22.

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Algo anda mal

Daniel abrió la puerta de la habitación de Danela. La vio tendida sobre la cama como todos los días, cada vez más apagada, se veía enferma, cansada y débil. No era para nada la hermosa chica alegre que recordaba. Y aunque le dolía ver que su chica estaba sufriendo, tampoco desistiría de su plan. Esperaba con ansias tenerla, lo había deseado por más años de los que se podía imaginar cualquier persona normal. La pensaba más que nada.

Todos los días había esperado el momento de secuestrarla y tenerla solo para él. Como en ese momento, y no cambiaria de opinión ahora que se estaba cumpliendo. Su anhelado tesoro estaba con él, ahí.

Se acercó a la cama con una sonrisa, notó que estaba despierta aunque su mirada estaba perdida en un punto muerto en el techo. Tocó dos veces en la mesa de noche llamando su atención.

Danela no estaba atada como el día anterior. Ya había pasado una semana desde que estaba ahí encerrada y las drogas no la dejaban moverse demasiado. Así que por más que lo deseara, no podía salir corriendo.

El primer día las drogas no le habían hecho ni cosquillas. Hoy en día dependía de ellas, sino su cuerpo comenzaba a tener espasmos y dolores de cabeza horribles. Sin contar las náuseas que tenía cada vez que intentaba comer cuando la obligaban.

— ¿Cómo estas, hermosa?— le preguntó Daniel sentándose en la orilla de la cama. Danela se alejó un poco, encogiendo sus piernas contra su pecho.

No le contesto, lo que desesperaba a Daniel, pero no se le noto.

— Veo que sigues a la defensiva, si aceptarás tu nueva realidad no estarías en esta situación.— Daniel le acaricio un pie. Si algo amaba de Danela era que hablaba con la mirada.

Y lo que veía lo atraía más.

Odio puro.

Danela lo odiaba, y no había nada que el adorara más, la deseaba así. Odiándolo con cada célula de su cuerpo.

La chica lo miro atentamente. Odio es poco comparado con lo que sentía contra ese hombre. Solo había imaginado matarlo. No tenía esperanzas de salir de ese lugar con vida, pero si tenía la idea de llevárselo al infierno con ella. Quería verlo sufrir, pero no tenía fuerzas ni para levantar el brazo.

— Se que eres virgen.— murmuró Daniel. La cara de espanto de Danela lo motivo a sonreír.— ¿Qué pasa? ¿Pensabas que no sabría que aún no te entregas a ningún hombre?

Un escalofrío la rodeó. ¿Cómo él sabía eso? La mera idea de que supiera algo tan intimo de ella le dieron ganas de vomitar. No sabía como tenía esa información, pero lo odiaba, odiaba que la tuviera tan vigilada. Ni siquiera se atrevió jamás a decírselo a Gus.

Su Gus Gus.

Volvió a guardar silencio. Daniel se acomodó en la cama y carraspeó.

— Te sigo desde hace mucho tiempo Danela, más del que puedes imaginar. Mi pequeña obsesión por ti comenzó cuando tu madre mato a la mía.

Danela abrió los ojos grandemente. No podía creer lo que acababa de escuchar. ¿Su madre mato a alguien? No podía ser posible.

— Sí, así mismo como lo escuchas mi niña. Tú madre, esa flamante mujer de cámaras cinematográficas mato a mi madre en un arranque de celos. ¿Todo por qué? Porque tu padre se quería divorciar de ella porque ya no la ama.

Danela no lo quería seguir escuchando, sin darse cuenta estaba llorando de la impresión. Quería pensar que nada era cierto, que todo era una mentira de ese hombre.

SANO amorDonde viven las historias. Descúbrelo ahora