7. Noche Maravillosa.

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—¿Mi amor, está todo bien? —preguntó con preocupación.

—S-Sana, llegaste —saludó con un beso corto, ¿en qué estaba pensando?

—¿En qué tanto pensabas? Ni siquiera escuchaste cuando entré. —reclamó con un leve puchero en sus labios. El castaño tomó las manos de la contraria y le dió una sonrisa calida. sintiéndose culpable por no haber notado su llegada y es que no era la primera vez.

—Cosas del trabajo, ya sabes. ¿Qué tal el trabajo?—la rubia suspiró cansada y comenzó a aflojar sus tacones que le tenían los pies hinchados. El castaño no se demoró en terminar por quitárselos y caminar hacia la habitación.

—¡Dios, estoy muerta! Cada vez hay más accidentes de conductores ebrios. —alzó la voz, lo suficiente para que el castaño que se encontraba en la no tan alejada habitación lo pudiera escuchar.  —Tambien pasé a despedirme de Lía y para agradecerle por lo del trabajo en el orfanato.

—Espero que le vaya bien. —regresó a el sofá pero ahora con unas sandalias ligeras para la rubia. —Luego yo le llamaré para agradecer.

—Gracias, Cariño. ¿Qué me dices del orfanato? —preguntó curiosa. —Los niños, las madres, vamos cuéntame, Taehyung.

—Bueno, no puedo evitar sentirme triste por los niños ¿sabes? —la rubia asintió afligida, dándole la razón al castaño.

Ambos pensaban de igual manera. Por eso es que cuando Sana supo de aquel trabajo, no dudó en decírselo a Taehyung, ya que conocía el cambio que este quería hacer.

Después de que ambos llevaran una cena tranquila como todas, contándose su día y hablando uno que otro chisme que los hacía reír, decideron acostarse para dormir. O bueno, tal vez solo uno de ellos.

Taehyung no podía estar más feliz por ver al azabache. Contaba las horas para poder llegar al orfanato y encontrarse nuevamente con él.
El sueño parecía no querer llegar, y Taehyung no desaprovechó la oportunidad para recordar cuando lo vió por primera vez. Cuando lo vió tan vulnerable e indefenso. Cuando sus miradas se conectaron aquella vez que se tropezaron por aquel pasillo. Porque nunca en su vida se había encontrado con aquellos ojos tan expresivos, con aquellos brillosos ojos que hablaban por si solos. Tan puros.

Pensó que sólo tendría la dicha de verlos solo esa vez, así que los apreció y memorizó. Pero quién diría que la consulta médica del pelinegro la atendería él. Quien diría que la vida le estaba ofreciendo verlos una segunda vez y entonces más agradecido no pudo estar. ¿Tomar un café juntos? Por dios, se tendría que ser tan idiota para poder rechazarlo.

Entonces cuando lo vió en aquella cafetería con un delantal negro, tan negro que quedaba perfecto con sus cabellos azabaches. cuando se preocupó por dejarlo en su casa a pesar de que estaban frente a ella.  Cuando desayunaron juntos y caminaron tranquilamente mientras se encargaban por saber más del otro, supo que definitivamente Jungkook había llegado a su vida por jugadas del destino. Esas jugadas que se encargaban de encontrarse una y otra vez. 

El extraño sentimiento de querer cuidarlo del mundo, de cuidarlo de algo que él desconocía por completo.

—Jeon Jungkook. —susurró con una sonrisa dibujada en su rostro, mientras sostenía un papel con que tenía escrito el nombre del pelinegro. Papel que se encargó de tomar en aquella consulta.

No era psicológico, pero sabía que lo que tenía el pelinegro no era normal. Él se encargaría de descubrirlo para poder ayudarlo. Algo que él fácilmente puede hacer por un amigo. Su instinto de doctor así se lo ordenaba.

¿Por qué eso es lo que hace un doctor, no?

[***]

Cómo todos los días; Jungkook llegaba puntual a su trabajo. Cómo de costumbre el día había llegado algo gris y unas cuantas nubes querían descargar lo que traían dentro, es por eso que el pelinegro cargó con el su paraguas, no quería volver a pisar un hospital y menos por lo mal que lo ponen las personas, aunque... La última vez que estuvo en uno no le fue del todo mal, al contrario.

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