Katherine Campbell.
Eran altas horas de la madrugada y no había ruido alguno.
Las cartas...
¡Las cartas!
El sueño se esfumó de mi sistema y como si hace un segundo no hubiera estado dormida salté de la cama sin hacer ruido, no podía despertar a Eva.
Al fin y al cabo era dura de despertar.
Literalmente en puntillas me acerqué al lavamanos que había en la celda e infiltré una mano detrás de él.
Las cartas seguían ahí...
Era un alivio.
Hace una semana había recibido nuevamente este tipo de cartas. Siempre del mismo autor. Las había puesto ahí porque en la noche que me las pasaron anónimamente Eva apareció de repente, y ella no podía saber que me escribían, y menos saber quien me escribía. Se me había olvidado por completo que estaban ahí.
Mi cerebro tuvo que recordármelo mientras estaba dormida, ¿acaso no podía esperar hasta que me despertara? Por Dios...
Tomé el sobre el cual estaba un poco húmedo, pero no importaba, no era como si quisiera leer de nuevo lo que decía. Todas las malditas cartas decían lo mismo y al mismo tiempo no lo hacían, me era confuso entender y me daban dolor de cabeza.
No podía predestinar cuando sería la revisión de celdas más cercana, pero fuera cuando fuera no podía quedarme con estas cartas. Me acerqué a mi cama y debajo del colchón saqué una más.
Otro repugnante trozo de papel que se iría al infierno.
Primeramente saqué la carta y dejé de lado el sobre el cual solamente tenía la inicial del que la escribió, maldita inicial, hasta eso odiaba. Abrí lentamente el grifo y dejé que el agua empapara el papel por completo, hasta volverlo ilegible y sobre todo inservible, volviéndose una masa fría que fácilmente se iría por el caño del lavamanos. Así hice con las dos cartas y al final me deshacía de la misma manera con los sobres al final.
Sin dejar rastro alguno o evidencia de que yo recibía correspondencia ilegal.
Me quedé un tiempo viendo el lavamanos, pensando en lo mucho que me gustaría que al menos la tenue luz iluminara la celda en la que me encontraba, pero no, sólo era oscuridad ligeramente interrumpida por la luz de los pasillos lejanos que se colaba por la largada ventana de la puerta.
El sentimiento de no pensar en nada volvió a mí una vez más. Anteriores veces me imaginaba a mí como un ser que no tuviera la capacidad de pensar, un ser inservible pero al menos no perturbado.
Era tan aburrido y monótono estar entre estos muros, solía decir que estaba acostumbrada y era verdad, mi cordura estaba intacta y el hecho de estar en prisión no me quitaba la vida, era más complicado, y era que saber que estaba ahí, condenada, eso era lo que yo no había podido superar durante los tres años que seguía en la cárcel.
Sólo me quedaban cuarenta y dos años para dejar de sentirme así.
Qué emoción.
Cerré los ojos y a mi cabeza llegó el recuerdo de como se me calló el emparedado del desayuno, triste pérdida, pero después, entre la oscuridad que mis párpados le proporcionaban a mi visión vi como un color miel, dulce y llamativo se robaba mi atención.
A ese color miel se le sumó un tierno punto negro, una luz que se colaba para darle más vida, una forma que rodeaba tal unión y al final unas pestañas. Pestañas largas y juveniles, al final eran unos ojos, los ojos más tiernos y tranquilizadores que había visto.
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Te amaré tras las rejas.
ActionVictoria Bowen es una joven oficial de policía que se mudó junto con su madre de Arizona a Dallas-Texas EE.UU después de encontrar mejor oportunidad de trabajo en ese lugar. Victoria tomará el reto necesario para cumplir una de sus más grandes metas...