XXV.I

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24/12/20

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24/12/20

- Estás preciosa, hija - habló mi madre, observándome de arriba abajo, mientras arreglaba mi vestido y mi cabello en el proceso.

- Gracias ma' - le sonreí. Ella era solo unos pocos centímetros más alta que yo, por lo que podía mirar de frente a esos destellantes ojos verdes que me hubieran gustado heredar. No sé, creo que hubieran hecho un hermoso contraste junto a mi piel morena. Y es que, miren a mi madre, ¿quién no querría tener su belleza? 

- Claro que está preciosa, Alicia. ¿Quién fue la que la ayudó a arreglarse? - se jactó mi abuela. Ya habíamos tenido un momento antes cuando degradó el vestido blanco que había elegido para la salida de esta noche, prestándome un sensual vestido turquesa de su baúl mágico. Terminaba unos seis dedos por encima de la rodilla, no tan corto, de poliéster, y el escote se curvaba un poco como para que la cima de los senos levantados por el ajustador de copa se me notase. Mi clavícula estaba libre a las vistas, pero la prenda tenía un singular detalle: traía una gargantilla de tela, sujeta a la espalda y que se colocaba por la cabeza, que era lo que le brindaba el toque elegante.

Me hice un desrizado en el cabello, provocando que millones de ondas rojas cayeran por mi espalda y mis hombros. Probé un nuevo peinado también, recogiendo la mitad delantera del pelo en una coleta por encima de mi cabeza, mientras la otra parte caía liberada.

Lo sé, es raro que me arregle tanto para una salida. Pero es la primera vez que voy a pasar Noche Buena con amigos, y no en casa con mis padres.

- Qué modesta, mamá. - le puso sus ojos en blanco. Luego volvió a encarame, haciendo un adorable puchero esta vez. - Hermosa.

- Nuestra hija es hermosa naturalmente. - dijo mi padre mientras se acercaba a nosotras y ponía un brazo por encima del hombro de mi madre.

El timbre de la casa sonó en esos momentos, yo me despedí de mis padres para ir a abrir la puerta. Rosanne iba a venir a buscarme, dijo que pasaría a las siete y eran las siete en punto, ella solía ser una chica extremadamente puntual.

Y por estar tan segura, al abrir la puerta, casi me da un ataque al ver a la persona parada afuera.

Madre de Dios.

Kyril estaba del otro lado de la puerta, con su cabello suelto cayéndole por los hombros, una camisa blanca de vestir y unos jeans negros, solo eso para protegerse del frío de invierno. Mi corazón dio un vuelco al notar sus preciosos ojos grises fijos en mi persona. En ese momento fui más consciente del vestido, de lo corto que era, de cómo se ajustaba a mi figura, de cómo marcaba un poco mi escote.

- ¿Qué haces aquí? - le pregunté, haciendo que sus ojos se levantaran hacia los míos.

- Vine a recogerte. - yo alcé una ceja, él hizo lo mismo, como si estuviera copiando mis acciones.

- ¿Qué?

- ¿Eres sorda ahora? - apreté los dientes mientras cruzaba los brazos debajo de mi pecho, sus ojos vacilaron un momento en mi escote antes de volver a subir a mis ojos. - ¿Por qué no me sorprende?

Luna de Sangre Donde viven las historias. Descúbrelo ahora