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Capítulo 27: Cuando nadie ve
Llevaba desde el día anterior dándole vueltas a lo que había pasado. La había besado. Había besado a Vega, y en lo único que podía pensar era en besarla otra vez. Pero también sabía quién era ella, y que se merecía alguien mejor que yo. Alguien que lo diese todo por ella. Alguien que no estuviese intentando enmendar uno a uno los pedazos que habían hecho de él. Porque yo había estado muy roto, aunque poco a poco ya me estuviese recuperando.
Solté un suspiro. Mario recogió una de las cajas que el proveedor había dejado y la abrió sobre el mostrador, empezando a colocar los productos en la vitrina. Yo daba vueltas con el trapo en la mano, intentando convencerme de si debía o no debía decir en voz alta eso que me atormentaba, porque si no lo hacía terminaría volviéndome loco. Me acerqué hasta Mario con decisión, pero al final me arrepentí y me hice el tonto empezando a limpiar por al lado suya. ¿Y si la cagaba? O peor, ¿y si ya la había cagado con Vega? Necesitaba que alguien me diera su opinión.
- Mario -lo llamé.
Mi amigo dejó lo que estaba haciendo para girarse hasta mí, al ver que no seguí hablando. Una mueca de disgusto se dibujó en su cara.
- Suéltalo ya Enzo.
Estaba empezando a perder la paciencia. Mario me miraba con los brazos cruzados, esperando que le soltara cualquier tontería, por supuesto. Así que, sin más, lo dije.
- Me gusta Vega... -susurré-. Mucho.
Era la primera vez que lo decía en voz alta, y al hacerlo se había vuelto mucho más real. Mario me miró incrédulo antes de empezar a reírse a carcajadas.
- ¿Eso es lo que te pasa? -Se carcajeó en mi cara. - ¿Por eso no dejas de dar vueltas desde que he llegado, como si tuvieses lombrices?
- ¿De qué te ríes, gilipollas?
- De ti -contestó sin dejar de hacerlo-. Enzo, ya lo sabía.
Volvió a mirarme sin poder creérselo. Fruncí el ceño y lo miré sin entender nada. Mi amigo puso los ojos en blanco.
- Después el gilipollas soy yo -añadió dando la vuelta al mostrador y poniéndose a mi lado.
- Si vas a seguir riéndote de mí, te digo desde ya que no tiene ni puta gracia -lo amenacé apuntándolo con el trapo.
- He visto como la miras.
Me pasé una mano por la cara, intentando calmar los nervios un poco. ¿Cómo no iba a mirarla? Si ella era preciosa.
- Creo que la he cagado -murmuré a media voz-. La he besado, Mario.
Él levantó las cejas mirándome, aunque no parecía ni un poco sorprendido. Yo seguí hablando sin parar, dejando al descubierto mis dudas y mis miedos, intentando explicarle a mi mejor amigo que me había dado cuenta de que sentía más por aquella chica de lo que me hubiese gustado pensar.
- Es mi amiga y, no sé -Me pasé las manos por el pelo. - Es una putada.
Mario negó con la cabeza y me dio un apretón en el hombro.
- Si no lo intentas, sí, sería una putada -admitió-. Deja el miedo, Enzo. Te mereces ser feliz. Y con ella lo eres.
¿Cómo se supone que se aleja el miedo? ¿Cómo, si todo lo bueno que has tenido se ha roto, y lo ha hecho por tu culpa? ¿Cuándo, si había alejado a todas las personas que más me querían de mi vida? No quería volver a depender de una persona. No quería volver a ser débil, ni volver a sentirme tan perdido que hasta a mí mismo me costó encontrarme. Pero Vega merecía la pena. Ella merecía el riesgo. Vega no se merecía mis dudas, ni mucho menos enfrentarse a mis miedos. Tenía que correr ese riesgo. Por Vega. Por mí. Tenía que dejar de tener miedo para empezar a vivir. Lo que entonces no sabía era que desde que ella había llegado a mi vida, ya había empezado a hacerlo.
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Miles de estrellas
RomanceUn golpe de suerte, o un empujoncito, llevará a Vega hasta Milán, la ciudad con la que lleva soñando desde pequeña. Allí conocerá a Enzo, un ex-estudiante de astronomía y aficionado a las estrellas, que se cruzará con ella de una manera bastante cas...