27.

97 12 3
                                    

Panqueques salados a lo Alen

A las nueve de la mañana Max bajaba a buscar algo de desayunar. Mari estaba en el hospital junto con Víctor y unos escoltas que los acompañaban para ver a Sebastián. Esperaba no encontrarse a Kiara por la casa, pero gracias a Dios siempre estaba encerrada en su habitación.

— Buenos días.— saludo a Noly, que estaba entregada contestando unos correos en la computadora. Parecía cansada, pero ya habían intentado convencerla de que descansara y no había querido.

Volteo a verlo y sonrió un poco.

— Buenos días.— respondió y volvió su atención al trabajo.

Max soltó un bostezo y camino a la cocina a ver si podía pillar algo. Cuando entro se quedó de piedra al ver a Alen con un delantal y el cabello recogido. Leía algo en un libro que apoyo sobre una botella de vino mientras mezclaba algo en un cuenco de metal.

— Con toda esta mezcla haré más de dos docenas de panqueques.— susurraba para ella misma. Max se cubrió la boca para no reír, pero no sirvió de mucho pues Alen se sobresaltó y lo vio ahí de pie mirándola.— ¡Dios, que susto!

— ¿Qué haces, guapa?

Tomo asiento sobre la isleta de la cocina con un impulso, justo frente a Alen. Ella le mostró el libro de recetas de donde se leía una de panqueques.

— Mari no está y supuse que te levantarías con hambre.— explicó. Max asintió mientras la observó detenidamente. En ese momento su cerebro lo traicionó y abandonó el presente.

— ¡Mamá!— un pequeño Max gritaba por un pasillo oscuro sosteniendo un peluche con forma de pelota de baloncesto.

Muchas mujeres caminaban por su lado con muy pocas ropas, pero el pequeño de solo seis años no les prestaba mucha atención. Estaba acostumbrado a verlas así.

— ¿Dónde estas, mamá?

Max abrió una puerta esperando ver a su madre, y la encontró riendo con un hombre que no conocía sobre un sofá color café. Sostenía un billete de cien dólares mientras reía con fuerza. El hombre no dejaba de tocarle el cuello.

— Mamá.— llamó el niño apretando su peluche. Su madre lo volteó a ver y abrió los ojos grandemente sorprendida. Luego se disculpó con el hombre y camino enfadada hacia su hijo.

— ¡Te he dicho mil veces que no salgas de la habitación! Y mucho menos que vengas hasta acá.— lo regaño y tiro de su antebrazo con fuerza hacia el pasillo.— ¿Es que solo entiendes a golpes?

— Es que tengo hambre.— chillo el niño entre lágrimas. Espero a su madre toda la mañana, pero ella nunca llegó con algo para desayunar.

— Ash, no puedo ir a comprarte comida, estoy trabajando para poder mantenernos.— le dijo su madre mientras lo seguía arrastrando a la habitación.

— Entonces prepara panqueques, mamá. Quiero muchos... ¡Au!

Su madre le había dado un golpe en el trasero y lo empujó al interior de la habitación en la que se quedaban ambos. El niño trató de no sollozar más.

— ¿Crees que soy tu sirviente?— su madre se agacho y se cubrió los pechos con su bata. Era una mujer joven y hermosa, con un maquillaje espectacular y brillante, y con su cabello lacio cayendo sobre su espalda en un perfecto color caoba.— No tengo tiempo para estar haciendo esas estupideces y menos para ti, hazme el favor.— su hijo la miraba atónito.— ¡No te quiero lo suficiente como para manchar mis manos en una cocina!— Max se tiro al suelo y se cubrió los ojos con sus diminutas manos.— Te dije que esperes aquí, te traer comida más tarde, cuando termine de trabajar.

SANO amorDonde viven las historias. Descúbrelo ahora