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Capítulo 41: I don't wanna live forever

Siempre había pensado que las cosas como el amor no estaban hechas para mí. Tampoco había sido algo que me quitase el sueño si tuviese que ser sincero. Desde que era pequeño me había acostumbrado a ver el amor desde fuera, como un espectador. Había visto a muchos de mis amigos enamorarse. Veía como Mario miraba a Chiara todos los días y, a pesar de que cuando mi padre murió yo era muy pequeño, todavía podía recordar la complicidad que él tenía con mi madre y como le brillaban los ojos cuando la miraba. Por eso cuando conocí a Marina quise creer que yo también estaba enamorado. Quise experimentar en la piel y en el corazón ese cosquilleo que todos dicen que se siente. Esa falta de aire y las mariposas que revolotean en la tripa, pero después de todo lo que habíamos vivido y de lo que nuestra relación nos había afectado, me dije a mí mismo que tal vez el amor no estaba hecho para mí. Me había resignado a seguir viéndolo desde fuera. Lo había hecho hasta que llegó ella. No lograba descifrar qué era esa presión en el pecho cuando estaba cerca de Vega. El cosquilleo que me recorría cuando la miraba a los ojos y ella sonreía.

Eran más de las dos de la madrugada cuando llegamos a mi casa. Ninguno de los dos había hablado demasiado por el camino y me atrevería a asegurar que por las mismas razones. Había sentido su pulso acelerado bajo el agarre de mi mano desde que salimos del evento, y si yo podía sentirlo, seguro que ella también había sentido el mío. No había logrado recuperarme de la sorpresa, cuando Vega posó sus manos sobre mi nuca atrayéndome hasta ella y me besó delante de toda aquella gente. Ella. La chica menos impulsiva que había conocido. Ella que planeaba todo hasta el más mínimo detalle. Mi mente repetía el momento una y otra vez e inconscientemente junté mis labios recordando el sabor de los suyos.

Encendí las luces a la vez que Vega entraba detrás de mí cerrando la puerta del exterior. Tenía que recoger sus cosas antes de volver hasta la residencia. Me quité la chaqueta de un movimiento y la tiré encima del sofá, donde cayó sin mucha gracia. Vega escondió una mueca de burla mientras se desabrochaba los tacones y se masajeaba los pies con un suspiro.

- ¿Te duelen?

Ella asintió con ahínco mientras movía los dedos de los pies.

- No me siento los dedos pequeños.

Me reí mientras llegaba hasta ella. Vega pasó sus manos por encima de mis hombros y yo le rodeé la cintura con las mías. Sus ojos marrones brillaban más que nunca y se le marcaban los hoyuelos de una sonrisa que no podía disimular.

- Estoy muy feliz.

- Tú me haces feliz a mí.

A los dos nos tomaron por sorpresa mis palabras. Era una confesión a medias, porque también lo había sido en parte para mí. Ni siquiera fui consciente de la verdad que encerraba aquella frase hasta que me vi a mí mismo pronunciándola en voz alta. Llevé mis manos a su rostro, acariciando sus mejillas. No sabía si eso que sentía por Vega era amor, ni tampoco si me estaba enamorando de ella. Lo único que sabía era que ya no aguantaba ni un segundo más sin tocarla.

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