Labial

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"Perdón, Padre, he pecado

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"Perdón, Padre, he pecado..."

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Toc, toc, toc.

El golpeteo con efusividad en la puerta resonó por la casa llevando el eco incesante hasta sus orificios auditivos.

Se colocó una camiseta blanca básica dejando de lado en la cama perfectamente hecha su camisa negra de mangas largas y el cuello clerical a un lado. Se dirigió al origen del sonido y abrió la puerta con lentitud razonando un momento.

La impaciencia de Kiba siempre lo atormentaba. Era bastante energético y positivo, aunque a veces solía abrumarle, su forma descarada de ir a su casa en las mañanas por no encontrarlo en la iglesia a la hora que llegaba. Realmente le agradaba que llegara temprano a realizar las diferentes tareas, pero a veces solía ir solamente por ir y hablar. Y Kiba hablaba demasiado. De cualquier cosa. Sin embargo, eso se debía a que sabia que el genio siempre iba a recibirlo de la mejor forma en su hogar y si llegaba lo suficientemente temprano desayunaban juntos. Porque Neji madrugaba, estaba acostumbrado a hacerlo.

Neji vivía en una pequeña casa que se encontraba a un costado de la iglesia, estaba en el mismo terreno y era dada al sacerdote que de encontraba de estancia a el. Aunque contaba con dos habitaciones, dando la alternativa de que el sacristán podía vivir ahí. Pero ahora mismo, Kiba tenía su propia casa en el pueblo. Entonces no era necesario y agradeció esa paz el castaño. Era sencilla, de una planta con tejas oscuras y paredes de madera. Tenía lo necesario para vivir ahí de forma acogedora. Aunque el mismo no era exigente. Vivir de esta forma humilde le satisfacía. Le gustaba su vida como era, a fin de cuentas, era la vida que el señor había decidido para él.

La puerta se abrió una tercera parte cuando el Hyūga detuvo abruptamente.

―Buenos días, Neji. Te he traído un...― La voz aguda se detuvo mientras lo observaba de pies a cabeza sin descaro aparente.

Neji Hyūga torció la boca casi imperceptiblemente. Se arrepintió de haberse quejado de la insistencia de Kiba. Su corazón dio un brinco muy ligero al verla de pie ahí, con el cabello suelto, un pantalón negro resultando sus caderas y a juego una blusa de tirantes roja, que iba perfectamente con el color de su cabello. Y como la cereza del pastel un llamativo labial rojo, resaltando las curvas de sus labios y llenando de vida su rostro con ese leve maquillaje. Quiso suspirar, pero se contuvo.

― ¿Qué necesitas? ― Se le salió sin pensar en nada más que tener esa presencia dominante enfrente.

―Que cordialidad, aunque creo que como no has entrado en tú papel, esta viene sobrando. ―Ella sonrió divertida al verlo tan...civil.

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