Los ojos oscuros parecían tragar todo lo que a su alrededor veía, la vestimenta de los lugareños eran casi en su totalidad de diferentes tonos azulados hasta desembocar en blanco, poco lograba ver de otros colores, la mayoría de las mujeres llevaban quirones y una tela larga que colgaban de la sección interna de sus codos y pasaba por la espalda, y otras la usan abierta cubriendo la espalda alta por los hombros; los hombres iban de camisas holgadas, algunos con chalecos de cuero y otros con camisas más a la medida, también habían otros con aspecto más humilde, de pantalones de un largo que no cubre sus tobillos, y sandalias o botas. En las mujeres lograba notar el uso de zapatillas de piso y el largo de su vestimenta en su mayoría no subía de las rodillas, claro que algunas jóvenes las usaban con dos dedos arriba.
Sin embargo, lo que más alimentaba la emoción de la princesa de Tenebris, era el lucir de los canales que fungen de calles junto a los curiosos animales que sirven de transporte. Karim no disminuía su sonrisa mirando a todos lados, teniendo a Mocca abrazada con ambas manos. Podía aumentar el paso al instante para subir el puente que conectaba a la otra acera, para ver desde la altura el navegar de los hipocampos de primer y segundo nivel. Las casas y negocios tampoco pasaban desapercibidos con sus pilares y cimientos grisáceos y azules con cierto brillo, algunos decorados con caracoles y esqueletos de peces u objetos falsos.
—¿Lo disfrutas? —preguntó el príncipe del lugar junto a sus turistas alcanzando a la chica destellante de alegría.
El grupo fue de paseo luego de esa extraña bienvenida por parte del guardia real, Brishon les acompañaba con diligencia manteniéndose apartado, pero cerca a la vez por si era necesitado.
—¡Sí! ¡Aqua es hermosa! —entregó a su criatura en las manos de su prometido, que lo sostuvo con una por el cuero peludo del lomo al recibir un pequeño gruñido del Amicca, después de haber sido dejado a su cuidado.
Randall veía a Mocca de reojo y él le devolvía la mirada con cierto fastidio, no era como que ambos se llevaran mal, pero tampoco congeniaban mucho, sus espíritus solían chocar cada que se miraban. Sin embargo, la atención era robada de nuevo por la pelinegra que recostó su panza al grueso bloque del puente para asomarse a lo que había abajo, es decir, el concurrir del tráfico de los hipocampos pequeños y medianos, aquellos que iban con una persona y hasta los que tenían varías encima con asientos juntos en hileras de dos.
—¿Qué son ellos? —la forma de la pregunta resultaba en el pensar de una niña pequeña, su actitud tampoco ayudaba cuando los pies de ella se habían alzado a oscilar en el aire al estar, como una forma de comparar, colgando.
El joven peliazul estaba cerca de ella por preocupación de que pudiera caer. —Hipocampos, criaturas mitad caballo, mitad pez, nuestro principal modo de movernos en el reino.
—¿Cómo logran domarlos?
—Los que están aquí son criados y entrenados para esto, allá —señaló a la derecha en dirección a lo que dedujeron como una isla, con un edificio como si fuera un segundo castillo mucho más pequeño que el «oficial»—, está el criadero y también los entrenan.
—¿Desde pequeños? —ella miraba fijo el lugar, habiendo un puente cuyos cimientos salen del agua.
—Uhm, sí, si quieres uno fácil por así decirlo —Karim le miró esperando la continuación, aunque los demás no eran la excepción—. También hay a los que llamamos salvajes, viven junto a los nessies. Se les puede domar, claro, pero eso es una odisea y te ganas el respeto si logras hacerte con uno que no sea de cautiverio.
El chico señaló a ese lugar, donde unas rocas sobresalían con apariencia amenazante diciendo que sus piedras serían un martirio si resbalas en su superficie, sin embargo, Randall advirtió, con suplica entre su severidad. —No, ni se te ocurra, Karim.
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Hijos de los Elementos
Fantasy¿Cada quien tiene un destino o cada cual elige su camino? Nadie conoce la respuesta a esta pregunta, pero también sabemos que nadie elige dónde nacer. Muchos prefieren regirse por sus tradiciones, otros por la suerte, y pocos por propia determinació...