Capitulo 11

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Tener su rostro tan cerca del mío me incomodaba y más aun en la situación que me encontraba, amarrada e indefensa. Sus ojos ya no eran iguales, ya no tenían esa chispa, su rostro se veía desfigurado ahora era realmente aterrador. Noté sus manos rojas, pero no un rojo normal, rojas como si fueran a echar fuego en cualquier momento. No sé sí saben cuando pones un metal en el fuego y se pone rojo, bueno así eran sus manos. Se alejó bruscamente y giró sobre sus talones dándome la espalda.

—¿Cuanto tiempo estaré aquí?— pregunté y escuché su risa rasposa.

—Hasta que te des cuenta de lo que necesito y lo encuentres— dijo y se dirigió a la puerta.

—¡No puedes tenerme aquí para siempre!, cuando mis amigas vean que no estoy llamarán a la policía, Steve... vendrá por mi ¿Qué pasará con mi perro? No quiero que muera de hambre— exigí y se volvió hacia mi repentinamente.

—Tienes razón, sólo que estás equivocada en dos cosas 1. Tenemos a tus amigas así que ellas ya no pueden hacer nada y 2. ¿Steve?, él te abandonó linda, te lo dijo en el hospital. Él no quería verte todos los días en una camilla ¿recuerdas?, Él pensó que lo mejor sería alejarse de ti— explicó y sentí mi corazón encogerse.

Si ya tenía a mis amigas las pudo haber lastimado, ¿por qué demonios tenía que involucrarlas a ellas?

Giró de nuevo y salió de la habitación. A los pocos minutos entró el mismo chico que estaba aquí cuando desperté y desamarró mis manos. Me dio comida y agua.

—¿Cómo te llamas?— le pregunté y me miró unos segundos.

El chico era agradable aunque no hablaba mucho.

—Nick— respondió seco y salió de la habitación.

Al menos le saqué el nombre. Me recosté en un colchón que me habían traído hace poco y cubrí mi rostro con ambas manos ¿Steve enserio en había abandonado? ¿Realmente tenía a mis amigas? ¿Qué se supone que yo conozco bien y él necesita?

La herida en mi espalda se hizo notar haciendo que sienta punzadas. Me removí incómoda y me senté para no ponerle peso. Solté un gemido y se escuchó el crujido de la puerta.

—Te duele ¿no?— reconocí la voz y levanté la vista.

Asentí y se acercó a mi, se agachó para quedar a mi altura y me alejé con desconfianza.

—¿Puedo ver?— pidió y lo miré insegura.

Su mirada trasmitía seguridad en lo que decía y de alguna forma sentí que podía confiar en él. Levanté ligeramente mi camisa cuidando de no mostrar de más.

El tacto de sus dedos sobre mi piel era suave y cálido, el frío empezaba a hacerse presente en el pequeño cuarto. Solté un gemido cuando quiso levantar la venda que cubría la herida y se detuvo. Bajó mi camisa con cuidado y ladeé la cabeza hacia él.

—¿Cómo está?—pregunté referente a la herida.

—En general bien, creo que se te descosieron uno o dos puntos y empiezas a sangrar— hizo una pausa y se puso de pie—. Ahora vuelvo— dijo y salió de la habitación.

Cuando volvió traía vendas, tijeras, una sábana y demás. Lo mire con desconfianza nuevamente y se agachó junto a mi. Me tendió la sábana y me arropé con esta.

—No dolerá— avisó y me estremecí por un escalofrío, levantó mi camisa con cuidado y retiró la venda.

Del resto no supe que hizo, solo escuchaba las vendas cuando rozaban y sentía su delicado tacto en mi piel.

El Capitán América y Tú © Donde viven las historias. Descúbrelo ahora