XXIX.I "Drunk Friends"

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1/10/20

Newton

Henry sacudió sus hombros en un movimiento circular lento cuando cerró la puerta de su casa con mucho cuidado para no despertar a las chicas. El trabajo lo había hecho regresar a las dos de la madrugada, y se encontraba cansado, entumecido de llenar papeles por tres horas sentado en la estrecha silla de su escritorio. El día de ayer visitó la Iglesia, debido al proyecto de recaudación de fondos que estaban organizando. Tuvo una reunión más tarde con las autoridades policiales. Y cuando se convenció de que todo estaba bien, dentro de lo que cabía, se regresó a la oficina.

Pasó una mano por su cuello mientras abría el refrigerador y se servía de una jarra de jugo de naranja. Pency hacía mucho de esto, y a Avery le encantaba. Si te descuidabas, se lo acababa todo en una hora. Sonrió, pensando en ir a verla a su habitación.

Bajo la puerta no salía ningún destello de luz, señal de que ya dormía. Normalmente, su hija se desvelaba en las noches por los libros, siempre tenían que obligarla a soltarlos e irse a descansar. Sin embargo, últimamente llegaba para encontrarla dormida, debería ser porque sus clases comienzan a las ocho de la mañana y la Universidad no les queda muy cerca. Se abstuvo de irle a dar un beso, y la dejó dormir.

Después de que también se cercioró de que su suegra dormía tranquila, regresó al segundo piso para entrar en su habitación, la que compartía con su esposa. Abrió con mucho cuidado de no despertarla, pues, Alice trabajaba ahora más que nunca, necesitaba más horas de sueño. La halló en la cama, acostada de lado, dejando que su hermosa cabellera roja reposara sobre la almohada, la cama, el hombro y su cara. Era un desorden de hebras. Se deshizo de la chaqueta del traje, colocándola en un perchero cerca. Henry era un hombre organizado. Aflojó los primeros botones de su camisa y luego prosiguió a desabrocharse los gemelos. Todo sin dejar de mirarla.

La respiración era tranquila, sus hombros se movían al compás. Él se fijó cómo el vestido blanco de seda se adhería a la figura de su esposa, entonces recordó cuando ella dejó escapar un comentario una mañana, en el desayuno. Un comentario que no le gustó para nada. Alice confesó que ya que no era la misma de antes, en el sentido de que no lucía el mismo cuerpo de cuando estaba en sus veinte años, luego distrajo el comentario con una risa, prosiguiendo a comer. Pero a Henry se le quedó grabado.

Claro que no lucía igual, pero eso no le quitaba lo hermosa, lo increíble y única que era. Estaba bien si ganaba peso, si sus caderas tomaban volumen, si su rostro ovalado se redondeara un poco, si la palidez heredada de su padre se le notara demasiado, si ya no era la misma cintura estrecha de antes. No importaba porque él la seguiría deseando igual. La amaba como sea.

Tal vez es culpa mía. Pensó él.

Tal vez porque hace muchos meses no la toca como antes, le dolía no recordar cuando fue la última vez que hicieron el amor. Estaban tan sumidos en sus trabajos y responsabilidades que no se dedicaban tiempo. No ha tenido el rato de acercarse y besarle el cuello hasta volverla loca, o prepararle esos dulces cargados de referencias sexuales que ella entendía y después se comía con ganas. Los juegos previos, los gemidos, la diversión, los bailes. Había desvanecido todo eso. Y aún eran jóvenes, sin saber cómo recupéralo.

Un sollozo frustrado le despojó de sus pensamientos. Cuando vio los hombros de su esposa sacudiéndose, el corazón le cayó al suelo, y se acercó con rapidez, quitándose los zapatos para abrazarla por la espalda.

- Hey… amor, ¿qué pasa? - Alice no respondió, su cuerpo siguió agitándose con el llanto. Henry quería girarle el rostro, pero ella se negó. - Pensé que estabas dormida…

- Siempre piensas que estoy dormida. - espetó en cambio. Eso lo cogió de sorpresa.

- Alice…

- Siempre… siempre te vas a dormir. - los sollozos no la dejaban hablar firmemente. Henry la apretó más contra su cuerpo, sintiéndola pequeña y amándola tanto…

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