-Capítulo 37-

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Victoria Bowen.

Era fin de semana.

Los turnos en la prisión eran variados, todo por mantener el mayor orden y eficacia posible acorde a las responsabilidades que tienen los policías en cada uno de los sectores en el área de trabajo, se trabajaba toda la semana con un lapso de horas establecido, y no era extraña la ocasión en que cambiaran por un día o dos ese lapso de tiempo, y a veces, también que te pidieran llegar al trabajo un sábado o domingo aunque hayas trabajado los cinco días anteriores que te correspondían, claro, compensándote ese día de más en tu próximo pago.

Para mi suerte ese momento no era mi caso, al menos esa semana. No trabajaría hasta que llegara el lunes, y aunque quisiera hacerme creer que aquello era un merecido descanso y un gran alivio, en esa ocasión sentía que no era nada de eso por completo.

Pensaba demasiado sobre los últimos sucesos que habían acontecido en mi vida, tenía mucho tiempo en adelante para eso y por más que la noche pasada entablara una casual conversación con mi madre, tomáramos té juntas, aunque hiciera el mayor esfuerzo por pensar en otra cosa, siempre, siempre lograba perderme en los pensamientos que surgían desde la culpa y la tristeza que había estado sintiendo durante todos estos días.

Trabajar siempre había sido una alternativa para no pensar tanto, pero el lugar en el que yo laboraba era precisamente el lugar en donde había nacido todo eso que ahora me mantenía intranquila.

Reiteraba en mi mente: tenemos un plan, sí, lo tenemos.

Uno que si funcionaba como lo había planteado sería una gran mejora para la situación tan desastrosa en la que nos habíamos metido, pero aún así, más allá de las probabilidades de que funcionara por completo, todo seguía preocupándome. Simplemente, no podía permanecer en calma.

Además, en la prisión se encontraban esas tres personas que tanto confiaron en mí y ahora sé tenían más relevancia en mi corazón de lo que había imaginado. Todo había sido mi culpa, por permitirles llegar a mí de esa forma; tan importante, tan significativamente, me arrepentía solo por el hecho de que, de no haber sido así, ellas tampoco tuvieran que haberse visto afectadas ahora.

Teniendo todo eso en cuenta sabía que no hubiera sido capaz de verles ni a la distancia si debía trabajar ese sábado, tampoco el domingo, al menos esos dos días me servirían para despejar mi mente y asistir el lunes al trabajo y comenzar una nueva jornada y sea lo que fuera que llegara a pasar y a su vez no pasar también.

Me sentía cansada.

Aún era de mañana y el frío era intenso pero nada insoportable. Me encontraba envuelta en las mantas de mi cama esperando que se hiciera un poco más tarde para pararme de una buena vez de ahí y comenzar mi día, destacando que no eran altas horas de la mañana, yo seguía en la cama a las ocho, ocho y media, nueve tal vez, no lo sabía con exactitud.

De lo que sí era conciente es que estaba despierta, muy despierta, suspirando de vez en cuando mientras mi vista se perdía en el otro extremo de mi habitación. En ocasiones perdía la noción de lo que observaba y mi mente se transportaba a imágenes en las que ella misma deseara deambular, en lugar del panorama de mi monótona pieza.

Y así, de repente, volvía a mí el recuerdo sólido de aquellos ojos filosos como lanzas, de largas pestañas e iris verdes, ese verde que parecía cambiar ligeramente con sus emociones, aquellos que siempre me observaron con atención.

Cerré los ojos con algo de fuerza y me acurruqué más en la manta que usaba como refugio.

La extrañaba.

Las extrañaba a todas, en realidad.

<<—... Pero aunque ese no fuera el caso, aunque usted nunca llegara a verme como yo la veo a usted, jamás, jamás dejaría de adorarla>>

Te amaré tras las rejas.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora