-Capítulo 20-

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Victoria Bowen.

Era como si mi cuerpo sólo me permitiera observar y nada más que eso.

Era la mejor espectadora en ese preciso momento, sin moverme, sin hablar, mi respiración era entrecortada y lo único que había en mi cabeza eran el descabellado sueño de tener algún poder o fuerza sobrenatural para romper los sólidos ventanales y llegar hasta donde todo estaba pasando.

Todo parecía el comienzo de una pelea entre dos reclusas del sector, al parecer cuando empezaron a amenazarse entre si una de ellas no imaginó que la otra estaría armada con un objeto corto punzante, objetos que obviamente están prohibidos en la prisión, no por nada se hacían las revisiones constantes para buscar estos y otros tipos de objetos, pero por lo visto tardamos mucho para poder haber encontrado dicha arma prácticamente hecha a mano.

El impulso que tomó la atacante para apuñalar a la mujer que había caído había sido abrupto, al instante cayó al suelo sosteniendo el lado izquierdo de su estómago.

La sangre en medio de aquellos colores neutros era la protagonista de todo el lugar, se encontraba en la ropa de la mujer armada, en sus manos, en la pequeña pero eficiente arma.

La sangre...

La mujer tendida en el suelo que ya no lograba ver por las paredes y la distancia...

Su vida.

Su vida peligraba con cada segundo que pasaba y yo estaba ahí, sin moverme.

De repente la atacante se acercó a la víctima y comenzó a patearla, por los muros no podía ver su cuerpo, tampoco podía ver el charco de sangre que probablemente se formaba en el suelo.

Por los ventanales, las dos paredes y la distancia que nos separaba no escuchaba nada, pero mi cabeza se encargó de eso.

Gritos completamente conocidos empezaron a sonar a mi alrededor como si salieran de bocinas instaladas.

Gritaban, lloraban, rogaban...

Me respiración comenzaba a volverse rápida y violenta y si no fuera poco mi mente comenzó a jugar conmigo.

En medio del círculo de mujeres que rodeaban a las que estaban peleando pude ver a la mujer que había atacado, las luces eran claras pero mi mente no, casi y pude verla con aquella vestimenta oscura, aquella vestimenta que nunca pude superar, nunca pude dejar de odiar y temer.

Con cada patada, con cada golpe... escuchaba a Caroline... la escuchaba a ella...

El casete se reproducía una vez más, y de la peor manera posible.

Me acerqué al grueso ventanal y comencé a golpearlo, lo golpeaba con todas mis fuerzas.

— ¡Ya basta! ¡Déjenla! ¡DÉJENLA!

Las lágrimas se acumulaban en mis ojos y éstas hasta se sentían calientes, el pecho se me oprimía y sentía como me pesaba. Miré desesperadamente hacia la derecha, mi respiración tomando poder ante el silencio del pasillo, logré ubicar una puerta metálica blanca a unos quince metros, tal vez más, no lo sabía, sólo corrí directo a ella sin pensar en nada más.

Sentía como el pecho me ardía y las pantorrillas me dolían, no obstante llegué a la puerta y busqué con las manos temblorosas el manojo de llaves que cada oficial tenía, pero por más que lo intentaba la puerta no abría.

— No, no, no, no...

Metía la llave que juraba tendría que abrir la puerta pero no abría, no lo hacía, y mis esperanzas de que esta puerta me ayudara a acercarme más calleron, calleron y calleron...

Te amaré tras las rejas.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora