- Te preocupas demasiado por todo -me dijo.

Asentí dando un sorbo a mi taza.

- Lo sé, lo sé. Todo esto es muy nuevo y me aterra.

- Te entiendo, yo pasé por lo mismo una vez, pero también sé que no es solo eso lo que te preocupa, ¿o me equivoco?

Me sonrojé, dándole la respuesta indirectamente. Era consciente de que había estado más distraída de lo normal, pero tampoco quería que se me notase todo con solo un vistazo. Ella se levantó de su silla y miró el reloj de su muñeca.

- Creo que por hoy está bien, vete y trata de despejarte un rato. Y deja de preocuparte.

Le hice caso y apenas me dejó ayudarla a recoger antes de que me hiciese salir una vez de la academia. Me froté los brazos por el frío que hacía en la calle y empecé a andar sin pensar muy bien donde ir. Mis piernas actuaron por instinto y me llevaron en su dirección.

Al entrar en la tienda lo vi. Enzo me devolvió la mirada y se acercó a mí con una sonrisa. El corazón me dio un vuelco gigante dentro del pecho. Me saludó con un beso en la mejilla, como siempre hacía. Sin embargo, esta vez rozó la comisura de mi boca con sus labios intencionadamente. En un gesto más íntimo. Mis ojos se clavaron en los suyos antes de volver la vista hacia Mario, que nos miraba con una expresión burlona. ¿Sabría lo del beso? Estaba segura de que si Enzo le había contado lo del beso sería porque se había arrepentido.

Mi vista se despegó de ellos para fijarme en Chiara, que se acercó hasta mí con Dante en brazos. Era el bebé más bonito que había visto en mi vida. Una pequeña mata de pelo le cubría la cabeza y no pude evitar fijarme en sus mofletes sonrosados, que se movían al succionar el chupete con fuerza.

- ¿Quieres cogerlo? -preguntó su madre.

Sí que quería, pero era tan pequeño que me daba demasiado miedo.

- ¿Y si se me cae?

Chiara sonrió y lo puso sobre mis brazos, acomodando la pequeña cabeza de Dante para que quedase bien sujeta. Yo lo agarré con cuidado, intentando no hacerle daño de ninguna manera.

- Si no se le ha caído a este, no se te va a caer a ti -Señaló a Enzo con la cabeza y el aludido se quejó.

Me reí y el bebé abrió los ojos, mirándome fijamente con esos ojos azules que había heredado de su padre. Estaba más grande desde la última vez que lo había visto.

- ¿Puedes ser más mono? -susurré acariciándole con cuidado las mejillas.

- ¿Podemos hablar?

Enzo se colocó a mi lado y le acarició la cabeza con cariño antes de dirigirse hacia mí. Asentí y le devolví el bebé a su madre, mientras una presión me apretaba en el centro del pecho. Salimos de la tienda y Enzo cogió mi mano, entrelazando nuestros dedos mientras empezábamos a andar hasta la plaza de al lado de mi residencia.

- Supongo que ya sé de lo que quieres hablar y...

- Precisamente es de eso de lo que quiero hablar -dijo con decisión.

Dio un paso hacia mí y dejé de pensar con claridad. Entonces la cagué.

- Ya. Mejor no digas nada, no fue nada. Solo fue un beso sin importancia. No significó -intenté sonar lo más convincente posible.

Era mentira. El beso había significado más de lo que me hubiese gustado. Enzo arrugó el ceño antes de mirarme. Supuse que mi bombardeo de palabras lo había tomado por sorpresa, pero lo que no me imaginaba era que la expresión de su cara se hubiese oscurecido un poco dejando ver un deje de dolor en sus ojos. Suspiré intentando aguantarme las ganas de llorar que me habían invadido de repente.

- Tengo... tengo que irme. ¿Nos vamos viendo?

Enzo asintió y se inclinó para darme un beso en la mejilla antes de volver a la tienda. Nunca hice más rápido el camino hasta la residencia que ese día. Subí los escalones de la escalera de dos en dos, intentando llegar lo antes posible a mi habitación. Cerré con un portazo y me derrumbé. Me sentía una cobarde, porque no podía sentir esto por él. No podía enamorarme de él.

Miles de estrellasDonde viven las historias. Descúbrelo ahora