Represión

299 48 67
                                    

El sol incandescente resplandecía en lo más alto del firmamento azul sin ningún obstáculo en su inmensidad

¡Ay! Esta imagen no sigue nuestras pautas de contenido. Para continuar la publicación, intente quitarla o subir otra.

El sol incandescente resplandecía en lo más alto del firmamento azul sin ningún obstáculo en su inmensidad. Un par de aves aleteando atravesando velozmente el tráfico aéreo y esquivando los cables de luz. El sonido de los vehículos conformaba gran parte la contaminación auditiva, seguido de las voces de la gente que transitaba en las calles y las tiendas en todo lo largo de la avenida.

Los ojos malva estaban centrados hacía enfrente, esquivando a las personas que iban en su dirección contraria. Dobló en la siguiente esquina a mano izquierda, buscando un local en particular. Algo llamó su atención de reojo y se detuvo, acercándose a la ventana de cristal de dicho establecimiento para evitar estorbar a la gente que transitaba por ahí. Recorrió con atención cada objeto que se veía, fijándose en los precios.

Estaba tan absorto en eso que reaccionó justo en el momento en que unos brazos rodearon su cintura por detrás, estrechándolo con fuerza en un abrazo. Se sobresaltó, alejándose de la impresión y volteando para mirar aunque tenía una clara idea de quien era. Pudo percibir su perfume.

―Tenten

― ¿Esperabas a alguien más? ―La fémina le sonrió con cierta coquetería disfrazada de una ofensa.

―No puedes hacer esto aquí. ―El sacerdote miró a su alrededor pero nadie parecía haber visto la acción.

Tampoco es como que fuera relevante, estaba vestido de civil, con una playera de algodón gris claro y unos jeans oscuros. Parecía un hombre normal en el centro de la ciudad, un abrazo así sin el traje que siempre usaba en la iglesia, lo hacían pasar desapercibido.

―No estamos en la iglesia y no hay nadie conocido por aquí. ―Levantó a ceja, dejando en claro que nadie malinterpretaría ahí.

―Sabes que esto... ―Dejo la frase al aire.

Tenten cruzo los brazos en su pecho, desechando la idea de rodear sus ojos. Lo entendía, a la perfección. Que a pesar de todo, él seguía siendo un sacerdote. Le parecía irónico que se aferrara a su religión considerando que días atrás le había comido la boca.

Cuando el recuerdo regresaba a su mente, las mariposas en su estómago se agitaban excitadas, encantadas de recrear el sabor de los labios masculinos que por fin habían cedido ante ella.

La fémina había decidido salir por un poco de aire fresco ante la insistencia de Kankuro, que parecía dispuesto a convencerla para salir de la fiesta antes de tiempo y perderse en algún lugar para disfrutar del placer carnal. Su voz seductora y el aliento en su cuello la estaban enloqueciendo. La hacía perder la compostura y recordar que su tiempo divirtiéndose con muchos hombres había terminado. Por eso mismo tomó su distancia alegando que necesitaba un poco de aire. Antes de que pudiera responderle ella había salido corriendo, hacia el baño.

Una salida a un pequeño patio llamó su atención y decidió salir, calmarse lo suficiente y terminar con toda esa intención de Kiba de una vez por todas. Una parte de ella le decía que tenía derecho a volver a divertirse, pero la gran parte de su cuerpo sabía que no podría hacerlo, no si no era él. Suspiró profundamente pensando en que era hora de irse y que había sido una mala idea. Hasta que un movimiento le alertó que alguien estaba a su lado.

ConfesionesDonde viven las historias. Descúbrelo ahora