Sus orbes avellana buscaron los malva entre la rendija que habría entre ellos. La bendita rendija que maldecía caes vez. La intensidad flotando entre ambos.
—Padre, he pecado. — Colocó su mano en el orificio que los conectaba y bajo la mirada afligida. No podía continuar. O eso quiso hacer creer.
El masculino sintió aquel aroma hechizante entre el espacio que había entre ellos. Colocó su mano encima de la de ella, dudando ligeramente si debía hacerlo. Apretó con ligereza, para brindarle confianza. Un gesto casual y que no solía hacer muy a menudo, con alguno de sus feligreses con los cuales tenía la confianza. Por lo cual su comportamiento fue extraño pero esta vez lo permitió. Ella lo necesitaba.
Grave error.
—Dime.
La castaña alzó la cabeza con vergüenza e hizo una expresión que él no pudo determinar. ¿Vergüenza, pena o suplicio? Se mordía los labios con ligereza y evitaba verlo fijamente, mirando a su alrededor, pensando, dudando o inventando.
—He pecado de pensamiento, he pensado cosas impuras con...cierta persona.— Lo miró entre sus largas pestañas con gran inocencia. —Cosas indebidas, dejando salir mis deseos carnales, mi necesidad.
El poseedor de aquellos orbes malva tragó ligeramente saliva al sentir el aire tenso entre ambos y aquella cosa, no sabia que, que ella desprendía. Cuestión por la cual solía mantener una distancia aceptable y más que necesaria de la fémina.
De forma normal podía hablarle y tratarla con la rectitud adecuada. Pero ahí, en el confesionario algo cambiaba. Lo sentía en el aire.
El calor se intensificó cuando ella sujetó su mano con fuerza, sintiendo el choque por el toque de las pieles. Se acercó y susurró, mientras su aliento acariciaba su oreja, aquellas palabras prohibidas.
Tamborileó sus dedos en la madera que tenía presente y que se encontraba barnizada. Había esperado apenas unos minutos pero ya deseaba realmente que él entrara por esa puerta. Jugó con una figura de metal que había en el escritorio y que se balanceaba, moviendo la bola.
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Confesiones
Fiksi PenggemarÉl era un santo, recto y devoto, todo parecía marchar bien, hasta que una pecadora fijó sus ojos en él y todo se fue al carajo.