El flamenco
Narra: EscritoraDanela había pasado una noche bastante incómoda, pero al menos había dormido algo. A diferencia de los otros días de tormenta que no dormía absolutamente nada.
Le importaba muy poco que su guardaespaldas no hubiera dormido, pues pensaba, y sostenía, que ese era su trabajo. Cuidarle hasta del clima.
Gustavo se encontraba cansado mientras desayunaba junto a sus compañeros. Ninguno hablaba, lo que era bastante común entre ellos. Eran amigos desde hace años y tenían muy claro que habían momentos en los que se necesitaba un poco de paz.
Los tres estaban preparándose para trabajar desde muy temprano. James miraba a Gustavo preocupado para después dedicarle una mirada curiosa a Max, que solo se encogía de hombros. Gustavo se estaba cayendo de la silla del sueño y no podía con la espalda. Una vez cuido a una niña de doce años por dos semanas, la realidad ni en esas semanas se sintió tan cansado como ahora, sin embargo, había aprendido la lección de no decir lo que piensa más nunca en voz alta.
Danela bajo las grandes escaleras de la casa con una gran sonrisa. En cuanto entro a la cocina y vio a Gustavo hizo una mueca de desagrado. El chico intentó con todas sus fuerzas no mostrar su descontento. Ni siquiera recibió un agradecimiento por quedarse toda la noche postrado como un idiota mientras ella dormía a sus pies.
— Buenos días, Mari.— saludó la chica regalándole una sonrisa a la encargada de la limpieza. La señora amablemente le regaló un beso en la mejilla.
— Buenos días, cielo. ¿Vas a desayunar aquí?— le preguntó Mari mientras tomaba la correspondencia de los señores Relish y los acomodaba un poco en sus manos.
— No, voy a desayunar con Leon en el centro.— respondió Danela volteándose a ver a su guardaespaldas.— Cuando termines de desayunar nos vamos.
Le sorprendió la decencia que tuvo, al menos, al dejarlo desayunar. Danela se fue a paso ligero hacia el patio donde Alen estaba comenzando a pintar de nuevo el mural del área de la piscina.
Alen estaba concentrada en algunos detalles que se habían estropeado con el tiempo. Tan concentrada que no sintió a su hermana llegar por la espalda y darle un susto de muerte cuando la pinchó por las costillas con sus dedos.
El pincel tembló en su mano, menos mal que no estaba tocando el mural aún, sino, lo hubiera echado a perder.
— Maldita sea Danela, me asustaste.— le dijo Alen soltando el pincel al suelo junto con las demás cosas.
— Esa era la idea tontita.— le respondió Danela con una sonrisa ahora pinchando suavemente su nariz.— ¿Vas a retocarlo?
— Sí, hay algunas partes que se han despintado.— dijo Alen mientras tomaba un bote de pintura azul.
El mural era sumamente hermoso, tenía unas mariposas de colores hermosos. De todos los colores que habían, resaltaba más el rosado. Ese mural fue pintado especialmente para Danela, un regalo de cumpleaños de parte de su hermana.
Danela pasaba horas mirando el hermoso trabajo de su hermana. Estaba tan orgullosa de su talento que le daba lástima que muchas personas no la conocieran. Aun así sabía que era decisión de su hermana permanecer en el anonimato.
— Me voy o llegaré tarde con Leon.— hablo Danela con una sonrisa, caminando a la salida moviendo sus caderas como siempre lo hacía. Alen sonrió mientras sacudía la mano.
— Mándale mis saludos.
— ¡Se me olvidara hacerlo!— respondió Danela cerrando la puerta del patio. Camino hasta la salida en dirección a la cochera y se asustó al ver a Gustavo frente a ella de pronto.— Dios, pareces un puto fantasma.
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SANO amor
RomansaUn secreto puede corromper una familia completa. Los problemas de nuestros padres no deberían de ser un problema el cual los hijos deban de cargar, o peor aún, pagar las consecuencias. Cuando la seguridad está en riego, la vulnerabilidad convierte e...