-Capítulo 2-

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Por fin.

Hogar dulce hogar.

—¿No es hermosa, mamá? —prrgunté con las manos en la cadera y con la cabeza bien en alto con una enorme sonrisa de orgullo ante –literalmente– mi inversión.

—La casa tal vez —ella volteó la cabeza un poco hacia atrás para ver a sus espaldas como si tuviera la sensación de que la iban a asaltar ahí mismo—, el vecindario no.

Dirigí mi vista al punto que ella antes observaba, y sí, el vecindario no era del todo bonito, lo acepto: Absolutamente todo nuestro alrededor era de un color apagado y hacía frío, como si los factores ambientales confabularan para darle un aspecto sospechosos y a la vez deprimente a todo el entorno. Las casas a pesar de ser de variados colores todas eran opacas y sin alegría alguna, casi la mayoría se miraban iguales y aunque el cielo estuviera algo despejado daba la impresión de que estaba totalmente nublado.

—Pues... —no podía ponerme del lado de mamá, tenía que subirle los ánimos y convencerla de que era un buen lugar. Sí lo era, claro que lo era— ¡Qué cosas dices, mamá! Deja de ver tanto el vecindario y entremos a nuestra nueva casita, antes de que salgan los vecinos...

—¿Qué dijiste?

—¡Nada! Entremos.

Era hora de distraer a mamá, mejor antes de que alguien le diga o ella misma se de cuenta que aquí se avistaban más de lo normal lo que eran las... pandillas.

Sí, por lo visto no había dado exactamente en el blanco con aquel paso en la lista para mudarnos a Dallas, pero lo hecho, hecho estaba, y mi nueva tarea era subir los ánimos y presentarle una perspectiva mejor de todo.

—¡¿Y bien?! ¡¿Qué te parece?! —pregunté muy sonriente levantando un brazo exhibiendo la nueva casa mientras que con mi mano derecha sostenía fuertemente el picaporte.

—Igual que el vecindario.

¡En serio, no estaba mal!

Era gris, triste y sin sueños ni esperanzas pero era grande y espaciosa, ¡tenía de todo!, mi mamá se quejaba sin saber.

—¡Ay, vamos! —eché mi cabeza levemente hacia atrás para exclamar— ¿Sabes lo que le falta a esta casa?

—¿Una limpieza espiritual?

Nop. Necesita una familia linda y cariñosa que la llene. —la abracé por detrás provocando por fin una sonrisa pequeña por parte de ella.

Suspiró sin borrar su sonricita.

—Creo que tienes razón.

—Por supuesto. Siempre la tengo. —sonreí ampliamente cerrando los ojos dándome yo misma la razón que ya me habían atribuido.

—¿Cómo aquella vez que decidiste dejar las llaves donde la vecina para que las cuidara hasta que volviéramos y cuando volvimos faltaba un paquete de mortadela del refrigerador?

—¡Ay, vamos! No hay que ser tan desconfiado en esta vida. —aseguré rodando los ojos.

—Mi pobre paquete de mortadelas —miraba hacia arriba con fingida nostalgia—. Estaba en descuento, ¿lo sabías?

—¡Ya!, dejemos el tema del paquete de mortadelas de lado y empecemos a establecernos. —mi entusiasmo estaba muy alto en ese momento, bueno, no hasta que...

—Por si no lo sabe, oficial Bowen, el camión de mudanza que contrató no ha venido aún. —me fulminaba con la mirada con los brazos cruzados, era divertido verla así, pero fuera de eso tenía razón.

—Bueno...

—Tal vez el camión no está, pero ya tienen a alguien para ayudarles a descargar.

—¡Emma! —exclamé formando una brillante sonrisa en mis labios al verla.

Te amaré tras las rejas.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora