Capitulo 28

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Los días aquí pasan demasiado lento.

¿Qué estoy diciendo? Mentira

Sólo llevo unas cinco horas aquí, y todo lo que he echo es estar sentada en esta incómoda silla y leer documentos absurdos en latín, incluso creo que si me preguntan algo responderé automáticamente en latín.

Se escuchan pequeños golpes secos a mi izquierda y giro la silla hacia el gran closet. Me acerco en silencio y abro la puerta, los golpes siguen y poniéndome de pie aparto la ropa.

—¿Pero qué...?

Una puerta.

Una maldita puerta que hasta ahora logro notar.

Un momento... Alguien está tocando del otro lado.

¡La puerta puede comunicar con la de mis amigas!

Giro la perilla, pero tiene llave. Recorro la habitación con la mirada y nada. Me acerco a la puerta. Golpeo el marco y paso mis dedos con cuidado.

—Bingo.

La llave cae en mis manos y sonrío victoriosa. Vuelvo al closet. La inserto en la perilla y giro con cuidado. Al abrirla no tuve tiempo de siquiera echarle un vistazo al otro lado ya que alguien me había literalmente levantado y apartado del camino.

Una de sus manos rodeaba mi espalda y me mantenía en el aire mientras que la otra cubría mi boca.

—No grites— ordenó con un tono de voz bajo y asentí. Apartó su mano con cuidado y solté el aire retenido—. Dime Pittsburg.

—Brooke— dije y sonrío.

El chico tenía los ojos color avellana, era moreno como bronceado, castaño, gran musculatura y bastante alto.

—Pittsburg ya bájala, nos pertenece— dijo la indudable una voz que reconocí al instante.

Pittsburg me bajó lentamente sin apartar sus ojos de mis ojos. Salté a sus brazos y ella me recibió con estos muy abiertos. Me separé y vi a Emily esperándome ansiosa. Luego de unos largos abrazos y saludos entablamos una conversación animada.

—¿Qué hora es?— pregunté seguido de un bostezo.

—¿Cómo podríamos saberlo?— me respondió Emily e hice una mueca.

—Tengo una duda— murmuré confundida y los tres asintieron.

—¿Cómo sabían que no había nadie de este lado? Además de mi.

— Escuché a Luke decir que hoy saldrían a celebrar algo, no sé qué— respondió Jane y asentí.

—Viene alguien— dijo Pittsburg y tomó de la mano a las chicas llevándolas hacia la otra habitación.

Cerré la puerta oculta, el closet y me tiré en la cama. La puerta se abrió de un portazo dejando ver la sombra de un chico alto, con este entró un fuerte olor a alcohol.

El castaño se adentró en la habitación cerrando la puerta detrás de él. Me alejé un poco en caso de que sea necesario salir corriendo.

Le toma un par de segundos estar frente a mi y hacerme poner de pie tirando de mi cabello. Gimo de dolor y ahogó un grito, no quería alertar a mis amigas en la habitación de al lado.

—Luke... ¿Qué?...¿Qué haces?

—Algo que debí haber hecho hace tiempo— respondió y la piel se me erizó, mi corazón palpitó com fuerza, la sangre dejó de correr por mis venas y una mala sensación recorrió mi cuerpo como una corriente eléctrica.

Quise alejarlo de un empujón, pero sus manos fueron más ágiles y atraparon las mías. Con su otra mano me mantenía pegada a él mientras besaba descarada y violentamente desde mi mandíbula hasta mis hombros.

Estaba asustada. Empecé a temer por lo que podía llegar a ser capaz.
Me tira a la cama con fuerza y se abalanza sobre mi.

Sé exactamente lo que viene. Él siendo más fuerte logra someterme, no quería alterar a mis amigas o a los que me esperaban afuera.  Lo único que puedo hacer es llorar en silencio.

[...]

Todo mi cuerpo está a dolorido, no puedo caminar — o al menos no correctamente— debido a los múltiples moretones en mis piernas que mi short dejaba a la vista, sin contar los que tengo en mis brazos, hombros y cuello. Mi entrepierna duele como nunca antes. Y no es como si ya me hubiera dolido antes.

He pasado toda la madrugada y parte de la mañana llorando en la misma esquina. No sé qué hacer diferente a eso.

La puerta del closet se abre dejando ver a un preocupado Pittsburg. Se acerca sigilosamente a mi y rápidamente me alejo, gimo de dolor, pero aun así me arrastro para crear distancia.

—No te acerques... por favor— supliqué y frunció el ceño.

Se detuvo a menos de un metro de mi y me observó con cuidado. Su mirada recorrió desde mis piernas a mi seguro demacrado rostro.

En un descuido por mi parte logró sentarse junto a mi sin darme tiempo a reaccionar. Sus manos se acercaron a mi rostro y limpiaron las lágrimas. Trato de convencerme de que él no va a dañarme. Que él este tan cerca y sus manos tocando mi rostro me pone nerviosa.

Me siento vulnerable.

Sus manos se pasan por mis piernas y espalda levantándome con cuidado. Contengo las ganas de gritar y saltar de sus brazos.

Me deja en la cama y se sienta junto a mi, toma una de mis manos y besa mis nudillos.

—Te prometo que te protegeré de ahora en adelante— susurró y toma mi otra mano depositando un beso igual que en la primera.

Mis nervios se fueron calmando aunque el dolor seguía ahí, como cuchillas calientes enterrándose en mi piel.

Me mantengo cabizbaja y su rostro busca el mío, su nariz juguetea con la mía haciendo que levante mi rostro. Él se mantiene a escasos centímetros de mi y pareciera que sufriera del mal de Parkinson.

Sus cálidas manos recorren mis piernas heridas lentamente, al llegar a mis rodillas las aparto con cuidado.

—Gracias— susurré dejando sus manos en su pierna.

Él entiende mi indirecta y deja escapar un suspiro.

—Tienes que irte, alguien se acerca— avisé y empecé a empujarlo.

—No te dejaré aquí, si es Luke te dañará de nuevo.

—¡Sólo vete!— insistí y finalmente cedió.

Lo vi desaparecer tras la puerta del closet y ladeé la cabeza hacia la puerta, en el momento que se abrió todo mi cuerpo se descompuso.

Entra y cierra la puerta sigilosamente.

—¿Qué vienes a buscar?— pregunté bruscamente.

Hizo un movimiento lento que no llegué a distinguir por la poca luz, sentí un gran alivió segundos después.

El Capitán América y Tú © Donde viven las historias. Descúbrelo ahora